La insensibilidad de la soberbia

El mes de septiembre conlleva una tensión profunda que estremece a nuestro país, son demasiados hechos cuya conmemoración se produce en un puñado de días tan reducido, que se agolpan y abrazan en un amasijo, elevando la pasión y el recuerdo de una historia trágica y heroica a la vez.

Desde la proclamación de la Independencia Nacional en 1810 y el despliegue de la gesta libertaria, pasando por la elección democrática de los Jefes de Estado, hasta el amargo derrumbe de la democracia en 1973, incluyendo la muerte en La Moneda del Presidente Allende, el deceso bajo sospecha de ser un homicidio del premio Nobel Pablo Neruda, el asesinato del ex canciller Orlando Letelier, del general Carlos Prats y de tantos compatriotas víctimas del terrorismo de Estado, como José Carrasco, Abraham Muskatblit, Gaston Vidaurrazaga y Felipe Rivera víctimas en 1986, de los crímenes ejecutados como represalias posteriores al fracasado atentado al dictador.

También en un mes de septiembre de 1891, se quitó la vida el Presidente José Manuel Balmaceda, derrotado en la terrible guerra civil de entonces, que arrebató el poder a las fuerzas republicanas, destruyó el Ejército y rehizo el Estado en pro de intereses foráneos, sobretodo el imperialismo británico consumando su avidez por la explotación del salitre.

Fue en septiembre de 1970, cuando el grupo de ultra derecha, Patria y Libertad, liderado por el hoy "moderado" Pablo Rodríguez, reclutó los miembros del comando terrorista que asesinó en octubre al entonces Comandante en Jefe del Ejército, general Rene Schneider, con el fin de precipitar una acción castrense que impidiera la asunción de Salvador Allende a la Presidencia. La investigación del Fiscal militar estableció que la conjura golpista era encabezada por el Comandante de la Guarnición Militar de Santiago, general Camilo Valenzuela, quien recibió armas y apoyo de la CIA, según descubrió la propia investigación del Senado de los Estados Unidos.

En suma, son días y semanas de incesante impacto moral y emocional en la familia chilena, sin excepción de ningún grupo o sector.

Insensible a ese trasfondo recargado de dolor, nostalgia, rabia y sinsabor, sin respeto alguno hacía tan aguda subjetividad que cruza la sociedad chilena, un columnista de extrema derecha, Axel Káiser, se burla de todos y provoca a la mayoría diciendo que no hay valor político que haga levantar el verdadero y merecido monumento a los cerebros de la dictadura, los Chicago-boys, según él artífices de lo avanzado por Chile en las últimas décadas.

El personaje presume de erudición intelectual, avalado por publicaciones de divulgación del libre mercado en una versión de exaltación fanática más que de razonada argumentación, de modo que es cierta la pregunta de, si vale o no la pena, una crítica a su adoración a los más cercanos acólitos del dictador, implacables en su afán de imponer un sistema de dominación que tantas penurias y división generó en Chile.

Hay que hacerlo para criticar una actitud totalmente inaceptable, cuál es la soberbia del opresor, del que abusó, aunque sea solo intelectualmente en el caso de Káiser, que no tiene años para haber gozado del poder dictatorial, pero que refleja ese arrogancia que no siente pena ni remordimiento alguno por el daño y el dolor causados a las víctimas y a la sociedad en su conjunto.

Es un hábito muy antiguo en los grupos totalitarios tapar los abusos o los horrores, dando la idea de haber aplicado un poder opresor dictado por causas providenciales, ser poseedores de una situación de mando inevitable, que solo ellos podían ejercer, aunque se piensen laicos y no integristas, entienden que el poder que detentan o que han detentado es, al final de cuentas, de carácter sobrenatural; no es casual que esos sectores divinicen el mercado y vean solo en el la fuente de energía en el desarrollo humano.

Esta es una expresión extrema del fundamentalismo de mercado para el cual el ser humano está dotado superficialmente de dignidad y libertad, ya que en definitiva se somete y obedece a una regla superior, las leyes del mercado. Son fanáticos a quienes no importa la opinión de las mayorías sociales o ciudadanas. En esa concepción se las debe subordinar a fin de llevarlas por el buen camino. Es una variante de "talibanismo occidentalizado".

Esa manera de pensar siembra odios profundos, se constituye en el polo derecho de un dogmatismo que se siente autorizado para organizar y determinar a su gusto la estructura social y para ejecutar obras de una supuesta sabiduría dueña de la verdad, aunque el destino de millones de personas sea violado y vulnerado, como hizo la dictadura con los Chicago-boys a la cabeza. En el polo opuesto a ese mesianismo está el criterio refundacional que ve la historia solo desde su llegada.

Las representaciones mesiánicas, al acomodar la visión de la realidad a sus propias ensoñaciones, nutren metas irrealizables que crean climas de conflicto y confrontación, ese es el peligro de su soberbia y de la insensibilidad con que actúan al ejecutar, recurriendo al uso de la fuerza, los experimentos de ingeniería social que patrocinan, los que a veces imponen amargamente, en un país sometido a su fanatismo

No se trata que el componente político se someta a la espontaneidad de los sentimientos y demandas que florecen por doquier en el mundo popular, la responsabilidad política consiste en orientar y encauzar esos requerimientos y esa emocionalidad en metas realizables e históricamente asumibles en el devenir social.

La meta suprema de lograr en esta tierra una comunidad humana en que prime la razón por sobre la soberbia y la justicia por sobre la opresión hace necesario salir al paso de la propuesta de la sinrazón que está detrás del fundamentalismo neoliberal y reclamar una paz social solo posible desde la solidaridad y la fraternidad en las relaciones sociales.

De modo que lo que importa es una comunidad nacional solidaria, fraterna, en que prime la razón y la justicia; ante ese reto civilizacional la sugerencia de un monumento a los Chicago boys es una provocación que hace mucho daño, que atiza los odios, alimenta las broncas e incita a otras conductas destempladas. En definitiva, un ciego fanatismo no lleva a ninguna parte.

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