A Clodomiro Almeyda, en su natalicio
Actualmente, el término globalización predomina sobre el de internacionalismo, lo que no es casual. Las fuerzas económico-sociales preponderantes acentuaron su preeminencia mundial gracias a la globalización y, en consecuencia, favorecen el uso de conceptos y palabras que expresen esa dominación.
Hace ya muchos años, Marx habló de cómo la potencia del capital derrumbaba fronteras y trastocaba totalmente el orden establecido, por eso señaló que la burguesía cumplió un rol revolucionario al derribar el anquilosado régimen de servidumbre, basado en el vasallaje, el embrutecimiento y la ignorancia, y abrir paso a uno nuevo, el imperio mundial de la circulación del capital.
Ante ese giro del desarrollo humano, señaló como una de las respuestas necesarias el "internacionalismo", propiciando el entendimiento y la unidad de la acción de las organizaciones nacionales, políticas y sociales de la clase trabajadora, con el célebre llamado "proletarios de todos los países, uníos". Así, estableció las bases de una nueva utopía, una sociedad de hombres y mujeres libres en un mundo de paz y cooperación internacional.
La internacionalización del capital se convirtió en una realidad objetiva, superando los vaticinios teóricos, los más apartados rincones del planeta son alcanzados por una estructura económica interconectada que incorpora los avances tecnológicos más complejos, integrándose a escala mundial en un sistema capaz de efectuar las más diversas operaciones financieras y bursátiles en tiempo real.
Se trata de un engranaje avasallador, bajo el control de los núcleos preponderantes de los centros económicos del sistema financiero. Un puñado de controladores abarcan y someten países y regiones, incluso continentes con la circulación de enormes masas de capitales, hoy imposibles de ser reguladas en beneficio de la humanidad en su conjunto. Esta formación socioeconómica incluye además las comunicaciones intercontinentales, la digitalización de la información y la uniformidad de las manifestaciones culturales.
Es el fenómeno descrito como la globalización. Aunque hay realidades nacionales inamovibles, incluso registrándose rebrotes ultra nacionalistas combinados con el fanatismo religioso, tampoco escapan a la interconexión que creció vertiginosamente en las últimas décadas, con especial velocidad luego del fin de la Unión Soviética y la instalación del mundo unipolar que hoy se ve remecido y cuestionado por nuevos cambios en el escenario mundial.
Ese crecimiento desigual, incontrarrestable en las naciones y regiones de menor poderío, generó desequilibrios nunca antes conocidos, las naciones débiles son supeditadas, se ramifican organizaciones criminales de alcance mundial y se debilitan los Estados nacionales a través de la corrupción y el deterioro de la política. La catástrofe medioambiental producto del calentamiento global pasó a ser una dramática realidad. Los organismos internacionales no son respetados y prevalece la ley del más fuerte.
En suma, el auge y extensión del capitalismo mundial fue más fuerte y veloz que el desarrollo y maduración del movimiento socialista internacional, aunque este logró gobernar en un número considerable de países. La Unión Soviética, en los años '80, no corrigió sus deformaciones estructurales y se desplomó. Tampoco el Estado del Bienestar Social de la Social Democracia Internacional dio cuenta de las exigencias del impulso planteado por la nueva etapa del capitalismo. Así, se instaló la globalización neoliberal y no el internacionalismo. El mundo unipolar reflejó este giro mundial con los Estados Unidos en el centro de mando. La crisis global hoy cuestiona ese balance de fuerzas. Nuevos Estados reclaman ser tomados en cuenta.
En ese contexto, la guerra entre Estados (o alianzas de Estados) está pasando a ser habitual. Miles de vidas son sacrificadas y los destrozos materiales son invaluables. La guerra destruye lo que costó siglos hacer. Sin embargo, el gran objetivo de un mundo de paz, justicia y cooperación está vigente, aunque en muchos momentos y circunstancias parece imposible. No hay que renunciar.
Esa voluntad de resistir y no doblegarse ante el hegemonismo avasallador, la intolerancia y la prepotencia de las fuerzas reaccionarias, aún ante la situación más crítica y desfavorable, guio la vida del compañero Clodomiro Almeyda, un patriota ejemplar, chileno hasta la médula y eminente internacionalista.
En demasiados territorios, los pueblos se confrontan y los países se desgarran, incluso sin que los contendientes sepan por qué mueren. En el caos planetario hay centros de poder que se expanden a cualquier precio como pasa con el genocidio que ejecuta Israel en la Franja de Gaza, en contra del pueblo palestino. El propio Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres, advirtió el 7 de febrero recién pasado que "el mundo ha entrado en una era de caos".
La confrontación impulsada por grupos de ideología ultraconservadora socava la democracia, hay un viraje a la ultraderecha motivado por los más adictos al imperio de los capitales. El descalabro social les permite ganar elecciones pero no quieren democracia, no les sirve, para mantener el control de la población ante la injusticia y la desigualdad prefieren el autoritarismo y la dictadura.
Ante la crisis civilizacional no hay otra alternativa que la paz, la democracia y la cooperación, esa brega por inalcanzable que parezca es una señal de identidad irrenunciable del movimiento socialista en cualquier región o país en que exista. La humanidad no puede ni debe destruirse en la confrontación irracional de las superpotencias que lleva el riesgo de hacer uso del arma nuclear. La paz y la democracia son el camino hacia una civilización en que prevalezca la dignidad y el respeto.
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