Dos biografías, dos ideas de país

A pocas horas de la segunda vuelta presidencial, la derecha instala dos ideas: sería un milagro ganar a Michelle Bachelet, y todos sabemos que los milagros, si los hay, son escasos, y la otra, habla de la legitimidad de quien sea elegida si hay un aumento de la abstención respecto de la primera vuelta.

Esta última es contradictoria con el objetivo que Matthei y su comando se han trazado , con el 1+1, lograr que voten por Matthei el doble de los electores de la primera vuelta para alcanzar el 50% y ganar la elección presidencial.

Por tanto, si hay mayor abstención este 15 de diciembre, ella corre por cuenta de la derecha incapaz de movilizar a su propio electorado que en las municipales y parlamentarias obtiene entre un 8 y un 12% más del magro 25% de Matthei en la primera vuelta.

No hay un tema de legitimidad de quien sea elegida en segunda vuelta y esta afirmación aparece más como otra de las múltiples maniobras del juego sucio, con que Matthei ha marcado su campaña para intentar ensombrecer el triunfo de Michelle Bachelet.

Como bien dice el analista René Jofré, la segunda vuelta no es una elección nueva, es una continuación, la segunda parte de una misma elección, donde Bachelet ya obtuvo un 46,7%, 22 puntos más que Matthei, y donde votaron el 55% de los electores posibles, descontados, de un padrón no depurado, las personas fallecidas y los chilenos inscritos que residen fuera de Chile y que, dado que la propia derecha ha impedido hasta ahora una ley que permita el voto en el exterior, no podrán sufragar en estas elecciones presidenciales.

Las candidatas que disputan la presidencia adquieren la calidad de tales en la primera vuelta y, por tanto, la segunda vuelta, el ballotage, es siempre una segunda parte que se dirime con quien tenga más del 50% de los votos válidamente emitidos. René Jofré agrega que ello está además solventado en la conquista de una mayoría en ambas ramas del Congreso Nacional por parte de la Nueva Mayoría.

Es sabido que en países con voto voluntario, son 95 en el mundo, hay una mayor abstención y ello no deslegitima la elección de los presidentes porque quien no vota expresa una protesta, su indiferencia, su malestar o una pereza electoral, pero no concurriendo de alguna manera acepta, valida, que quienes sí lo hacen, decidan.

De hecho en Portugal, Aníbal Cavaco fue elegido en una elección donde participaron solo el 46% de los electores. En Austria Heinz Fischer fue elegido con el 79% de los votos pero sufragó solo el 49% de los electores, en Polonia votó el 46%, en Colombia el 49% y en España las encuestas dicen que podría producirse una abstención histórica donde vote un tercio del electorado.

Se trata de un dato tendencial en democracias que no logran conectar o dar confianza a la mayoría de los ciudadanos. Es un fenómeno complejo que va mucho más allá de si el voto es o no voluntario.

Ciertamente, en una segunda vuelta donde una candidata se presenta con un 46,7 y otra con un 25% obtenido en primera vuelta, cifras extrañas a un ballotage, puede haber menos interés en electores que estiman que la elección ya está decidida.

Sobre todo cuando la mayor parte de los electores de los 7 candidatos que quedaron atrás tienen una tendencia a favor de Michelle Bachelet o, un par de ellos, han llamado a abstenerse, dejando a la candidata Matthei con un margen casi nulo de crecimiento en los 6.7 millones de personas que ya votaron.

Lo principal es que este domingo se enfrentan dos biografías y dos visiones de país muy distintas.

Evelyn Matthei representa a la vieja derecha y es impuesta por la UDI como candidata presidencial en la cuarta opción, sin haber participado en las primarias y despojando así a Andrés Allamand que era obviamente el candidato legítimo después de la bajada dolorosa de Pablo Longueira.

Hija de un miembro de la junta militar, vota y es rostro activo del SI en el plebiscito y, por tanto, sufraga a favor de que Pinochet permaneciera en el poder hasta 1997.Es símbolo de lo que Piñera llamaría los “cómplices pasivos” de la dictadura.

Su vida política ha estado marcada por hechos bochornosos, por participar en montajes en los años 90 para destruir políticamente a sus adversarios dentro de su propio partido, incluido al propio Presidente de la República.

