El deber de Michelle

Ismael Llona
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Hace dos años y 4 meses – no me gusta borrar mi historia – fui a despedir desde la calle a Michelle cuando salió de La Moneda al fin de su mandato.

No me sentía ya de la Concertación pero creí que, de esa manera, cerraba un círculo muy relevante que se había construido en la antidictadura e iniciado con el triunfo político del NO, un círculo, como muchas obras humanas, con logros históricos y deficiencias considerables, con luces y sombras.

Califiqué, entonces, su gobierno, como el único social cristiano de la historia de Chile (otro que no tocó las bases del capitalismo) y señalé que ella fue la única, en 200 años, que aplicó una política caritativa y solidaria con el prójimo, al estilo de lo que debía ser según las encíclicas sociales.

Agrego: y la práctica caritativa de los social católicos y los laicos piadosos. Manifesté que, en su gobierno, ella asumió que la economía es una sola (a nivel mundial) y que Chile está inserto en el capitalismo mundial, y pensó que, en las actuales condiciones políticas, lo más que se podía hacer era preocuparse preferentemente de los pobres, cooperar con ellos y protegerlos.

Yo habría querido mucho más – profundizar al máximo las reformas socio-económicas, denunciar las injusticias del capitalismo que vivimos y enfrentarlo, democratizar el poder, empujar en la dirección democrática y socialista- pero la gente valoró, mucho más que yo, lo hecho, e inserta, como está, en el capitalismo salvaje, vio en ella una política diferente, cercana, noble, preocupada por “la mujer del pueblo y el hombre de la calle”, como decía Allende.

Sobre su estilo de gobierno dije, hace dos años y 4 meses, que no dirigió. No ordenó como los Presidentes de la antigua república (Aguirre Cerda, Frei Montalva, Allende) y como Aylwin o Lagos, sino que fue más bien un referente, un ícono, un símbolo del feminismo sensato y un símbolo de lo justo, de lo bueno.

Creo que hoy sigue siendo ese ícono (más aún comparada con Piñera), ese símbolo de lo justo y de lo bueno, para la mayoría nacional. Es por ello que tiene el apoyo que tiene y es por ello que es muy difícil que la afecten las limitaciones e ineficiencias que tuvo su gobierno y las campañas que puedan armar sus adversarios para debilitarla o destruirla.

Un símbolo tibio en una sociedad gélida, un atributo caritativo en un mundo egoísta, son casi imposibles de derrotar.

Finalicé diciendo hace dos años y 4 meses que sin duda Michelle es una carta progresista para 2014 y una adversaria a la que Lavín, Allamand y Longueira deben temer.

Lavín fue sacado del escenario posible de 2014 por Piñera, pocos días después, cuando lo nombró ministro de Educación. A él lo reemplazó Golborne en el imaginario de derechas a raíz de su mediático papel en el rescate de los mineros. Allamand y Longueira están allí.

El centro político real (DC, PR, dirección del PS, buena parte del PPD, MEO y ahora Franco Parisi) debilitado por su fracaso, su agotamiento en la juventud y los trabajadores, o por su disgregación, a lo más puede levantar candidaturas egocéntricas y, en ese sentido, “egoístas”.

La vieja izquierda se asimiló muy rápido a la antigua política electoralista (no digo electoral) y la nueva izquierda recién nace, con muy buenas ideas y respaldo social, pero aún sin dirigentes claros (algunos muy anárquicos, otros muy disciplinados).

En ese cuadro el recuerdo de Michelle se fortalece y el disímil mundo de la oposición a la derecha balbucea por aquí y por allá, atribuyéndole a ella sus deseos y alegrándose –como no había sucedido nunca en Chile- con un gesto de ella, con un párrafo, con una carta enviada desde el exterior, que no puede ser sino aceptada, que no se discute y que no tiene otra respuesta que el aplauso más o menos caluroso.

La política está llena de símbolos y de añoranzas pero para gobernar eso no basta. Para ganar las elecciones presidenciales tal vez, incluso sí, pero para convocar a la mayoría de hoy a movilizarse y luchar por un Chile mejor hay que tener convocatoria, propuestas y programa. Y la movilización será mayor si las propuestas y el programa incluyen reformas estructurales y no sólo la atención a la injusticia del sistema.

Como en la oposición no hay hoy día una fuerza partidista o movimientista hegemónica, que los otros acepten hasta como un “mal menor”, la obligación de Michelle es aún mayor: pasar de la carta a la propuesta, bajar del símbolo a la ardua dirección, escuchar pero discernir, plantear ideas, discutirlas y convocar a la razón.Abrir y cerrar antes de mediados del próximo año la gran sesión nacional donde se discuta y apruebe el programa democrático y popular.

Que no se sigan probando el frac los que no estarán, porque les fue mal (sacaron sólo el 29 por ciento en la última presidencial y han seguido bajando) o porque aún están por verse en alcaldes, concejales e incluso congresistas, en las luchas de estudiantes, ecologistas y regionalistas, en lo que queda del corto período que resta para marzo de 2014.

Michelle tiene la palabra. Puede no contestar a la derecha, que la va a atacar con todo, y no responder tal vez es lo mejor, pero no puede callar ante la gente que la espera.

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