Derecha, de autoflagelantes a articuladores

No pocas veces escuchamos que lo peor que le podía pasar a la centro-derecha era ganar las elecciones presidenciales del 2017. El argumento era sencillo, el sector no había sido capaz de articular una alternativa política como oposición y muy difícilmente lo iba a lograr siendo gobierno. Después de todo, la reinvención suele alcanzarse en medio de los fracasos y no en medio de los éxitos, decían. El triunfo conforma, lleva a la evasión de las tareas importantes y, muchas veces, a la debacle.

Pero el presidente Piñera ganó. Quizás por un excelente trabajo electoral y quizás por las debilidades propias del rival. Aunque la falta de proyecto en el sector parecía evidente, al otro lado de la vereda pasaban por problemas incluso más urgentes. Llegó así La Moneda, el triunfo y, con ello, cierto conformismo político. Esta realidad se leía con naturalidad en los primeros meses del gobierno. Las discusiones difícilmente eran enfrentadas con convicción e ideas, sino más bien con frases tipo, “entonces ganen las próximas elecciones”. Como si eso, por si sólo, justificara un proyecto político… ganar las próximas elecciones.

En ese escenario, diversos actores comenzaron a asumir un particular rol en el sector. Columnistas, intelectuales y autoridades instalaban temas que incomodaban, aportando un espesor intelectual y político que, bien encauzado, podía llevar al progreso de Chile Vamos. En tiempos de calma, estas intervenciones eran especialmente valiosas. El propósito era “evidenciar las tensiones propias del sector”, como me explicaba magistralmente un amigo. Pero llegó octubre, la violencia y la pandemia. Llegó la crisis. Llegó el caos.

¿Y qué hacer en el caos?  Luego de las primeras manifestaciones masivas y observando el errático accionar del gobierno, parecía claro que proyecto aún no había.

Sin embargo, “evidenciar las tensiones propias del sector”, esa estrategia que tanto valor tenía en tiempos de estabilidad, parecía ser insuficiente en época de crisis, cuando las desavenencias ya se hacían insostenibles.

Y así, de un minuto a otro, quienes sostenían las discusiones relevantes de la derecha se enfrentaban al riesgo de transformarse en los nuevos “autoflagelantes” de Chile Vamos.

La forma en que se llevó a cabo el debate del 10% de las pensiones grafica este punto. Aunque muchos análisis se han centrado en la dicotomía entre elite vs pueblo y en el eventual surgimiento de retóricas populistas, existen otros elementos prácticos, quizás menos importantes, pero más urgentes, que deben ser considerados.

Las coaliciones políticas suelen fundarse en valores comunes y en relaciones de confianza. Desde allí se construye y destruye. Eso permite la existencia de “autoflagelantes”, de conflictos y de progreso.

Pero hoy, sin embargo, parecen no existir esas bases subyacentes en que se sustenta cualquier proyecto político. Por lo mismo, los desacuerdos se vuelven dogmáticos y aparece el maniqueísmo. ¿Qué tipo de diálogo puede existir allí?

Si hubiese algún pilar desde donde agarrarse, explotar las desavenencias podría ser una válida alternativa. Pero, hasta el minuto, ese pilar no existe. Quienes pretendan, entonces, empujar una articulación efectiva del sector deberán comprender que el desafío será más complejo.

El caos por el caos, en épocas de crisis, lleva usualmente al desastre, no al aprendizaje. Por lo mismo, la principal (quizás única) labor del sector debiese ser construir un mínimo común que permita que los desacuerdos se transformen en progreso.

No hablo ni siquiera de un proyecto político, sino simplemente de forjar relaciones humanas que permitan alcanzar algún nivel de complicidad.

Desde allí, los autoflagelantes del sector devendrían en articuladores efectivos. Desde el debate dogmático y desequilibrado, difícil.

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