Hay voces, y no son pocas, que abogan porque los seis puntos porcentuales de capitalización adicional, que se proponen en la nueva ley de pensiones que se discute en el Congreso, vayan exclusivamente a capitalización individual. Más allá de las complejas consideraciones políticas, ideológicas o técnicas de la discusión de la reforma previsional, lo que queremos proponer aquí es una reflexión acerca del fundamento más profundo que subyace al argumento del 6% individual.
Básicamente, lo que se afirma, en palabras sencillas, con que ese 6% sea sólo individual es "yo me preocupo de lo mío, de disponer de los frutos de mi trabajo para mi pensión y todo lo demás no me importa".
Se defiende el propio ingreso y el relato es más o menos "yo gano mi dinero con mi trabajo y esfuerzo y lo que ahorre es mío; lo que capitalice es para mi jubilación y si queda algo es para mis herederos. No tengo ninguna responsabilidad por el resto, allá ellos como capitalizan ahorros, si los tienen. Cada uno es responsable de lo que hace con su plata. Mi plata es mía y el Estado, ni nadie, me puede decir qué tengo que hacer con ella2.
Este relato ha sido machaconamente empleado en debates, manifestaciones y slogans como ¡Con mi plata No!; y se fundamenta en una visión individualista. Se trata de un individualismo propietarista y exacerbado, un leitmotiv del modelo neoliberal de desarrollo que nos rige desde hace más de cuatro décadas.
En términos del relato, oficial y elaborado, se trata del principio de la libertad individual que privilegia los derechos, la libertad, la propiedad privada y la autonomía de los individuos frente a las restricciones impuestas por el Estado, la religión o cualquier colectividad. Este principio subraya que el individuo tiene un valor intrínseco en la sociedad y por ello su libertad debe ser protegida como un fin en sí mismo.
Llevados esos argumentos al debate previsional se afirma que el esfuerzo del trabajador irá a un fondo previsional solidario y no para beneficio propio; que cada trabajador al final recibirá menos pensiones; que no serán heredables; que los fondos solidarios serán manipulados por el Estado o el gobierno de turno; que los jóvenes serían los que más perderían montos de jubilación en el futuro; que no serán las empresas sino el propio trabajador quien pagará la cotización adicional.
Nuestra intención no es entrar en el detalle del debate y sus tecnicismos. Lo relevante y de fondo es que todos esos argumentos giran en torno a la idea central de que es el individuo el que dispone de su propia jubilación con su esfuerzo y que no tiene nada que ver con las jubilaciones de otros, ni con la situación generada por desigualdades, o la situación de las mujeres, o de los más vulnerables. Dicho en lenguaje sencillo: "Yo quiero tener la mejor jubilación posible y los demás no me importan".
La pregunta de fondo es ¿qué tipo de sociedad estamos construyendo en base a estos argumentos? ¿En base a qué tipo de fundamentos se legitiman las leyes que los legisladores están formulando?
Es muy conocida la anécdota de que, en una ocasión, Margaret Mead, una antropóloga famosa, fue interrogada por una estudiante sobre qué consideraba ella como el primer indicio de civilización en la historia de la humanidad. La estudiante esperaba que Mead mencionara anzuelos, vasijas de barro o piedras talladas para moler. Sin embargo, para su sorpresa, Mead afirmó que el primer signo de civilización en las culturas antiguas era un fémur fracturado que había sanado.
Mead explicó que, en el reino animal, sobrevivir a una fractura de fémur es prácticamente imposible, ya que la víctima se convierte rápidamente en presa de depredadores. Además, un animal herido no puede buscar agua en el río ni procurarse alimento. Un fémur roto que ha sanado demuestra que alguien se ocupó de cuidar al herido hasta su recuperación. Ayudar a otros a superar dificultades, explicó Mead, marca el inicio de la civilización.
