A propósito de legados, otra tarea pendiente

Mucho se ha hablado, a raíz del cambio presidencial, del legado de la ahora ex Presidenta Bachelet. Algunos reconocen que estas transformaciones profundas darán sus frutos y réditos en el largo plazo, pues ya están implementándose y algunas, simplemente, son irreversibles.

Como hace unas semanas señalo la BBC, y cito textual, “pocos disputan que el segundo mandato de Bachelet ha sido el más transformador en la historia reciente de Chile, por sus reformas a un modelo de país que seguía arrastrando la herencia del régimen militar de los años 80”.

En los Estados Unidos, por lo general y dado que los presidentes pueden reelegirse sólo una vez, el segundo periodo constituye una especie de referéndum, es decir, una instancia para evaluar si lo están haciendo bien o no. La lógica política es que reelijan al presidente, y los segundos periodos van llenos de signos y acciones que constituyen el legado del presidente.

Es así que, con mayor o menor éxito, los presidentes dejan estampadas en la historia reformas y cambios sociales, lo que sumado a una política internacional activa, configuran características propias de quienes detentan el poder político.

Si miramos a los países de América del Norte y Europa, vemos que existen grandes legados personales, pero no sólo de las clases políticas, sino también de un sector privado activo, comprometido, y sobre todo, encadenado con una convicción del proyecto social y comunitario que se ejerce en sus propias naciones.

Podemos encontrar grandes legados en lo social y cultural de filántropos, que si bien, podrían ser un último suspiro de egocentrismo, son legados que benefician a la sociedad en su conjunto, como la construcción de museos u obras de arte para ser exhibidas. De una u otra forma estos “mecenas” procuran devolverle al país lo mucho que recibieron del suyo propio.

En Chile, la situación y relación de los grupos más ricos es práctica y diametralmente diferente: el legado personal y empresarial sólo se circunscribe a “generar trabajo”, olvidando que esta es una retribución a veces mínima, ya que sin la necesaria distribución equitativa de los recursos, carecen de valor, y más aún, de justicia.

A mi juicio, en nuestro país son pocos los legados reconocibles, casi contados con los dedos de una mano, entendiendo por supuesto, que un centro de madres, un consultorio, una nueva escuela rural o un club de la tercera edad son, más que legados, visiones verticales que se convierten en obras de caridad que no constituyen ninguna transcendencia social y cultural en Chile. Es por eso que si revisamos temas como la herencia social, podemos encontrar escasas obras que pueden trascender en nuestra comunidad.

Pecando de olvidar algunas, quisiera reconocer grandes obras que a mi juicio trascienden las aspiraciones personales, y evitan caer en la trampa de la caridad. El resto deberían ser meras conclusiones del lector.

En primer lugar, mencionaría la Universidad Técnica Federico Santa María, plantel que al alero de una notable visión de futuro, se erige con una obra de tal trascendencia que hasta el día de hoy se destaca por su aporte social y educacional, la excelencia en el campo de la educación y el conocimiento, buscando también que la formación superior llegara a los sectores de menor cobertura de enseñanza y de escasos recursos del país.

Su fundador, Federico Santa María, quien a pesar de haber hecho su fortuna en Europa (con una ética empresarial intachable), fue enfático, y en su testamento señaló “es el deber de las clases pudientes contribuir con el desarrollo intelectual del proletariado”. Donó toda su fortuna a esta causa.

El segundo sería el empresario y ecologista estadounidense Douglas Tompkins. Quien cuando comenzó a comprar tierras en el extremo sur, muchos miramos, ­me incluyo, con desconfianza y recelo, es más, incluso cuestionamos sus operaciones desde el punto de vista de la geopolítica de nuestro país. Pues bien, su legado fue la donación más grande de tierras en Chile, con más de 400 mil hectáreas para hacer tres parques nacionales.

En tercer lugar, y no menos importante, es el financiamiento de la construcción de la última etapa de la Posta Central, que efectuó Monseñor Sergio Valech, quien si bien no tenía mayor fortuna familiar, decidió legar lo propio con el fin de darle al centro de salud mayor dignidad para la atención médica de los sectores más vulnerables.

Creo que sería largo mencionar a los grandes filántropos a nivel mundial, sin embargo, queda aún el desafío para nuestro sector privado de dejar un legado que contribuya a una zona, región o quizás al país completo, en una redistribución que tome forma de arte, cultura, educación, salud y otros tantos sectores que tienen carencias y que el Estado no ha podido resolver, pero que el legado de nuestros ricos sí puede contribuir.

Creo que hoy existen esfuerzos por aportar a la sociedad por parte de empresas, especialmente e incipientes, las del sector minero, pero la visión cooperativa de las personas de mayores recursos en nuestro país aún está al debe.

Creo que es legítimo dejar legados económicos a los descendientes, pero también es necesario tener la convicción de un proyecto social común y el rol que juegan sus diferentes actores en el.

Nadie puede restarse a la hora de construir una sociedad donde no sólo el Estado, sino todos, deben comprometerse a un crecimiento más armónico. Las visiones sesgadas e individualistas no sólo aumentan la brecha de desigualdad económica, sino peor aún, la brecha cultural y social que cargamos desde la propia época de nuestra Colonia.

Desde Facebook:

Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado