Cada tanto, por mi profesión, recibo comentarios, cuestionamientos e inquietudes en relación a las actuaciones de psicólogos/as que aparecen en televisión, en ocasiones investidos en su rol, en otras disfrazados/as de oráculos o gurúes. La vitrina habitual suele ser la de los programas franjeados de horario matutino, que a estas alturas constituyen una especie propia dentro de la fauna televisiva.
Dichos programas se basan en la idea de la segmentación de intereses en base a la construcción de un sujeto telespectador tipificado por sexo, género, edad, estrato social, localización espacial, capital cultural y hábitos de consumo.
En el caso de los matinales le hablan principalmente a una mujer heteronormada adulta, dueña de casa o trabajadora precarizada, con hijos en edad escolar, de extracción media o popular, urbana, socializada patriarcalmente, que obedece a patrones de consumo cultural masivo, con escasas posibilidades de diversificar sus campos de acceso a otras fuentes de saber, de placer, o de esparcimiento, distintas de aquellas que ofrecen los medios de comunicación de masas. Esa mujer a la que los políticos le hablan mirando a la cámara estereotipándola eufemísticamente como “señora Juanita”, así, en diminutivo.
A esa mujer-objetivo, habrán de ofrecer respuesta a cada una de las angustias que formidablemente bien saben generar los medios de reproducción cultural, en particular la tele. Reproducen el dolor y expenden el analgésico.
Maquilladoras que enseñan a ocultar el paso de los años, diseñadoras de vestuario que aconsejan ropajes para ocultar los cuerpos, innumerables consejos de salud física relacionados con la apariencia de la piel, las uñas y el cabello, rutinas de ejercicio para tonificar los muslos, recetas de cocina para impresionar y sorprender a la familia con pocos pesos, información de farándula para brindar acceso a las conversaciones sociales, sugerencias pediátricas para el cuidados de los hijos/as e incluso en ocasiones y en tono de ruborizada complicidad, tips de seducción para mantener satisfechas las necesidades sexuales masculinas, garantizando con ello la felicidad matrimonial y el éxito del proyecto familiar biparental hegemónico.
Lo anterior viene a dar cuenta de un completo recetario de soluciones a aquellas dolencias que los mismos medios promueven y alimentan, configurando un ideal femenino que de alguna manera se refleja en las conductoras y panelistas que eligen con pinzas como despampanantes modelos de virtud y éxito social.
En ellas se sintetiza la construcción y perpetuación de un tipo anhelado de mujer siempre esbelta y a la moda, detenida en el tiempo e inmune a señales de envejecimiento, de aspecto saludable, proyectando poder adquisitivo y sexual, deseable y disponible, emocionalmente resuelta y feliz, exitosa en su proyecto familiar (porque al final del día el bienestar de los hijos y la felicidad conyugal son trabajo suyo) y moralmente ubicada en una posición valórica conservadora, anodina, patriarcal y absolutamente despolitizada. De esa última parte se encargan los/as expertos/as en salud mental del matinal.
Tal vez el buque insignia de profesionales encargados de la promoción masiva de este orden moral sea la psicóloga Pilar Sordo. Recuerdo haber visto circulando en redes sociales un antiguo video suyo, precisamente en un programa matinal, pontificando en relación a la “naturaleza femenina”, fundamentalmente irracional y mágica en contraste a la “naturaleza masculina”, pragmática y cerebral.
Su alocución en tono de stand-up comedy resulta tan cautivante como peligrosa, naturalizando las desigualdades de poder con estigmatizaciones grotescas, ridiculizando a las mujeres con ejemplos burdos, reproduciendo esa voz atávica que establece la minusvalía femenina frente al escenario de lo público y su exclusiva capacidad para la dedicación doméstica.
La colega repite con tal gracia esa vieja monserga machista y patriarcal, que hasta parece una idea nueva, y tan naturalizada y milenaria es la cantinela que una enorme audiencia, entrenada en tragar sin masticar, dice: “claro, pero si así son las cosas, es de sentido común”, y sonríe, pues el mundo ha vuelto a tomar forma otra vez, a volverse predecible y ordenado. Y la angustia baja, anestesiando el malestar. Psicología de la adaptación, de la docilidad, del orden.
Cambian los payasos y sus vestimentas pero el circo sigue siendo esencialmente el mismo. Ahora es un colega disfrazado de mago con estolas color índigo, quien señala que hay que perdonar al agresor, abrazarlo, que el amor todo lo puede, que la felicidad es una mera cuestión de voluntad interior, en una nueva versión, esta vez new-age, de la monserga conservadora y pasivisante que resulta siempre funcional al opresor.
A los minutos un especialista de delantal blanco viene a poner el broche de oro multiplicando culpas a quienes adolecen de cáncer o Mal de Párkinson, los que serían la natural resultante de la acumulación de rabia y de la porfía (esos imprescindibles combustibles de la rebeldía y la emancipación), recetando toneladas de amnesia y docilidad como receta magistral para todos los males. Nos quieren sonrientes, obedientes y bien-portados/as. Control psicopolítico en su más nítida expresión.
Lo aterrador de todo eso es que al revés de como señalan en su defensa los medios, son ellos los que construyen a sus audiencias, los que edifican una ética social, los que levantan y dejan caer marcos comprensivos a la medida de sus auspiciadores y controladores, los que determinan lo bello, lo bueno, la medida correcta y lo actual, haciendo que todo parezca nuevo para que en el fondo todo siga siendo exactamente igual. Como precisa Foucault, “el poder, una bestia magnífica”.
Nosotros/as en casa al menos decidimos apagar la tele hace ya seis años, como acto político, como señal de disidencia sutil. Ese tiempo de televisión lo ocupamos conversando de aquellas pequeñas cosas que ciertamente no calificarían como televisables en una reunión de pauta de matinal.
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