La formalización de la ex alcaldesa de Maipú confirma que se desploma irremediablemente un estilo de hacer política impuesto por los medios hegemónicos, la política espectáculo. Durante varios años apareció como un modo de actuar muy atractivo, pero, pronto se han desnudado sus carencias irreparables.
El método fue un efecto de la dictadura, la derecha sin explicación ante su vergonzosa defensa y complicidad con los crímenes y violaciones a los Derechos Humanos del régimen de Pinochet, maniobrando para impedir las mayorías que se requerían para poner término a los enclaves autoritarios, sin ideas ni valores que pudiera sustentar como propios, la política espectáculo le vino como anillo al dedo.
Era simple y fácil, sonrisa cinematográfica, pelo rubio en las damas, gran musculatura en los varones y el despropósito como filosofía, algún "reality" como experiencia y ojalá apellido "vinoso", la clave de esta camada de "servidores públicos" era un apoliticismo ramplón y el colmillo largo, léase el afán de enriquecerse en el menor tiempo posible.
Tras este "novedoso" modo de hacer política había una intención a largo plazo, vaciar de contenido el debate público y envilecer la política, haciendo de ella un insustancial juego de imágenes intrascendentes, bulliciosas y llamativas, pero sin convicciones, densidad y la consistencia necesaria para influir en el devenir social.
Lo banal y fatuo de la política espectáculo es un buen recurso para los dueños de la fortuna que esperan que nada cambie para ser eternos privilegiados de la desigualdad, así por su propio carácter superficial y efímero el show mediático resulta incapaz de lograr un sentido transformador en las acciones del aparato público haciendo de ellas partículas inconexas, carentes de un sentido civilizador.
La política espectáculo por su naturaleza es estéril, entonces como complemento a esa esterilidad se apoya en el lobby y de este pasa al cohecho, al pago de gruesas sumas de dinero por servicios ilegales. Del payaseo al enriquecimiento ilegal.
Algunos de los protagonistas de este juego, con más codicia y sentido de la oportunidad, tomaron nota que los salones que ocupaban, los escritorios tras los que se instalaban, además de la parafernalia de las imágenes, eran también poderosos recursos de poder, efectivos instrumentos de satisfacción de otras ambiciones o requerimientos.
Así, estos depredadores de reparticiones públicas, mandantes de innumerables funcionarios, pasaron a ejercer el muy antiguo oficio de la sustracción de recursos ajenos, desviando, malversando o recibiendo a través de coimas, generosas cantidades de dinero que no era suyo y que fuera de esos cargos nunca habrían recibido.
El caso de la ex alcaldesa de Maipú, de la que incluso llegaron a hablar como presidenciable, indica que estos grupos de poder reemplazan la ausencia de ideas por la inescrupulosidad no solo para acceder a dinero mal habido sino que también tratando de destruir a los servidores públicos que no se les someten, acusándoles de drogadictos, alcohólicos o lo que sea.
Miente, miente que algo queda, dijo Goebbels, el ministro de Propaganda de Hitler, así fue, colocaron lo peor y más denigrante de los métodos de propaganda nazi en el centro de la risa falsa y pueril de quienes pensaron que el Photoshop les autorizaba a mentir cuanto quisieran y decir la banalidad que cruzara por su cabeza.
La política espectáculo, en que también cayeron personas progresistas, convertida en un vehículo de ambiciones ilimitadas y robos escandalosos, se convirtió en uno de los más intensos factores de corrupción que, a su vez, ha sido la bancarrota para diversas organizaciones políticas.
Los hechos están a la vista y las lamentaciones no reparan el daño causado. La política espectáculo envilece al servicio público y la conciencia social, su práctica golpeó duramente el régimen democrático, daña su fortaleza y legitimidad. Hay que reponerse y dignificar el ejercicio de la acción política.
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