La dictadura evoca recuerdos individuales y colectivos, muchos trágicos y otros sobrecogedores, especialmente cuando se trata de acontecimientos u acciones que iluminaban a un país en medio de tanta barbarie.
Parte de esas memorias, plasman el desempeño de la prensa oficial y el rol que cumplió como sostenedora de un régimen criminal: imágenes, audios, palabras, autoridades y periodistas funcionaron como un dispositivo, que desinformaba para manipular una realidad en donde los derechos humanos eran violados de manera sistemática.
Durante la dictadura y en los gobiernos democráticos se publicó suficiente evidencia sobre episodios y personajes que, impúdicamente, diseñaron y ejecutaron montajes comunicacionales para dar legitimidad y legalidad a acciones criminales, otorgando continuidad y proyección a la tiranía.
Como un contrario a la constatación anterior, en nuestras memorias surgen otras historias que nos conmocionaron, permitiéndonos cotejar la realidad de los medios oficiales con la realidad que el pueblo vivía.
Se revela otro modo de hacer periodismo, oficio construido por mujeres y hombres que tuvieron la entereza de desafiar a la dictadura y a la industria de las comunicaciones, permitiéndonos saber, informarnos, erigirnos como seres involucrados en los destinos de un país determinado por autoritarismos e injusticias.
En mi trayectoria he encontrado profesionales diversos, ese andar me permite mencionar a tres mujeres periodistas con quienes, por generosidad del azar, me he tenido que relacionar laboralmente: Manola Robles, voz fundamental de Radio Cooperativa; María Olivia Monckeberg, artífice y conductora de publicaciones opositoras a la Dictadura, y Patricia Verdugo, destacada profesional del periodismo investigativo. Las nombro a ellas, porque son personas que cuando se jugaba la vida, no sólo la fuente laboral, tuvieron un quehacer coloreado de dignidad y compromiso social.
La rebelión social ha puesto de manifiesto estos dos modos de entender el periodismo: por una parte, confirmamos el ejercicio que insiste en desinformar, construir acontecimientos empinando a la desprestigiada oficialidad, silenciar y/o relativizar las violaciones a los derechos humanos; por otra, comprobamos la existencia de nuevas/os altruistas que nos defienden de la falsa calma que los medios construyen, de la violencia que los medios amplifican, de la promesa de conseguir un orden público, aunque éste se cimiente sobre violaciones a los derechos humanos.
El tiempo que vivimos pone de manifiesto la crisis de un periodismo que mercantilizó su formación, se obsesionó con la tecnología, se desprendió de sus marcos éticos y desdeñó la formación intelectual como una cualidad que redunda en la obra final: la noticia.
Los noticiarios y los programas de magazine que entregan información utilizando el “aquí y ahora” de enlace con la crisis social, han sido la purulencia de un sistema comunicacional que cambió la intimidad de celebridades, por mensajes que provocan miedo, ocultando así la tragedia y la incertidumbre del vivir de la mayoría de las y los chilenos.
Chile despertó y este verbo favorece que hagamos análisis y evaluaciones de los comportamientos de cada profesional y medio de comunicación, ejercicio que devela prácticas silentes y pusilánimes y otras, comprometidas con el oficio y nuestra gente.
Reivindiquemos un periodismo de calidad y compromiso, veraz e independiente, implicado con la defensa de los derechos humanos e implacable con quienes los violan: no hay neutralidad posible cuando se asalta a la vida con ocultamientos y mentiras.
¡Chile despertó!
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