¿Inevitable?

¿Era o no inevitable el desplome de la democracia chilena en 1973? Las miradas desde el presente indican que sí y desde ahí moralizan sus posturas. Pero es un anacronismo que impide evaluar si para los actores de la época era o no posible evitar un triste desenlace. Obviamente, plantear este análisis no implica validar la violencia ni antes ni después del quiebre democrático, ni considerar inevitable el golpe o justificar el asesinato de personas. Lo que se busca es instar a una reflexión profunda respecto a ese pasado.

Es innegable que en los años '60 y '70 la idea de lo inevitable permeaba cada espacio del debate político en Chile. La revolución socialista se presumía inevitable, la guerra civil e incluso un golpe militar se presumían inevitables. Era tal el nivel de intransigencia que el derramamiento de sangre también se presumía inevitable. Cuánto de eso se convirtió en profecía autocumplida. Cuánto incidió en el desenlace la retórica de los actores del momento. Como advertía con agudeza Radomiro Tomic a Carlos Prats, "todos de una forma u otra estaban llevando al matadero a la democracia chilena".

Lo que advertía Tomic no era una ilusión. Varios consideraban poco funcional el sistema democrático chileno. O lo consideraban un simple ordenamiento burgués. O lo veían como un sistema agotado por la demagogia y la política de masas. O lo percibían como una traba para los cambios. ¿Podrían saber los actores de ese momento quiénes y cómo se asestaría el tiro de gracia contra esa democracia chilena despreciada? ¿Podrían saber cuáles eran los cursos de acción y las opciones posibles? Difícil saberlo. Juzgar y pontificar desde el presente es fácil pero simplista.

¿Era evitable el quiebre democrático entonces? Desde los ojos del presente, parece que sí. Pero es un anacronismo. Desde los ojos de los actores del momento parece que no eran tan fácil resolver el asunto. Allende, Aylwin y Silva Henríquez no lograron un acuerdo, por ejemplo. Lo más fácil sería moralizar esa falta de concordia y presumir maldad de parte de alguno de ellos. Unos son buenos y otros malos. Entonces se acusa a Aylwin de golpista. Es lo que suele hacerse sin juicio crítico respecto al pasado.

¿Por qué los actores de la época creían en desenlaces inevitables? ¿Por qué asumían ese determinismo? ¿Por qué se tornaron intransigentes en algunos casos o dieron todo por perdido en otros? Probablemente existen muchos factores. El contexto de la época, las disputas ideológicas en la Guerra Fría, la polarización creciente en diversos espacios como por ejemplo las universidades, donde el uso de la razón fue reemplazado por la ideología y la violencia.

Hay un factor que a veces se tiende a obviar pero es importante: el carácter perlocutivo del lenguaje, sobre todo cuando ese lenguaje expresa retóricas donde la violencia es validada. Ahí se suspende el juicio. ¿Cuánto se dejaron llevar los actores por la escalada de un lenguaje crecientemente pendenciero, pero sin considerar la escalada y sin pensar en qué estaban impulsando realmente?

Hannah Arendt advertía que "toda violencia alberga dentro de sí un elemento de arbitrariedad". El lenguaje pendenciero, la validación retórica de la violencia, no siembra la concordia, ni la justicia, sino la arbitrariedad. Alguien cruza la línea. Por eso, desde el presente lo que debemos evitar es que la validación retórica de la violencia y la intransigencia política se alcen contra de los marcos de una democracia y el Estado de Derecho, por imperfectos que estos se consideren. Ese es el dique para evitar creer que algo es inevitable. Como advertía Jorge Millas: "En medio del frenesí colectivo, la euforia acaba en delirio y en el delirio acaba también lo que en definitiva pudiera interesarnos realmente celebrar".

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