El No de 1988 no fue fácil

Ismael Llona
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La dictadura controlaba la calle, las casas, los diarios, las radios, la tv- salvo “la franja”- y todos los municipios, todos los poderes institucionales, todos los ministerios, las intendencias, las gobernaciones, y contaba con mucho dinero.

La apoyaban las fuerzas armadas y buena parte de la banca y grandes empresas.

Los bombazos de la noche anterior, el 4 de octubre de 1988, y los apagones, trataron de detener la marea libertaria, por si acaso.

Advertían, mejor no votar, nosotros, recuerden, podemos hacer mucho daño. Lo habían hecho durante 15 años, y siguieron haciéndolo.

Pero fue en vano.

Ahora la llama era de verdad la llama de la libertad.

“A la hora del naufragio y de la oscuridad alguien te rescatará para ir cantando”.

Los cortes de la luz en la tarde y en la noche del día de la votación no importaban, no se notaban, la llama era demasiado potente. La presión en todos lados, menos.

La paz era demasiado potente y ahogaba la guerra.

La bondad y la rectitud enterraban a los degolladores.

La votación era ordenada, silenciosa, espléndida, magnífica.

Silenciosa. Por todos lados. Por todas las calles corría el silencio.

El silencio amargo de los yanaconas y el silencio maduro y solemne de los disciplinados demócratas, sumados, inundaban Santiago y las regiones, y sólo era quebrado por el rítmico canto de una mujer que nombraba los votos en una mesa rodeada de gente vigilante también silenciosa: No, Sí, Sí, No, No, No y sepultaba al tirano.

El tirano, que comenzó a vomitar y a marearse con la abrupta subida del colesterol del miedo y las palpitaciones triglicéridas, quiso resucitar en la noche, cuando Fernández y Cardemil le dieron la definitiva nueva, y ordenó a Zara estar presto con sus corvos para salir a la Alameda que estaba desierta y avalanzarse contra el Comando del No.

Pudo ser. Quiso ser, otro golpe de Estado. Pero la fuerza de la historia detuvo ahora el brazo de Pinochet y la disposición sanguinaria de Zara.

Ya no estaban detrás los norteamericanos (Pinochet se había transformado en un disociador traficante de armas y en 1974 había ultimado en Washington a Letelier y Moffit). Ya no había una sola voz en el alto mando, ya hasta los jarpas y los matthei querían diferenciarse, desligarse un centímetro, para que el guillotinazo de sufragios ciudadanos sólo alcanzara en el cuello al milico de los lentes oscuros, el ignorante que se creía invencible, el follón.

En la noche del 5 un pequeño grupo familiar lo celebró en casa de la Mam y de la tía, en La Cisterna, con abrazos y besos. Con cierta preocupación pero con alegría. Era lo que se denominaba una decisiva derrota táctica del fascismo. Y era un triunfo familiar.

Habían vuelto de La Habana para vivir en su patria e incorporarse a la lucha democrática desde cualquier puesto. El viejo volvió en diciembre de 1984 y estuvo en Fortín Mapocho desde 1985 a 1987; el 5 de Octubre de 1988 recién venía del Comando del No. Escribía además para Qué Hacer de Lima.

La señora volvió en septiembre de 1985 y pronto trabajó en CIASI, en equipos asesores a la resurgida CUT. Los meses anteriores a octubre hizo clases para preparar apoderados del No. Los recibió esa noche del 5 en la casa materna.

La hija, universitaria, había vuelto en febrero de 1985 y enfrentado la represión a la familia en ese año y en 1986. Ahora había colaborado, como apoderada, con la línea PPD en el plebiscito y el triunfo.

El hijo menor, apresado en una tanqueta por repartir propaganda del Primero de mayo de 1986, universitario, llegaba a casa después de un día duro de campaña comunal, codo a codo con la tía.

Y el hijo mayor, ingeniero, volvía de noche después de trabajar también un día duro en la sede del Comando del No, en el conteo de votos que llegaban por doble línea de apoderados.

Decenas de miles de chilenas y chilenos hicieron lo mismo, o más, desde la inmolación de Allende en 1973 hasta esa noche. Lo dieron todo, incluso la vida misma.

No fue fácil.

Fue el más grande triunfo democrático de la historia de Chile.

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