Fuera de lugar

Desde hace varios días se vienen publicando, a través de los medios de comunicación y de las redes sociales, declaraciones y comentarios de diversos contenidos y calibres, sobre una cena que un grupo de militantes democratacristianos sostuvimos con el senador Alejandro Guillier en noviembre del año pasado. Fui invitado a esa cena y acepté porque consideré que era una buena oportunidad para escuchar al senador, hoy candidato a la Presidencia de la República, y a la vez sostener un diálogo abierto y respetuoso. En esa cena no hubo ningún tipo de compromiso.

Al respecto, han continuado los comentarios y declaraciones. En uno de los diarios electrónicos nacionales, Gutenberg Martínez, connotado demócrata cristiano, traza la línea en la cual deben ordenarse los militantes de su partido en el período previo a la determinación de un futuro candidato presidencial.

Para ello emplea duros términos con quienes sostuvimos un encuentro con el senador Guillier “…esto no es una montonera”, “…se sale de las reglas de cualquier partido”, “…son las cosas que no se deben hacer”, “…se ve muy feo estar preparándole o entregándole ideas programáticas (a candidatos de otro partido de la coalición a la que pertenece la DC) cuando estamos trabajando las propias”. Todas estas normas de comportamiento conforman, a juicio de Martínez, el plano ético en el cual debieran moverse los militantes demócrata cristianos durante el período eleccionario que, a la luz de los acontecimientos de los últimos meses, ya se encuentra en curso.

La indignación del político parece justa, particularmente si entendemos la política como la acción de un grupo de personas que orientan su acción a partir de las decisiones que toman un conjunto de minorías que, en virtud de su peso específico fundado en su capacidad económica, de vínculos con otros grupos minoritarios con capacidad de tomar decisiones, de prestigio social y relaciones de poder, determinan los destinos de las organizaciones, sectores o colectivos en los cuales se encuentran posicionados. La molestia de Martínez ni tan siquiera califica como una reacción de las elites, su indignación tiene que ver con aquello que reseñamos. Básicamente protesta debido a que siente amenazado lo que él, y aquellos otros pocos con los cuales permanentemente realiza complejas filigranas para ordenar y reordenar el poder, consideran suyo.

Martínez no forma parte de quienes han protestado históricamente por las conductas claramente fuera del marco y del orden esperado, este no es un juicio al ex diputado por ello no haré referencia a ningún hecho que pudiera avalar esta aseveración.

Simplemente diré que, más allá de las obvias discrepancias propias en un conglomerado político, las necesarias y precisas críticas posibles de verter al interior de un gobierno del que se forma parte, su voz solo se ha alzado para discrepar, disentir, sino claramente actuar en sentido opuesto respecto del gobierno y la coalición a la cual su partido comprometió apoyo, respeto y lealtad. Tampoco hemos sabido de su voz indignada cada vez que otros destacados militantes de su partido, so pretexto de representar “matices”, directamente han afirmado que no conocían los alcances del programa con el cual asumió el gobierno la Nueva Mayoría, de la cual forma parte la Democracia Cristiana, no solo desde el 11 de marzo de 2014, sino desde antes, desde la formulación del programa de gobierno, en las diversas comisiones que le dieron forma, en la ronda de entrega de cargos y, ciertamente en los diversos “cuartos del lado” en los cuales siempre se define como y a cuanto poder se accede.  

La postura del otrora presidente de la Democracia Cristiana no puede -ni debe- ser confundida con indignación moral, lo suyo no es más que una nueva demostración de su expertice política, solo él o sus emisarios pueden discutir el poder, eso no es algo permitido para todos.

Seguramente debe considerar que los demás no están conscientes de lo que se debe decir, lo que hay que negociar o hacia donde se deben orientar las cosas, la operación política, su gran virtud, no es un don ampliamente repartido.

Lamentablemente en este razonamiento existe un error de base, no se trata sólo de poder, no se trata sólo de saber operar de modo sagaz y oportuno para maximizar mis intereses o los de mi sector, se trata de hacer el sano ejercicio de hablar, de charlar, sobre ideas, posiciones, proyectos de país, futuro y compromisos.

Los militantes de la Democracia Cristiana, como los de cualquier partido, o, como cualquier ciudadano, tienen el deber de hacerlo. En ello no existe traición ni falta de lealtad, particularmente si lo hacen de modo público. El enorme porcentaje de personas desencantadas de la política, no espera ya que le prohíban pensar y dialogar, ni a ellos ni a nadie. Creer algo distinto condena no solo a la derrota política, sino a un enorme laberinto de soledad.    

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