El sentido de la militancia

Uno de los aspectos que daña la democracia es un paradojal deterioro del sistema político  desde sus propios actores, quienes mayor obligación debiesen tener en su práctica diaria, se desentienden de sus limitaciones y dificultades, simulan no tener ningún tipo de responsabilidades y pasan de la desafección al deterioro de la gobernabilidad democrática. Así atacan para destruir. En otra época, este deterioro del “quehacer político” fue caldo de cultivo del fascismo en diversas realidades.

Hay quienes no trepidan en dañar o demoler la legitimidad de la política si ello conviene a sus intereses personales o de grupo y ven su propio rol individual como primordial en todo acuerdo o resolución política. Hay un conjunto de narcisismos desbocados que se convierten en una conducta política compulsiva incontrolable.

También esté fenómeno afecta al propio Presidente de la República, Sebastian Piñera, cuya Cuenta Pública de auto alabanzas, en rigor, no fue una “Cuenta” de la marcha del país, ignoró que tiene más de un año de gestión y eludió informar con veracidad de la situación en la economía, la baja de las expectativas y el deterioro de la situación laboral, y desacreditó la política con auto elogios sin fundamento que violan en forma manifiesta la objetividad en la evaluación de los hechos.

Otro caso es la senadora, Presidenta de la UDI, ofende como “patipelaos” a muchos de sus propios electores al denostar a todos quienes opinen que se debe reducir el monto de la dieta parlamentaria. Lo qué hay detrás de ese singular “criterio” es creer que las responsabilidades que se ejercen por ser parlamentario conllevan cual autoadhesivos, privilegios irritantes e inadmisibles. 

Bajo la dictadura, el pinochetismo imponía sin más trámite sus abusos de poder. En ese periodo comenzó el auge del narcotrafico, en las “fiestas” de los CNI en los años 80, que tenían de todo, incluso fuertes dosis de cocaína para la atención de las “minitas” que colaboraban con la delación y el aparato represivo. Después, el narcotrafico se convirtió en un terrible instrumento de atomización de las organizaciones sociales. Por eso, es urgente terminar esa lacra y sacarla de las poblaciones.

La política tiene que reponer su dignidad, no se necesitan más pugnas, ambiciones, puro exhibicionismo y descontrol. No más dispersión infecunda. Chile requiere mucho más de su sistema democrático, entre otras demandas, menos divisiones y más austeridad en el uso de los recursos públicos, de modo de acabar con escándalos, malas prácticas y la corrupción.

Hay que tener presente que la remuneración de los congresistas resulta ser muy desproporcionada respecto de los sueldos o ingresos de los trabajadores y de la mayor parte de la población, no darse cuenta de ello y no hacerse parte de la solicitud de terminar con ese privilegio, reduciendo la dieta, revela un desinterés profundo por la dignidad y legitimidad de la política.

Asimismo, se ha generado otra distorsión que radica en la idea que el protagonismo político exige expresiones verbales asertivas y rotundas que demuestren “contundencia” por parte de quien las emite, esto significa para diversos personeros vocear consignas superficiales, “golpeadoras”, pero carentes de contenido. Así la política no gana asertividad sino que se opaca y debilita.

También el llamado “cosismo” se convirtió en un foco de deterioro de la política, una acción de burdo clientelismo se hace pasar como una loable y generosa preocupación por los problemas concretos de las personas, desnaturalizando el sentido mismo de la política, reduciendo su alcance a lo puntual, sacando la preocupación de lo público del Estado.

Otro mal hábito es la cultura del canibalismo político, atacar con saña hasta destruir, sobretodo si la persona que se denigra compite en una directiva partidaria o por un cupo parlamentario. Hay una retórica que van enervando el proceso político y alejando el debate de fondo sobre las reformas estructurales que el país requiere.

De este modo, se configura una voluntad equívoca, distorsionada, que deja de lado la legítima aspiración de participar en la toma de decisiones políticas relevantes y pasa a una lucha visceral por cuotas de poder que signifiquen figuración pública que si no se obtienen dan rienda suelta a las disputas personales.

En esa óptica las tareas políticas no se miden por su aporte a la causa común si no que por cuanta exhibición pública conllevan. Se quiere tener el poder de unos cuantos y efímeros artículos de prensa.

Se piensa que el que no “aparece en la foto” no existe y se quiere aparecer no importa el costo que signifique, incluso, ayudando a destruir el Partido en que se participa.

En el socialismo chileno se vive este penoso fenómeno y se pretende desconocer el ejercicio de la democracia interna que dio en las elecciones internas un veredicto sin ninguna posibilidad de error, y hay quienes olvidan en forma dramática que un Partido que no respeta a sus militantes no tiene destino.

Por eso, la política se desnaturaliza y se desfigura en objetivos sectarios, así pierde su esencia y se daña la democracia porque la ultraderecha y los grupos financieros tienen espacio para presionar con reformas regresivas que agravan la desigualdad.

No hay ningún bien social de por medio cuando la acción política se hace sólo para obtener presencia mediática y se usa cualquier medio para conseguirla.

Una política farandulerizada no resistirá la presión de los poderes fácticos económicos. Asimismo, ahora que se requiere fuerza y seriedad para  combatir el narcotrafico la política espectáculo no ayuda en nada y, finalmente, no hará más que socavar la fuerza y legitimidad de la institucionalidad democrática.

Un sistema político participativo, inclusivo, fuerte, legitimado ante la ciudadanía es un recurso esencial para las libertades y derechos ciudadanos, a su vez, para la legitimidad democrática resulta fundamental avanzar hacia una patria más justa, diversa, tolerante e igualitaria. En especial, el despliegue de una política de izquierda necesita una institucionalidad sana y respetada.

Así, es urgente reconstituir la dignidad de la política, el sentido de la militancia en un Partido popular y de izquierda, la estatura de miras en quienes la ejercen, la perspectiva y solidez de las propuestas programáticas, en suma, frenar el deterioro del sistema político y restablecer su potencia y convocatoria en bien de Chile.

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