El dialogo aísla al pinochetismo latente

Si ya cuesta conversar con los amigos, más difícil es buscar diálogo con el adversario. El diálogo no niega el conflicto, lo procesa. En la derecha no son todos iguales. Líderes derechistas, críticos de Piñera, proclaman cierto cambio social y promueven modificar la Constitución de la dictadura que mantuvimos nosotros mismos. Una parte de la derecha se aparta públicamente de sus socios que siguen alabando el gobierno de Pinochet. Hay que buscar diálogo no solo en casa, sino en el país.

En medio de nuestro descuido de acicatear sus contradicciones secundarias, la derecha chilena apretó los dientes sobre sus diferencias y ahora en mayo enfrenta unida la elección de convencionales. Las izquierdas, quizás afiebradas por las euforias del momento, están apestadas por el virus de la centrifugación de sus fuerzas, hacia la entropía de su estancamiento. Divididas en varias listas para la Constituyente, además exhiben, para la presidencial de este fin de año, más de media docena de candidatos en guerrilla verbal pública. Es la dispersión que produjo las derrotas de 2009 y 2017, cuando la derecha eligió dos veces su Presidente de la República.

Pero junto con esta obvia necesidad política de reencontrar el diálogo, desde el centro a la izquierda, el esfuerzo indispensable, obligado, hoy está en esa batalla ideológica que puso en la agenda la movilización social en la calles y que nos obliga a todos a tomar partido ante las exigencias de cambio de fondo. ¡Ahí está el espacio para abrir diálogo! En las ideas de país. Porque pura política no es ideología. La política es la acción. La invocación de los nuevos contenidos sociales debe constituir el temario de conversación entre nosotros y con los otros. Hay que distinguir la derecha extrema, de la que se atreve al discurso de algunos cambios. Exigir sinceridad a la oratoria transformadora derechista para que pase a la acción, aprender a dialogar con ellos para separarlos de sus socios gatopardistas, ultraclasistas y facistoides.

Dialogar no tratándolos como iguales, diferenciando el bloque político electoral que constituyen hoy y evidenciar las diferencias en las ideas programáticas que se expresan en su seno.

Pero la ceguera blanquinegro de nuestra inmadurez o el alarde exhibicionista oportunista en las filas de cierta izquierda solazada en el enojo, que no distingue el adversario, que iguala a Piñera con Pinochet, que dispara al bulto, hace que el país pierda la posibilidad de aislar ese pinochetismo latente, que actualiza las fotos sepias de Pinochet en sus mesitas de noche celebrando la unidad electoral que han logrado últimamente. Sin diálogo, el país se pierde el efecto político progresista y en lo ideológico no se amplían las fuerzas que reflexionen por las ideas de cambio social.

Esto, que constituye una exigencia permanente de la dialéctica lucha política-lucha ideológica, cobrará una dimensión de excepción cuando se reúnan las personas de la Convención Constitucional que redactará la nueva Constitución. Primero porque todas la constituciones nacen en un clima de conflicto que hay que saber procesar; segundo, porque los actores saben que el debate de las ideas de país marca su identidad a muy largo plazo; tercero, porque en esa asamblea se juega la oportunidad de defender las ideas propias y escuchar, conversar, debatir, conquistar y también ceder para que no termine en suma cero conservándose la constitución de la dictadura.

El éxito de este proceso requiere cultivar la "Hipótesis del Contacto", con que pedagógicamente insiste Pedro Barría, porque sentarse uno al lado del otro produce efectos en todos los seres vivos y espero que en el sapiens chilensis sea oportunidad excepcional del diálogo de uno al lado del otro, que haría posible enfrentar de buena forma los conflictos inherentes a la escritura de una nueva Constitución y proyectar esa escucha al debate de las ideas. Este diálogo ejercido en esta hipótesis que proclama Barría en el "Club del Diálogo Constituyente", no es renunciar a lo propio, no es rendirse sino concebir la Constitución como la Carta de Todos, al contrario de lo que hizo la derecha con Guzmán-Pinochet en 1980, autoritariamente escribiendo para sí mismos, quebrando al país. Esa derecha no quería el diálogo.

El diálogo de los demócratas ordena el conflicto con sentido de comunidad, con humanismo, provocando cambios en uno mismo y en el otro.

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