El rebrote extremista en la derecha

En tiempos de crisis, cuando se estremece el sistema económicosocial, brota la ultraderecha como solución mágica de problemas estructurales que, desde el poder, solo agravará con sus propuestas demagógicas, narcisistas, en ciertos casos, infantiles, ante dilemas históricos que exigen unidad, amplitud y altura de miras de los estadistas.

Así ocurrió una vez desencadenada la catástrofe civilizatoria que generó la I Guerra Mundial, con Europa en ruinas, millones de vidas destruidas en la confrontación y el impacto creado por la instauración de la Rusia soviética, vino el surgimiento del nazi fascismo y su ascensión al poder en Alemania e Italia, arrastrando tras de sí a gobernantes monárquicos y oligarcas reaccionarios de varias naciones, esa borrachera demagógica que devino en decisión expansionista condujo a la II Guerra Mundial que puso a la humanidad al borde de un colapso irreversible.

Ahora, a pocos días de asumir la Presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump, amenaza con desahuciar el Tratado Torrijos-Carter y ocupar el Canal de Panamá, tomar por imperio de la fuerza el control de Groenlandia, cambiar a su gusto el nombre del golfo de México e imponer a la Presidenta Claudia Sheinbaum políticas regresivas en la nación mexicana intentando desconocer o mediatizar su condición de Estado soberano.

Es el rebrote extremista de la ultraderecha con un discurso belicoso y un total desprecio a los procesos históricos vividos por las naciones, cuya manifestación brutal es querer borrar de un plumazo las arduas movilizaciones, rupturas y tratativas que vivió la comunidad latinoamericana, apoyando a Panamá, para llegar en el gobierno del Presidente James Carter a la firma del Tratado que reconoció la soberanía de Panamá sobre una parte de su territorio: el Canal de Panamá.

Una presentación imperialista del mismo tipo es la que se expresa hacia Groenlandia cuyo territorio forma parte del Estado de Dinamarca desde hace siglos, un tiempo tan extenso que indica una vocación imperial irrefrenable al pretender obligar a traspasar ese territorio a los Estados Unidos.

Asimismo, el mega operador financiero, Elon Musk, incorporado con grandes aspavientos al gabinete de Trump, apareciendo como hombre fuerte del núcleo de poder que asume este 20 de Enero, interviene groseramente en los asuntos internos de Alemania apoyando la postulación de la ultraderecha a los próximos comicios, instalando así el rol preponderante del extremismo xenofobo y ultra nacionalista en la Unión Europea liquidando el proyecto de lograr una Europa fuerte y unida.

En otras palabras, la ultraderecha pretende imponer globalmente los propósitos que la movilizan, en ningún caso, propone una política de diálogo democrático sea entre naciones o dentro de ellas. En América del Sur existen quienes expresan esa voluntad de confrontación, con un discurso populista y demagógico, quieren hacerse con el control de la institucionalidad para imponer esa visión totalitaria.

En nuestro país, Pinochet propulsó esa mirada totalitaria dejando admiradores, uno de ellos, el 8 del presente, fue proclamado candidato presidencial por el Partido Republicano, y hay otros caudillos autoritarios que harán lo mismo. Se trata de una copia chilena del extremismo neoliberal global que tiene la capacidad de condicionar y obligar a la propuesta de la derecha tradicional a retomar banderas extremistas, polarizando su discurso para que sus bases no se escapen hacia la ultraderecha, como ya pasó en la elección presidencial del 2021.

El extremismo neoliberal que irrumpió en los últimos años desprecia profundamente el régimen democrático. Se propone objetivos y resultados tras el dogma que les moviliza: instaurar el mercado sin regulaciones y contrapesos, jibarizar y/o suprimir el rol del Estado en cada nación. Se trata del reinado de un puñado de controladores de las mega corporaciones globales.

La ultraderecha desprecia la justicia social y descalifica el ejercicio de la voluntad colectiva que se expresa en la institucionalidad democrática, al igual que otros ultraconservadores en el pasado pretenden que la voluntad política del periodo histórico se encarne en la acción de un caudillo duro que suprime las libertades y se arroga la condición de representar la voluntad nacional, por eso, en el presente, no son una propuesta auténticamente nacional, admiran y abogan por la instauración de la supremacía de Donald Trump y Javier Milei como la expresión de la voluntad articuladora de ese proyecto totalitario de dominación global.

La eventual hegemonía de esas fuerzas extremistas en Chile conllevaría el sucesivo debilitamiento de la institucionalidad democrática. No están en condiciones de provocar una ruptura del Estado democrático, pero sí el desgaste y erosión de la legitimidad y gobernabilidad democráticas. Es lo que hacen cada día con el respaldo de un sector de los medios hegemónicos, socavar y desacreditar la democracia. A largo plazo, en su discurso aparece la perspectiva de instaurar un régimen autoritario.

Hay demócratas que piensan que para competir con la ultraderecha hay que poseer un discurso "golpeado", de "hombre fuerte", resuelto, decidido a todo. Mimetizarse con el planteamiento autoritario solo fortalecerá al extremismo de los grupos ultristas. Si se adopta la posición del adversario lo que está pasando es que se impuso el adversario.

Las fuerzas políticas de avanzada social y vocación democrática deben unirse y frenar con su entendimiento y movilización a los grupos totalitarios de ultraderecha. Por eso, a pesar de los obstáculos, es positivo que se haya retomado el diálogo entre los partidos de gobierno y la Democracia Cristiana, con vistas a los decisivos desafíos del 2025. Ese diálogo debe tener como base inamovible la no exclusión y el respeto a la diversidad.

Hoy es posible detener la locura extremista del ultra mercantilismo neoliberal, el desprecio a la justicia social y el menoscabo del ejercicio de la voluntad popular para elegir a los y las personas que asumen la responsabilidad de gobernar. Entregar el poder a mesiánicos narcisistas resultaría de un costo social incalculable a la nación chilena. Hay actuar con la responsabilidad política necesaria para no ocurra.

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