Hasta que la paridad se haga costumbre

Hace años atrás el padre Mariano Puga fue categórico en  afirmar que “no considerarse feminista es considerarse inhumano”. De eso se trata lo que algunos han catalogado meramente como un debate político o populista. Pues bien, la multitudinaria marcha del llamado 8M es un tapaboca a esa estrategia de eclipsar una demanda que sobrepasa la esfera política.

Es un deber moral avanzar todo lo que sea necesario para lograr una genuina igualdad de género. Dar zancadas en ese aspecto es primordial porque el retraso no sólo ha perjudicado a las propias mujeres, sino al país completo, perdiéndose liderazgos femeninos que mucho pudieron aportar. Por eso, reconocer el rol de la mujer en todos los ámbitos, incluyendo el cotidiano como el trabajo doméstico,  es un asunto estructural de equidad.

Y es que podríamos hablar muchas veces de un abuso silencioso, que es tan patente como el  laboral donde existe una descalificación de base social en cuanto remuneraciones y maternidad, factores a veces de discriminación para un ascenso en el trabajo y por cierto, una lógica de relegación arraigada en la cultura laboral.

Por ello, una de las medidas concretas de compensar en esta materia está marcada por la valoración de su rol fuera de la esfera pública. Tal ejercicio lo realizó el último estudio de Comunidad Mujer respecto Trabajo Doméstico y Cuidado No remunerado, quien se preguntó cuánto aporta al país la mujer que ha tenido ese rol.

Pues según sus cálculos, hay una valoración de 22% del PIB ampliado, lo  que supera las otras actividades económicas. Hoy eso no se incluye en las cuentas nacionales y es tiempo de mirar estas cifras que son avaladas por realidades radicadas en nuestra sociedad, pero no consideradas. Misma situación respecto la carga extra de responsabilidades a las mujeres  en cuanto trabajo fuera y dentro del hogar,  que sabemos marca un promedio de 55 horas semanales  por sobre la de los hombres.

Las consecuencias de esa invisibilidad, de la desvalorización del trabajo no remunerado debiera formar parte del ejercicio de transformación en el diseño de las políticas públicas y por ejemplo, en la reforma previsional. Estructuras que han obviado esta realidad femenina y donde el actual sistema de previsión está pensado desde la recaudación individual dejando en la desprotección social a quienes ejercen esta labor doméstica de manera exclusiva al cuidado de la familia y crianza de los hijos.

No podemos negar que se han dado pasos en esta línea, la Pensión Básica Solidaria o Bono por hijo nacido fueron pensados en este punto. Lo que sigue siendo insuficiente porque no se ha corregido esta injusticia social. Mientras, la creada pensión para dueñas de casa está diseñada en base a un modelo de cotización donde es el cónyuge u otro es quien establece un monto. Una medida  cuyo objetivo neto no es otra cosa que integrar a la mujer al sistema previsional, por sobre la valoración a su trabajo doméstico o derecho a independencia económica. Una mirada distinta a la que hoy existe y que indiscutiblemente ya quedó chica.

Las  pensiones de la mujer hoy son 30% menor que la de los hombres bajo este sistema de AFP, lo que también hemos propuesto corregir. En ese sentido exigiremos se aborde este desequilibrio para hacerse cargo no solo del sector más vulnerable del país, como han sido pensadas las respuestas del  Estado en esta materia.

Ello porque el derecho a una pensión garantizada, con una lógica de seguridad social no puede estar condicionado a situaciones preexistentes como un mínimo de años de cotización, ya que en muchos de los casos, optar por el cuidado de su familia implica lagunas previsionales, precarización que transforma en sacrificio para la mujer asumir ese rol, ya que la deja fuera de recibir una pensión acorde a su derecho inherente.

Por ello en toda instancia internacional, incluyendo el Foro Económico Mundial,  se sentó la necesidad de ampliar la mirada de cálculo con otros indicadores como éste para llegar a desarrollar un Estado de Bienestar. Chile debiera también considerar el detrimento en su propio desarrollo al obviar la labor doméstica asumida históricamente por muchas mujeres y lo imperfecto del sistema laboral que castiga a la mujer en sus multiplicidad de roles. Es parte del avance necesario junto con tantos, como el rol de participación pública y política femenina.

Y aunque a  algunos no les guste, aunque algunos hagan caricatura de aquello, la legitimidad de la demanda feminista es tan incuestionable como relevante. Insisto,  es un compromiso moral hasta que la paridad se haga costumbre.

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