Nadie podía pensar que, al cumplirse 40 años del golpe militar, que el país vivió con una liberadora expresión comunicacional y con especial emoción, esto no afectaría la imagen de una candidata que es hija de la dictadura en su sentido más estricto y que no se restarían de su campaña, como ha ocurrido, quienes en la derecha han sido víctimas de sus maniobras.

El Presidente Piñera apoyó su proclamación como candidata presidencial, pero ello es visto más bien como una decisión de quemar una carta, frente a una derrota evaluada como irreversible, y dejar el camino abierto al propio presidente que saca con la derrota de Matthei no solo a ella del juego sino a los líderes de la UDI que no tienen hoy un liderazgo capaz de constituirse en una alternativa viable para el 2017.

La política como maniobra, tan característica de Matthei, esta vez se ha vuelto contra ella y son innumerables los gestos del Presidente, de parlamentarios y líderes de RN, que cada día dificultan, opacan, contradicen, una candidatura nacida en la ilegitimidad en su sector, que nunca ha logrado colocar ideas programáticas que muestren que en la derecha se abre una expectativa nueva.

No bastaba, en segunda vuelta, con sacar a Lavín del control de la campaña y entregarla a Evopoli y a un grupo de líderes jóvenes que no tienen raigambre e influencia real en los partidos y en el electorado de la derecha, para cambiar la imagen que los electores tienen de una candidata agresiva y derrotada.

Matthei, que ha enfrentado, y este es su mérito, con viento y marea una campaña electoral en las peores condiciones políticas históricamente conocidas dentro de la derecha, ha terminado recurriendo a la vieja campaña del terror y , tal vez, el hecho más bochornoso y risible es el intento de colocar a Bachelet en la Alemania del muro, como la llama, y a ella como la Merkel chilena, sin reparar que su programa y ella misma como figura es la antípoda de la líder alemana y que Merkel encabezará, después de su reciente triunfo electoral, un nuevo gobierno con la socialdemocracia con un programa que recoge aspiraciones del mundo sindical y verde al cual Matthei jamás adheriría.

El periodismo se ha encargado de colocar al desnudo esta falacia y Bachelet no ha tenido que molestarse siquiera en responderle.

Matthei no es la continuidad ni siquiera de Piñera. Su programa es más conservador y no da cuenta, culturalmente, de los cambios que el país ha experimentado en su subjetividad en estos años.

Mientras en las encuestas el 74% de los chilenos, muchos por tanto electores de derecha, se pronuncian a favor de un cambio constitucional, ella sostiene que eso es una tontera que no tiene ninguna importancia.

Es decir, tener una Constitución moderna, legítima, que nos represente a todos, que cancele la herencia institucional que aún resta de la dictadura, no tiene cabida en su pensamiento. Ello es coherente con su postura que lo que hubo en Chile fue un régimen militar y no una dictadura y en la negación de ella está su intrínseca adhesión a una idea de democracia restringida y de un modelo económico concentrador de la riqueza y abusivo que la dictadura y la derecha dura han impuesto al país.

Matthei se enfrenta a Michelle Bachelet que tiene una biografía y un programa completamente distinto.

Su padre, general de la República, fue asesinado por la dictadura, ella y su madre fueron encarceladas, torturadas y exiliadas y ha sido una mujer que ha demostrado un sólido apego a la ética pública y al reencuentro de los chilenos en cada uno de sus gestos. Michelle volverá a ser Presidenta de Chile porque la sociedad así lo ha impuesto.

Su programa es el más avanzado de los planteados por la Concertación, hoy ampliada a Nueva Mayoría, pero es realista porque se adecua a los tiempos.

Una reforma tributaria tiene hoy plena legitimidad en la sociedad y los propios empresarios saben que la desigualdad es un peso en el cuello de botella que el país tiene para alcanzar su desarrollo y que esto si no se enfrenta hoy o mañana Chile será escenario de grandes revueltas sociales.

El país apoya una reforma que garantice gratuidad y calidad para todos, cualquiera sea el lugar de origen de un estudiante. Detrás de ello hay no solo un tema económico sino básicamente filosófico, de integración social en un país profundamente desigual.

El país necesita una Nueva Constitución como condición para proyectarse al futuro como una democracia sólida y participativa.

Esto es lo que está en juego este 15 de diciembre. Dos biografías, dos programas. O seguir anclados al pasado o construir, con la inmensa mayoría, un cambio profundo, estructural, con gobernabilidad ya que ambas, el cambio y la gobernabilidad, son condiciones para progresar como país.

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