Golborne se pone de ejemplo

El Mercurio le preguntó al ministro Laurence Golborne qué opinaba del manejo de las autoridades en las horas posteriores al terremoto del 27 de febrero de 2010. Respondió así: “La capacidad de liderazgo se ve en momentos de crisis. Cuando uno tiene que tomar decisiones en que depende la vida de las personas, en las cuales las consecuencias pueden tener implicancias muy importantes en la vida de los ciudadanos, es ahí donde se ve el temple de las personas y se ven las verdaderas capacidades de cada uno” (19/02/2012).

Hasta ahí, era evidente que Golborne buscaba sembrar dudas sobre las autoridades del gobierno anterior, en particular sobre la ex Presidenta Bachelet, tal como lo establece la pauta fijada por el ministro Hinzpeter en La Moneda, pero consideró que, dado que es precandidato presidencial, debía aprovechar la oportunidad.

Entonces, destacó su propio papel en el rescate de los mineros de Copiapó: “Tuve que aguantar 17 días de presiones, protegiendo a los equipos técnicos para que los dejaran trabajar tranquilos y poner la cara, el pecho y el cuello frente al país, defendiendo que lo que estábamos haciendo era técnicamente correcto. Quisiera ver cuántas personas, durante 17 días, con 500 familiares llorando, hubiesen sido capaces de aguantar esa presión”.

Como para sentir rubor, por supuesto. Y no se detuvo. Explicó que debió tomar decisiones sobre proteger o no las paredes del ducto excavado para sacar a los mineros. “Y esa decisión hay que tomarla con temple, coraje, con visión y con apoyo técnico”. ¡Y yo demostré tener todo eso!, le faltó agregar.

Sus palabras reflejan enorme ansiedad, en lo que probablemente influye la constatación de que no es seguro que él vaya a ser el candidato presidencial de la derecha en noviembre de 2013, puesto que Andrés Allamand y Pablo Longueira entraron a la competencia, y ellos conocen casi todos los trucos y han probado tener el cuero duro.

Si Golborne establece un paralelo entre un terremoto de 8,8 grados Richter, que afectó a seis regiones de Chile (80% de la población) y el derrumbe de una mina, no queda sino dudar sobre su sentido de las proporciones. ¿Quiere realmente establecer una comparación? ¿Por dónde empezamos?

Es de mal gusto que Golborne intente sacarle lustre a su desempeño en la crisis de los mineros. Mucha gente trabajó eficiente y abnegadamente en aquellos días. Los técnicos de Codelco, por ejemplo, demostraron alto nivel profesional y gran espíritu de servicio. Por razones estéticas, y habiendo recibido ya suficientes aplausos, el ministro no debería recomendarse a sí mismo como un modelo de liderazgo.

Respecto de la inmensa tragedia del 27 de febrero, es deseable que no se extienda la tentación de sacar provecho político.

Reconozcamos, en primer lugar, que el terremoto dejó en evidencia las debilidades del Estado frente a un desastre de esa magnitud, en particular de los sistemas de alerta y socorro a la población.

Optar por la politiquería es muy nocivo para nuestra vida cívica, y por desgracia esa es la actitud de quienes se muestran hoy preocupados de acusar, denunciar y, en lo posible, crucificar a los funcionarios de gobierno que llegaron prontamente a la Onemi en aquella desgraciada madrugada: Patricio Rosende y Carmen Fernández.

Lo esencial es corregir los sistemas defectuosos y reforzar la capacidad de respuesta del país frente a las emergencias mayores. Ello implica, entre otras cosas, que nuestras Fuerzas Armadas estén mejor preparadas para enfrentar las situaciones críticas.

En cuanto a las exigencias del liderazgo, es preferible que ningún político se tome demasiado en serio a sí mismo o se mire en el espejo más de la cuenta. Cuando alguien se marea con las alabanzas de los amigos o interpreta exageradamente las sonrisas de los transeúntes, corre el riesgo de chocar con la realidad.

Necesitamos líderes que no pierdan de vista el interés nacional ni el sentido del equilibrio, sobre todo si aspiran a la Presidencia de la República. Si se dejan llevar por la demagogia, sólo pueden inspirar recelos.

Tienen que demostrar que respetan a los ciudadanos, o sea, no intentar engatusarlos. Cuidado con la vanagloria.

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