El capitalismo salvaje en el reino de Chile

En las lejanas comarcas del reino de Chile pocas historias reflejan con tanta crudeza los excesos del capitalismo salvaje como el caso del señor Sapre. Este relato se asemeja a un cuento de niños donde el ladrón, en lugar de ser apresado, termina burlando al juez. El señor Sapre prestaba o pagaba servicios de salud privada a la población. Durante años este señor, burlando las normativas existentes, cobró sumas excesivas a sus beneficiarios en los planes de salud privados. La Corte Suprema del reino, en defensa de los derechos vulnerados, falló a favor de los súbditos ordenando la devolución de los montos indebidamente cobrados. Sin embargo, en una trama digna de un guion kafkiano, los culpables no solo evadieron la justicia plena, sino que además fueron socorridos por el aparato político.

El señor Sapre alegó que cumplir el fallo significaría su quiebra, provocando un supuesto colapso del sistema de salud privado y una sobrecarga del sistema público. El gobierno y la oposición del reino, en una muestra de unidad inusual, promovieron una ley corta que permitió al sr. Sapre pagar su deuda en cómodas cuotas, otorgándoles hasta 13 años para cumplir su obligación. En los días siguientes se vio cómo, en una escena casi burlesca, algunas cuotas iniciales fueron de apenas 300 pesos mensuales, un pago irrisorio que desacredita cualquier noción de justicia.

Esta paradoja no es nueva en la historia del capitalismo. Ya el señor Carlos Marx a mediados del siglo XIX, y frente al capitalismo industrial sobre explotador de esos días, advirtió que la acumulación capitalista se sustentaba en la explotación de los trabajadores. La plusvalía generada por el esfuerzo humano era apropiada por los dueños del capital, asegurando así la reproducción del sistema.

El señor Max Weber, replicó en su obra clásica "La ética protestante y el espíritu del capitalismo", que el espíritu capitalista no era explotador, sino más bien producto de una ética ascética de los empresarios. Tal cual describía el ascetismo como una virtud originaria del sistema capitalista. Los empresarios acumulaban riqueza no para el derroche, sino para la reinversión y el desarrollo económico.

En la evolución del capitalismo, sobre todo bajo las políticas keynesianas de postguerra y bajo el estado de bienestar, se comienza una nueva etapa. El incremento del consumo estimulaba el crecimiento económico. Todo funcionó bien hasta que se comenzaron a evidenciar las contradicciones. El sociólogo Daniel Bell fue uno de los primeros en teorizar sobre los peligros del consumismo desmedido. La ética ascética fue desplazada por una lógica distinta, marcada por el consumismo y el individualismo utilitario que promueve la acumulación sin límites ni responsabilidades éticas.

Esta nueva etapa del capitalismo se introdujo en el reino de Chile bajo el modelo neoliberal, que ha sobrestimulado la sociedad de consumo. Se trata también del mito que circula acerca de los "éxitos económicos" en estas comarcas: Esta visión que llevó a un gobernante del reino a decir que Chile era un "oasis en América Latina". A los pocos días la población del reino estalló en protestas que desnudaron la realidad de una sociedad fracturada y cambiaron el rumbo de su historia reciente. No se debe olvidar que este consumismo es fruto de la sociedad desigual siendo Chile, todavía, uno de los casos de mayor desigualdad en América Latina y el mundo.

El señor Sapre es hijo de esta nueva época del reino. En este tipo de reino el concepto de bien común ha sido desterrado. No se habla, se prohíbe. En su lugar lo que guía las conductas y la toma de decisiones es el "interés individual" que, en el mejor de los casos, bien satisfecho, "derrocha" a los demás.

El señor Sapre encarna esta versión moderna del emprendedor en el capitalismo salvaje. En lugar de asumir la responsabilidad social empresarial, defiende un esquema que privilegia sus ganancias a expensas de los derechos y la salud de sus propios clientes. La ley corta, diseñada supuestamente para salvaguardar el sistema, terminó siendo un instrumento más para perpetuar sus privilegios.

Así, el capitalismo salvaje muestra su verdadera cara: Un sistema donde la ganancia está por encima de todo, incluso de la vida humana. Los derechos de los poderosos sobrepasan los fallos de los jueces y dejan a los ciudadanos desprotegidos, víctimas de una injusticia. La justicia, que debería proteger a los más vulnerables, ha sido socavada por la influencia del poder económico. El "ladrón de cuello y corbata" sigue operando impunemente, protegido por un sistema que legitima su codicia. ¿Cómo no va a estar resentida la gente al ver cómo sus derechos son negociados y sus recursos escasos son utilizados para pagar una deuda que no debería existir?

Este relato nos obliga a preguntarnos: ¿Qué clase de sociedad estamos construyendo cuando el robo sistemático se disfraza de legalidad y la justicia es burlada en el espectáculo del poder? La indignación es legítima, porque la dignidad humana, la justicia y la salud no deberían nunca ser mercancías en el mercado de este reino salvaje.

Consultado la IA, en el Chat GPT, acerca de este caso, siguiere remitirse a la siguiente frase emblemática del profeta Amós: "¡Ay de los que convierten el derecho en amargura y arrojan por tierra la justicia! [...] Venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias" (Amós 5:7; 2:6).

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