No es por nada que las grandes religiones mundiales, todas ellas, promueven de distintas maneras el amor al prójimo, que debe traducirse en formas de preocupación y apoyo hacia el otro. A pesar de las diferencias en su formulación o aplicación, el principio común subraya la interconexión de la humanidad y la importancia de tratar a los demás con solidaridad y compasión.
Durkheim, gran sociólogo de inicios del siglo XX, destacó la importancia de la integración social definida como el grado en que los individuos están conectados y vinculados con el conjunto de la sociedad. Para él, una sociedad funcional requiere que sus miembros compartan valores, normas y creencias comunes que fomenten la solidaridad y la cooperación. La construcción de normas sociales que garanticen el equilibrio entre libertad individual y cohesión social es fundamental para la sobrevivencia de la misma sociedad. Sin estos mecanismos, la sociedad corre el riesgo de fragmentarse, cayendo en un individualismo extremo, que puede llevar al desorden y a la anomia.
Un claro ejemplo de tendencia a la disolución social, o falta de cohesión social, diría Durkheim, es cómo la cultura del individualismo egoísta incentiva la búsqueda de la satisfacción individual del placer, el bienestar y la felicidad propia, incluso a costa de los demás. En términos sociológicos aquí radica un caldo de cultivo muy favorable (no el único) para la corrupción, de una parte, o el crimen y las drogas, de otra.
La promoción del individualismo egoísta, "yo me hago cargo de mis ingresos y de mis ahorros previsionales, y nadie me dice que hacer con ellos", podría estar incubando una "cultura del individualismo exacerbado" donde cada uno hace lo suyo sin importar lo que hacen los demás.
Este tipo de individualismo, operando en el largo plazo, corre el riesgo de generar, a nivel de interacciones pragmáticas y funcionales, un "efecto Kessler" en el plano social. Este efecto, propuesto por el científico y astrónomo de la NASA Donald J. Kessler en 1978, describe un escenario hipotético en el que la densidad de los objetos en la órbita terrestre baja alcanza un punto crítico donde las colisiones entre satélites artificiales generan una reacción en cadena. Estas colisiones liberarían desechos espaciales adicionales que, a su vez, provocarían más colisiones generando el caos. Actualmente, los científicos están preocupados porque cada día crece la probabilidad de que esta situación se haga realidad.
En esta situación cada fragmento de satélite artificial sigue su propia trayectoria sin importar la de los demás, como con el individualismo extremo. El resultado a la larga, tal como se ha calculado, es la inevitable colisión por la ausencia de regulaciones, afectando gravemente las comunicaciones planetarias.
Los líderes de la sociedad tienen la responsabilidad de mostrar caminos que apunten a construir una sociedad sana y evitar mostrar sendas que lleven a la destrucción progresiva del pacto social. La señal de que debe haber un monto solidario (cualquiera que sea su forma u administración) que apunte a la redistribución, la equidad de género y el alivio de la situación de los más vulnerables, es un potente vector de reconstrucción de normas societales que reconstruyen el lazo social deteriorado. La negación de principios de solidaridad en cuanto al régimen de pensiones atenta contra los fundamentos mismos de la sociedad civilizada que debe cuidar a sus ciudadanos y en especial a los menos favorecidos en sus últimos años de vida.
Que quede claro: No estamos firmando que si se aprueba el 6% de capitalización individual la sociedad se acaba. Estamos afirmando que el argumento detrás de esa figura atenta contra los fundamentos de la sociedad misma. Está bien afirmar la libertad de las personas, el derecho que tienen a sus ingresos y sus ahorros, pero nunca debe perderse de vista que el olvido del bien común, de los lazos solidarios que construyen la sociedad, y de la necesidad de normas reguladoras por sobre los individuos, puede llevar a la anomia y a la disolución de los lazos que fundamentan la misma sociedad.
Cuando la sociedad se aferra al individualismo como principio absoluto se está disparando en los pies, dado que en el largo plazo dicho principio tiende a la fragmentación y a la disolución de la misma sociedad.
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