La inestabilidad de la situación internacional y los terribles enfrentamientos bélicos en curso indican que el ideal de paz, justicia y libertad como fundamentos de la civilización humana no forman parte de la vida cotidiana de miles de millones de personas. En un planeta erizado de armas nucleares y de amenazas de usarlas, el término de la llamada Guerra Fría, en la frontera de los años 80-90, no trajo consigo el mundo pacífico y amistoso que se anunciaba. Al contrario, escasos años después, cruentos combates y la intervención militar de la OTAN tuvieron como resultado la desintegración de la entonces Yugoeslavia y su fragmentación en 6 nuevos Estados.
Asimismo, en el Medio Oriente, la Guerra del Golfo y la ocupación militar de Irak por los Estados Unidos detonó las guerras religiosas y civiles que sacudieron a los regímenes de la región y el terrorismo implementado por el llamado Estado Islámico destruyó países y provocó centenares de miles de muertes y millones de desplazados. También, la guerra en Afganistán provocó un número incalculable de víctimas y una atroz devastación antes, durante y después del retiro de los EE.UU., dejando el Estado en manos de los grupos más fanáticos y criminales del islamismo.
Hasta hoy, en África y Asia, innumerables países como Libia, Sudán, Etiopía, Yemen y tantos otros siguen desgarrándose en cruentas batallas por intereses ajenos que enrojecen la arena del desierto, la tierra de los campos o el asfalto de las ciudades sin que las vidas que se pierden puedan siquiera saber a qué causa, buena o mala, son ofrendadas. Los objetivos imperialistas no se frenan ante nada.
Asimismo, las luchas raciales y tribales, la intolerancia xenófoba, el ultra nacionalismo y las dictaduras militares han asolado países en los cinco continentes, desgarrando las comunidades nacionales, socavando la estabilidad democrática y desplomando Estados con un costo social imposible de medir.
Ahora bien, la invasión de Rusia a Ucrania y la devastación que ejecuta Israel en la Franja de Gaza conmueven el escenario global e indican que hay fuerzas destructivas sin límites. En particular, el pueblo palestino sufre una agresión que puede catalogarse como una terrible "limpieza étnica", cuya crueldad y criminalidad alcanza la dimensión de un genocidio, una tragedia que se tenía la esperanza no ocurriera en el siglo XXI.
La aguda inestabilidad global encuentra un aliado imprevisto en el individualismo exacerbado que invade y dispersa a las fuerzas políticas y sociales. El "yoismo" se vuelve gravitante. La cohesión se ve superada por la dispersión. Por eso, en el presente son pocos los partidos"grandes" con organización firme y de "masas". Las luchas caudillistas y el individualismo los debilitan y/o agotan. Los afanes personalistas conllevan objetivos que no coinciden con un proyecto colectivo y algunos prefieren impulsar un partido enano, pero propio y no aportar un grano de arena en una gran fuerza política. En consecuencia, hay un conjunto de factores, de la más diversa naturaleza, que desgasta y socava a las fuerzas políticas, son históricos como recientes, estructurales como también culturales y políticos.
Es un proceso difícil de revertir, que brota del complejo y contradictorio escenario histórico, desde las fuerzas políticas surgen líderes o lideresas que los representan, y una vez que adquieren vuelo hay quienes se separan, y muchas veces chocan con sus organizaciones originarias, algunos cínicamente pasan a definirse como "apolíticos". Este estilo pasó a ser un hábito y aquel que lo practica cree que puede hacer lo que quiera, provocando un desorden y un tumulto inmanejable en los conglomerados políticos.
A las guerras, pandemias y otras desgracias, se suma una "delación en las redes" que abastece a los medios hegemónicos con las "filtraciones" desde los WhatsApp, antes que las reuniones terminen, se delata lo que se trató facilitando las peores maniobras en contra de los partidos, permitiendo así que se desfigure y manipule la imagen de las fuerzas políticas de izquierda y centroizquierda.
Además, apareció el crimen organizado como factor político. Mafias criminales armadas que se sublevan contra el Estado, se llevan por delante a las policías y copan barrios populares aportando con el miedo a la ofensiva de la ultraderecha. La comunidad ve con dolor que parte de la nueva generación ya no cree que hay un futuro posible y se dejan reclutar como "soldados" por delincuentes que ofrecen dinero a raudales a cambio de una "vida corta". El Estado democrático debe resolver esta situación sin concesiones ni debilidades. Es mucho lo que se juega.
Así, mientras la globalización vive una crisis estructural sin precedentes que, teóricamente, configuraría un cuadro favorable para el avance de las fuerzas transformadoras, no se logran constituir con la fortaleza necesaria y la representatividad requerida las formaciones políticas que constituyan una alternativa que consiga encauzar la crisis hacia cambios sociales viables, pero profundos, dando respuesta a los anhelos mayoritarios, postergados, mucho tiempo.
En esa realidad, las formaciones partidarias merman su potencia y energías, al debilitarse pierden capacidad de liderar o influir en el curso de los acontecimientos y surgen las luchas fratricidas que las llevan a decaer aún más, en ese círculo vicioso pesan en grado determinante las luchas internas, el canibalismo político y la intolerancia ante el punto de vista diverso.
Esa cultura ha sido fatal en la izquierda y no se sacan ni aprenden las lecciones. Se hacen elocuentes alocuciones sobre el mundo global y el cambio social, pero sobre la marcha afloran las recriminaciones sobre quien recaigan las iras de ese minuto. Del discurso acerca del gran proyecto social se cae al irrefrenable conflicto personal.
Hay que hallar una nueva vía, esa es unirse aceptando las diferencias e inevitables divergencias, configurando un modo de convivencia con un proyecto país que logre la mayoría requerida y avance en más justicia y democracia. Sin una amplia alianza, que logre la cohesión necesaria, no habrá como reunir las mayorías suficientes y no habrá proyecto político trasformador que sea posible.
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