18 de octubre: cuando los gatopardos quedaron cesantes

El 18 de octubre será fecha histórica. Marca un antes y un después en un país que, hasta ese día, era definido como un “oasis” en medio de un vecindario inflamado por disturbios, gobiernos precarios, ensayos populistas de izquierda y derecha.

Que duda cabe que Chile no es el de los años 60, 70, 80; que se avanzó en disminuir la pobreza, que la infraestructura mejoró y se modernizó, que el consumo se masificó. Todo ello alimentaba frases como, “los gobiernos de la Concertación son los que cambiaron el rostro al país”, “nunca se avanzó tanto”.

Pero detrás de ese avance, de estadísticas positivas, de un per cápita alto, se anidaba un descontento, una rabia, una frustración, un dolor y un miedo que el 18 de octubre estalló. Estalló en la cara del gobierno de derecha, en la de la oposición, en la del empresariado, en la del poder judicial y en la de la libertina policía.

Imposible afirmar que nadie lo dijo ni adelantó. Fuimos varios que no sólo lo dijimos, sino que lo escribimos. Nos maltrataron: “autoflagelantes”, “ven siempre el vaso medio vacío”, “resentidos”, “ignorantes”.

¿Qué factores detonaron finalmente este estallido social que se alimenta con cada marcha, convocada de forma horizontal, por miles de jóvenes especialmente, por las ONG, organizaciones sindicales y colectivos culturales?

Pequeños detalles: una serie de frases desafortunadas, que dieron cuenta de la desconexión del poder respecto del diario vivir de la ciudadanía, y treinta - aparentemente insignificantes - pesos fueron las chispas que hicieron estallar un polvorín que por treinta años acumuló desesperanza e indignación.

No, no fueron treinta pesos. Fue la precariedad en los empleos; fue que la posibilidad de acceder al estudio, a la salud y a la vivienda significara hipotecar la vida o, simplemente, no tenerlas; fue que la hora de la jubilación significará para la clase media pasar a ser pobre y para los pobres, serlo aún más.

Fue, en definitiva, la construcción de tres mundos: el oasis bello, cómodo, moderno, seguro y hasta con su propia justicia para el 1% de la población; el mundo de la mayoría, un espejismo cuyo delicado equilibrio se rompe con una enfermedad, con la vejez o la cesantía y ese mundo, que nadie quiso ver, de la simple y llana pobreza con viviendas indignas, barrios invivibles e inseguros en el que el más ambicioso proyecto de vida es tener comida en la mesa.

¿Quiénes son los responsables? La clase política y empresarial sin lugar a dudas.

La política, porque se puso al servicio del poder y de proteger un sistema que, en los números, daba.

La empresarial, porque nunca quiso revisar ni ceder ninguno de los pilares del sistema económico, social y cultural que la dictadura militar diseñó para su beneficio. Se impuso la teoría del chorreo, que nunca pasó de ser eso, teoría.

Más aún, esa misma clase se aseguró que la arquitectura basal de su poder se mantuviera inalterable, cooptando al poder político, para impedir la introducción de cualquier elemento que mejorara las condiciones de vida del pueblo trabajador porque podía “afectar la economía”, no la del país, la suya.

Hoy, todos se declaran sorprendidos. ¿Qué esperaban? Sembraron y abonaron esta indignación con cada abuso como los casos Penta, Soquimich, Sernapesca, la Polar, y perdonazo a Johnson; con la colusión de los adalides del “libre mercado” en los casos de farmacias, el confort, los pollos y quizás cuantos más que no conocemos; con la depredación de riquezas naturales, la captura del agua, la creación de zonas de sacrificio que son, en definitiva, seres humanos sacrificados; con las leyes amañadas (pesca, medio ambiente, laborales); con el maltrato, arribismo y desdén de quienes se ven a sí mismos como seres con derecho divino al privilegio ¿se acuerdan del “se me van de mi jardín”?

Quienes “lo dijimos” también tenemos responsabilidad, porque fuimos incapaces de dar el paso siguiente, cuando no denunciamos con fuerza el nepotismo insoportable, canchero, seguro de si mismo; cuando no expusimos al que afirmaba que los partidos políticos no eran agencia de empleo, salvo para sus familiares y amigos; cuando sospechamos que algo no estaba bien al conocer estilos de vida exuberantes y no lo hicimos notar; cuando no protestamos al ver que ciertos personajes pasaban de ejercer cargos en ministerios o servicios para transformarse en directores de empresas que antes debieron fiscalizar.

Los autoflagelantes fuimos hoy superados y me alegro de ello. Me alegro de una juventud sin miedo, con argumentos, que lee y analiza, que no está dispuesta a más de lo mismo y para quienes el BASTA a la precariedad y el abuso constituyen el eje de esta revolución de la dignidad.

¿Cómo vamos a terminar? No sé. Espero que de la mejor manera. Por lo pronto seguiré marchando cuando a mi washapps llegue alguna convocatoria; participando de cabildos abiertos y de la consulta ciudadana que harán alcaldes de todos los signos (7 y 8 de diciembre) y que demostraron en esta circunstancia, tener una mejor sintonía con el pueblo.

Superados, sí; superada también. En algún momento pensé que no vería este momento. Sorprendida, pero felizmente sorprendida de un pueblo que despertó y al que no adormecerán con maquillajes. El gatopardismo en esta oportunidad no servirá.

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