La interminable discusión social y política de la reforma del sistema de pensiones en Chile, que abarca décadas, desde el retorno de la democracia, conlleva la decisión de si hay o no voluntad de que el Estado actúe en pos de la solidaridad en la comunidad nacional.
Los sectores mercantilistas se la juegan y se mantienen irreductibles en la posición de bloquear cualquier cambio significativo al sistema de AFP. En su modelo social y económico cumplen una función esencial: asegurar la disponibilidad necesaria de recursos en el mercado de capitales para que las más voluminosas y riesgosas inversiones sean respaldadas con el uso y manejo de los ahorros previsionales depositados por millones de trabajador@s.
Así, las AFP son esenciales para la circulación de capitales en el actual sistema, pero a costa de una pensión injusta para los jubilados, por eso son factor primordial de la incertidumbre en que sobreviven las personas mayores. Su reducido monto mensual impide la solidaridad y la dignidad porque se evapora en el presupuesto familiar.
En definitiva, las AFP financian inversiones por miles de millones en faenas productivas o de servicios, como enormes inversiones mineras o impactantes autopistas de alta velocidad, pero otorgan pensiones indignas a los dueños del capital, los jubilados.
La zozobra de las personas mayores se trasmite a las nuevas generaciones que toman nota con absoluta claridad de una amarga perspectiva, por más que coticen en su vida laboral la pensión que les espera no cubrirá sus necesidades fundamentales.
No hay solidaridad en este esquema, modelo, sistema o como se le llame. No hay ayuda mutua, cooperación, esfuerzo conjunto, en fin, no hay una gota de compromiso compartido que permita un sentido de pertenencia a una misma comunidad. Esta es una razón más de la crisis civilizacional que cruza esta etapa de la humanidad, las AFP simbolizan la máxima esencial del proyecto de la ultraderecha: cada ser humano sobrevive como puede.
La derecha, como habitualmente lo hace, encubre sus verdaderos propósitos, difunde la falsa idea que la clave de su posición es la propiedad individual de las cuentas de cada trabajador. Esa es la falacia. No es así. Los millones de cotizantes no toman las decisiones, lo hace la tecno-burocracia designada por los poderes controladores de alcance global. La propiedad pasa a ser formal, el control y la gestión se traspasa a los administradores que si hacen uso y usufructo de la riqueza acumulada.
En el torrente de recursos en circulación global a esos poderes lo que les importa es el cuantioso caudal del conjunto de los ahorros, ese potente flujo de capitales que las cuentas individuales producen y hacen posible, eso es lo que pretenden seguir lucrando en beneficio de un puñado de controladores del mercado y no en apoyo de sus auténticos dueños, los trabajadores.
En suma, la reforma de las pensiones enfrenta un reto, que es también un desafío de país: tiene valor o no que se practique la solidaridad en la comunidad nacional?, o cada persona debe rascarse con sus propias uñas hasta que ya no quede ni una gota de pertenencia a Chile como nación, posibilitando que el clima de inseguridad y violencia del crimen organizado termine devorando las energías del Estado y el desgobierno en el país.
¿Cuán profunda debe ser la crisis social para reaccionar ante las fuerzas irracionales de la violencia criminal que se fortalecen ante la ausencia de un sentido de pertenencia al país?, la seguridad social es un factor esencial para que rebrote y fluya el sentido de nación.
La derecha tuvo una dura e imprevista derrota en el reciente plebiscito del 17 de diciembre, pero no saca la conclusión esencial: no hay mayoría para una regresión autoritaria y ultraconservadora. Chile no se reduce a una feria de ventas y compras en que impera la ley de la selva, bajo el disfraz del "mercado". Un proyecto país no se limita a transacciones bursátiles e intercambios comerciales. Hay reformas sociales necesarias que concretan políticas públicas que son fundamentales para la solidaridad y la dignidad de las personas. En suma, el bloqueo conservador de las reformas le hace un gran daño a Chile.
En 2024 hay que bregar por un nuevo clima en la situación nacional para salir del inmovilismo y la intransigencia estéril. Hay que asumir el sentido común del reciente Plebiscito y avanzar en la reforma de las pensiones, una materia que es clave para la estabilidad social de hoy y del futuro. Si no hay dignidad para las personas mayores se fracturará sin remedio la comunidad nacional.
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