¡Chile está primero!

Inevitablemente, el mes de septiembre me hace rememorar los altos y bajos, aciertos y errores de las últimas décadas. En 1969, a los 13 años, ingresé a la Juventud Socialista y adquirí conciencia política. Por eso, el núcleo vital de mi memoria histórica interactúa con la brega de la izquierda chilena por la libertad y la democracia... y el recuerdo de los caídos, los luchadores -hombres y mujeres- que fueron arrasados por el fascismo.

Entonces, en el periodo 69-70, Chile vivía una nueva campaña presidencial, las opciones eran Allende por la izquierda, agrupada en la Unidad Popular, y por la centroizquierda Tomic, líder de la Democracia Cristiana. Ambos reunían dos tercios del padrón electoral y la derecha, unida por un férreo conservadurismo antipopular, levantó una vez más a Jorge Alessandri, un empresario de corte nítidamente oligárquico, debilitado por el ascenso del campesinado, las luchas estudiantiles y las movilizaciones obreras, aunque ese sector mantenía el tercio electoral restante. Era el tiempo de los "tres tercios" que marcaban y decidían el curso de la política nacional.

Los partidos eran fuertes organizaciones con raíces profundas en la realidad social de entonces, así fluía el chauvinismo partidario, un factor que distanciaba a la izquierda, agrupada en la Unidad Popular, de la Democracia Cristiana, muchas veces la militancia precoz o sin madurez, se convertía en infecundo sectarismo, no obstante ello, la sindicalización campesina y la reforma agraria constituyeron reformas estructurales que unieron a las fuerzas populares y desataron la ira de la derecha que, desde la independencia nacional, representaba a la oligarquía agraria. Asimismo, Allende y Tomic eran tenaces partidarios de la nacionalización del cobre y las riquezas básicas de Chile.

Esa era la mayoría nacional de entonces. Por eso, cuando Salvador Allende ganó la primera vuelta de las elecciones presidenciales, el 4 de septiembre de 1970, inmediatamente su triunfo fue reconocido por Radomiro Tomic, el abanderado de la Democracia Cristiana. El país se había pronunciado por el cambio social y esa voluntad debía ser respetada. En ese minuto, la izquierda y el centro en conjunto lograron paralizar el plan desestabilizador de la ultraderecha.

Pero la derecha oligárquica ya conspiraba con el apoyo de los Estados Unidos, y un comando de jóvenes provenientes de la más rancia oligarquía recibió de la CIA armas y logística para atacar al general René Schneider, comandante en jefe del Ejército, desencadenando el asesinato de la máxima autoridad institucional castrense. El brutal crimen de Schneider aisló a la derecha golpista y el Congreso Pleno, con los votos de la Unidad Popular y la Democracia Cristiana, proclamó a Salvador Allende como Presidente de Chile, mandato que asumió el 3 de noviembre, iniciándose una nueva etapa en la historia de la nación chilena.

El pueblo vibró profundamente con los logros alcanzados por el gobierno popular, sin embargo, la acción desestabilizadora orquestada por el capital foráneo, así como graves errores en la economía, fueron debilitando las bases de sustentación del proceso de transformaciones, hasta que el fascismo entró a actuar abiertamente. Así, finalmente el 11 de septiembre de 1973 se desató la barbarie golpista que derrocó a Salvador Allende, derrumbando el régimen democrático del país.

El 11 de septiembre no solo cayó el gobierno, también a Chile le fue arrebatada la democracia para implantar la regresión social y económica con el dogma neoliberal como base ideológica. Para conseguirlo la dictadura persiguió implacablemente a los partidos y organizaciones del movimiento popular. Los derechos humanos fueron aplastados. El drama de los detenidos desaparecidos permanece sin que la verdad y la justicia puedan esclarecerlo. Sin embargo, la unidad social y política del pueblo derrotó a la dictadura en el plebiscito del 5 de octubre de 1988, abriéndose el camino para la reimplantación de la democracia. La transición chilena avanzó mucho más lento que en otras experiencias, pero no cabe duda, que el restablecimiento de la democracia se logró efectivamente.

A las ideas más radicalizadas en la izquierda les ha fastidiado la lentitud de los cambios, como si fuera cosa de pedir y hacer, les desagrada la tarea de construir las mayorías necesarias, indispensables para avanzar tanto social como institucionalmente.

Con otra mirada estratégica, la tarea del socialismo chileno ha sido bregar por mantener vigente a la izquierda como fuerza de gobierno. Así, desde 1990 con Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet, aun cuando los hechos históricos generaron escenarios imprevistos, estuvimos donde debíamos estar: en la tarea esencial de afianzar el régimen democrático, y también, desde el 2022 con el Presidente Boric, aceptando la invitación que él nos formulara, ensanchando la base de sustentación de su gobierno para asegurar la gobernabilidad democrática, después del estallido social y la pandemia.

Esa decisión estratégica, de bregar y ocupar los espacios conquistados, ha sido una tarea de coherente responsabilidad política desde que se recuperó el gobierno civil en Chile, con vistas a doblegar la oposición de las clases dominantes al ejercicio pleno del pluralismo. El derecho de las clases populares a gobernar en democracia es irrenunciable. Sin ese esfuerzo se habrían incrementado y facilitado las presiones para excluir a la izquierda.

La derecha pretende eludir que la dictadura fue un régimen cruel, implacable, sobretodo lo niegan aquellos que hicieron enormes fortunas bajo ese régimen despótico, ahora bien, hoy lo más preocupante es que la ultraderecha ha crecido electoralmente y su objetivo es la regresión al modelo original, impuesto por Pinochet.

En América Latina, hay casos en que la ultraderecha llego a la presidencia ganando elecciones, pero luego burlo la institucionalidad instalando, con respaldo castrense, dictaduras de triste recuerdo como la de Bordaberry en Uruguay o la de Fujimori en Perú. Hay pinochetistas en Chile que observan la situación política con esa perspectiva. Ese es el peligro que, nuevamente, el pueblo chileno unido debe ser capaz de derrotar.

Ante ello, hay que evitar pugnas estériles o divisiones injustificadas, hay que trabajar por el bien de Chile y poner lo que nos une por sobre lo que nos separa. También ejercer y respetar la diversidad en nuestra alternativa es fundamental. La unidad por Chile. Esa es la prueba de madurez que debemos dar en esta campaña electoral.

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