Pueblo misak en Colombia: sistemas alimentarios que hablan de paz

El pueblo misak, en Colombia, se concentra principalmente en el departamento del Cauca, en el resguardo de Guambía. Son la gente del agua, se visten de colores azules y su lengua -el namtrik- goza de una riqueza y extensión que enorgullece a las generaciones adultas y las más jóvenes. Su dispersión geográfica entre valles y cerros, que alcanzan más de 3.000 metros sobre el nivel del mar, hace que los misak tengan una diversidad ecosistémica muy rica. Cultivan maíz, banano, yuca y otras especies, y conservan más de 100 variedades de papas nativas.

A fines de octubre de cada año, los misak celebran una feria del trueque, donde las personas intercambian productos de tierra fría y caliente. Este año participaron más de 4.000 personas desplegadas en una cancha de fútbol completamente llena. Hubo discursos, música, baile y concursos para animar un espacio de prácticas económicas sin dinero, que se transformó en el mensaje pedagógico de un pueblo que cuestiona y adapta la tradición de occidente.

El pueblo misak no es ingenuo, y entiende bien que forma parte de una sociedad global donde el dinero es el principal medio de intercambio. Pero precisamente por ello, marcan una posición al reunir a miles de personas cada año a pensar un mundo, aunque sea por unas horas, donde otras lógicas de necesidad e intercambio operan. No hay tablas de equivalencia, no hay reglas fijas; cada familia troca en función de sus prioridades en un encuentro que reúne a los hogares del valle con aquellos que habitan las alturas.

Durante la feria, niños se acercaron a los micrófonos para intercambiar mascotas y animales; gente mencionaba que tenía sus últimas verduras disponibles para ser trocadas, así como artesanía y alimentos procesados como truchas ahumadas y queso de vaca. Las autoridades destacaron la importancia de producir alimentos para sostener la seguridad y la soberanía alimentaria del territorio, y hacer un reconocimiento a la labor de los agricultores que son el presente y una sonda al pasado misak. "El alimento es como el caparazón de una tortuga, porque defiende la vida", mencionó un representante. "Tenemos un mandato alimentario como pueblo, porque producir nos permite estar tranquilos, nos permite estar bien", señaló la gobernadora.

La tranquilidad parece ser la cristalización más cercana a la calidad de vida, al buen vivir, incluso a la felicidad. La tranquilidad es la reflexión que conectaba, ese día, el cuestionamiento al rol del dinero y los aportes que puede generar el sistema alimentario misak. "Sin dinero habría menos conflictos, menos armas y menos guerra. Requerimos de hermandad para atravesar los tiempos de violencia que nos angustian. Produciendo alimentos, los misak y los pueblos indígenas podemos aportar a la sociedad, darle un valor humano a nuestras acciones", mencionó otra autoridad.

Este último punto resume bien la intención del encuentro de este año. La producción agrícola y la cultura indígena pueden aportar al restablecimiento de la paz, sobre todo en una región asolada por una violencia que ha recrudecido en el último tiempo. Asesinato de dirigentes, extorsión, bombas y armas cruzan la vida de este territorio colombiano. Pero la vida se abre paso, la gente resiste y el pueblo misak aporta con preguntas y espacios de reflexión colectiva para construir una perspectiva de futuro en base a la fuerza de su sistema alimentario.

En diciembre, Rimisp lanzará un libro que analiza la transformación de los sistemas alimentarios indígenas en América, desde el pueblo inuit al norte de Canadá hasta el pueblo asháninka en el Amazonas. El pueblo misak forma parte de esta reflexión colectiva, la que nos invita a pensar sobre el aporte que entregan los pueblos indígenas a la sociedad global, como bien se mencionó a fines de octubre en el Cauca.

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