La fuerza del cambio es su amplitud y diversidad

La segunda vuelta partió con una correlación de fuerzas desfavorable para la candidatura de Gabriel Boric, aunque después su opción fue holgadamente vencedora. En efecto, estática y teóricamente, los "números" que confluían en torno a JA Kast sumaban el 54% y los convergentes con la opción de quien resultó Presidente electo alrededor del 45%.

En otras palabras, la simple repetición de lo hecho hasta entonces no permitía lograr la victoria, lo que abría una etapa de intolerancia y conservadurismo para Chile con el eventual triunfo de la regresión autoritaria de ultraderecha.

Por eso, resultó esencial una adaptación clara y profunda al desafío creado por esa perspectiva. En 1999, en circunstancias no idénticas pero semejantes, Ricardo Lagos señaló: "He escuchado la voz del pueblo". Es decir, recoger el mensaje de la ciudadanía en las urnas no es sólo cuestión de intensificar el necesario activismo de campaña sino que abrirse a captar el mensaje de múltiples dimensiones que surge del país en tales circunstancias.

El equipo de Gabriel Boric con la nueva jefa de campaña, Iskia Siches, supo asumir y encarar ese reto que exigía continuidad y cambio, es decir, insistir en temas irrenunciables de la esencia de su alternativa para que no se desnaturalizara en su despliegue, pero también evolucionar, adaptar el mensaje y salir del nicho propio para crecer en la diversidad social y política requerida para ganar.

Acoger y valorar a Alvaro Elizalde, Ricardo Lagos, Yasna Provoste, Carmen Freí y Michelle Bachelet, así como, incorporar territorialmente a los partidos históricos que le brindaron su apoyo y la incorporación de Iskia Siches, como jefe de campaña, fueron decisiones de alcance estratégico y no simplemente activismo para "cazar votos", como alguien señaló desafortunadamente.

El logro fue alcanzar amplitud para incluir nuevas formaciones políticas, corrientes culturales y mentalidades diversas, que se potenciaron junto a la firme voluntad de la nueva generación de avanzar en los cambios pendientes en Chile, obstruidos y desechados tantas veces por circunstancias desfavorables.

Hay que ser claros, si en la segunda vuelta la estrategia del Presidente electo hubiera simplificado lo sucedido y limitado la tarea a la "unidad de la izquierda" la evolución y cambio del escenario nacional en las magnitudes necesarias no se habría producido. Su convocatoria nacional al conjunto del arco democrático logró vencer y agrupar una inédita mayoría nacional, anulando cualquier maquinación, como ese impulso desesperado de ciertos extremistas neofascistas de objetar masivamente sufragios en el recuento de votos y aunó las voluntades para superar la falta de micros, impedimentos que en otro escenario habrían afectado el impecable proceso electoral.

Así, se dio la unidad del conjunto de los demócratas, en los hechos y no sólo en las formalidades, desde el Frente Amplio a la Democracia Cristiana, una potente y trasparente convergencia social y política para ganar a la ultraderecha, con el aguijón provocado por las implicancias nefastas que la victoria del pinochetismo civil tenía para Chile.

La visión estratégica de ancha convergencia democrática es crucial para gobernar, por eso, la idea de "círculos concéntricos", qué define diferentes tipos de participantes, unos de primer nivel de jerarquía y otros de carácter subordinado, en que unos definen el rumbo y los otros acatan, instala un método cuya esencia conlleva la negación del respeto a la identidad y la autonomía política de las fuerzas asociadas.

El hegemonismo que maltrata a las fuerzas democráticas y transformadoras que son convergentes, así como necesarias en el complejo escenario parlamentario, pero que ejercen y despliegan juicios diversos de quien se arroga la verdad, esa actitud estrecha daña la perspectiva de unidad en la diversidad inevitablemente.

Además, en un fuerte régimen presidencial como el chileno, querer subordinar el ejercicio del gobierno a tesis extravagantes como la de los círculos concéntricos resulta completamente inaplicable y de imponerse conduciría a la parálisis de las tareas gubernamentales.

Por otra parte, ante la potencia social y masividad popular que Boric representó en la segunda vuelta, la opción presidencial de la ultraderecha, apoyada por la derecha, se desinfló. Sus debilidades se notaron al máximo y su debilidad discursiva frente a la demanda de cambios de los nuevos tiempos quedó de manifiesto inapelablemente.

Por eso, Kast intentó desdecirse de sus juicios más oscuros y cavernarios, en el tema de la mujer, la diversidad sexual y los Derechos Humanos, pero el resultado fue el descrédito, no fue creíble ni aceptable su voltereta y quedó reducido a los límites tradicionales de la derecha. La mentalidad conservadora de la oligarquía agraria que está en el centro nervioso de esa opción es un retroceso de tal magnitud que fue claramente derrotada.

Fracasó la adecuación de la ultraderecha al escenario post primera vuelta, pareció renegar de sus dichos más que adaptarse al país real, el abandono ocasional de sus banderas por la impopularidad de las mismas impulsó aún más el voto juvenil y de la mujer en su contra. La situación fue paradojal: el cambio de posición se internalizó como un intento de engaño masivo por parte del abanderado del Partido Republicano. De modo especial, la juventud chilena no corrió el riesgo de ser burlada y se convirtió en base fundamental de la limpia victoria alcanzada. Se activó cómo nunca.

Ahora, hay que apoyar al nuevo Presidente que puede convocar a un amplísimo arco de fuerzas que le dé las mejores condiciones para gobernar y llevar adelante su programa de cambios, el que deberá sortear la oposición del conservadurismo oligárquico, lo que refuerza el criterio de unidad en la diversidad como herramienta decisiva del proceso de transformación democrática de la institucionalidad chilena.

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