La Juventud Socialista y Carlos Lorca

El 4 de noviembre se conmemora un año más desde la fundación de la Juventud Socialista de Chile, forjando una larga trayectoria de lucha por los intereses de los estudiantes y jóvenes de nuestro país y los principios y objetivos del socialismo chileno. 

Uno de sus más emblemáticos líderes fue el Secretario General de la JS en el periodo 71-73, Carlos Lorca, que integró la dirección clandestina del Partido Socialista desde el putsch militar hasta su detención, secuestro y desaparición en junio de 1975, él fue un ejemplo de lealtad, coraje y valor ante las más graves dificultades de la historia de la izquierda y del pueblo chileno.

Carlos Lorca tomó el liderazgo de la JS, luego de su XX Conferencia Nacional, su máximo evento resolutivo, realizada en Concepción, en agosto de 1971, la primera responsabilidad unipersonal era la Secretaría General del Comité Central. Asumió ese esfuerzo político en una etapa de grandes desafíos para Chile, políticos, económicos y sociales, por las profundas transformaciones del gobierno de Salvador Allende.

Su formación como militante transcurrió en las luchas por la reforma universitaria, por la nacionalización del cobre y la profundización de la reforma agraria, en las movilizaciones de apoyo al pueblo de Vietnam rechazando la terrible guerra imperialista, respaldando la brega liberadora de los pueblos de América Latina, como la gesta del Che en Bolivia o contra la dictadura militar en Brasil.

Al vencer Salvador Allende, en Septiembre de 1970, se creaba una situación inédita, una nueva “vía” al socialismo surgía en Chile, ante ese desafío se debía reunir la firmeza y sagacidad del pueblo chileno y sus partidos históricos para realizar el programa de reformas estructurales que lo había llevado a la Presidencia. Carlos Lorca supo captar que la esencia de este proceso marcaría el futuro de Chile y de América Latina. 

En sus elaborados Informes políticos a la JS, en la línea del Presidente Allende, citó más de una vez la idea de uno de los fundadores del movimiento socialista, Federico Engels, ya constituida la I Internacional, que señaló que con un régimen democrático estable era posible avanzar a través de la profundización sucesiva de las transformaciones sociales, alterando en su esencia la naturaleza de la institucionalidad, sin propiciar su derrumbe o destrucción cómo había sido hasta entonces.

La historia tocaba a la puerta con su bullicio y luces rutilantes, y también con sus opacas y terribles amenazas. Así surgió su idea, dar un apoyo irrestricto a la “vía chilena” para que superara los obstáculos generados por la conjura imperialista y la derecha.

No todos pensaban así, en la ultra izquierda negaban el carácter revolucionario del gobierno popular, lo tildaban de “amarillo” y ninguneaban al Presidente Allende, sin comprender el profundo sentido nacional y popular de las reformas que implementaba.

Como dirigente estudiantil de la Juventud Socialista pude conocer la alarma de nuestro Secretario General, Carlos Lorca, por el avance de la conspiración para derribar a Salvador Allende, el entendía que se debía levantar una sólida y potente respuesta de masas.

Para ello impulsó a fines de junio del 73, la marcha de la Juventud chilena contra el fascismo; formada con dos columnas, una salió de Arica, la otra desde Puerto Montt. 

En la JS fui designado para acompañarlo al acto de inicio de la marcha en la Estación de Puerto Montt, en un viaje por carretera de ida y regreso inmediato, vencía el cansancio, leía y estudiaba mucho. Luchaba con el tiempo para aprender y saber más.

Carlos Lorca advertía del avance del plan desestabilizador, que en los sectores populares creaba incertidumbre al aumentar el desabastecimiento por la especulación con productos esenciales y el uso del mercado negro para su comercialización.

Como respuesta miles de jóvenes concurríamos a las estaciones ferroviarias o a las poblaciones, a cargar o descargar del vehículo que hubiera, los miles de toneladas que los transportistas abandonaban a su suerte, en un sabotaje irracional que tenía un sólo objetivo: derribar el gobierno popular.

Así, con el temor a la falta de alimentos, la estrategia golpista logró sacar a protestar a parte de los sectores medios manipulando su miedo a diario, así como intensificó el asedio sobre el gobierno en una campaña de desgaste y aislamiento del movimiento popular que lo sustentaba.

Sin embargo, las libertades democráticas y/o de los Derechos fundamentales no fueron afectados por la consecuencia y coherencia libertaria del Presidente Allende. Fue una lucha diaria, al límite de las fuerzas civiles involucradas.

A los militares constitucionalistas les lanzaban granos de maíz y ofendían con el grito de “gallinas”, estas provocaciones llegaron hasta el general Prats, Comandante en Jefe del Ejército, al que le montaron una “encerrona” callejera para denostarlo. Con ello debilitaban su ascendiente y autoridad de mando para hacerlo renunciar.

Sin embargo, la ultra izquierda en lugar de sumar fuerzas, de unir y agrupar a los trabajadores en torno al Presidente Allende, hostigaba la acción del gobierno y exigía la “toma del poder”, como si decirlo y hacerlo fueran una misma cosa, y actuaba ocupando pequeñas empresas o predios agrícolas, pretendiendo “socializar” todos los medios de producción tomando una ruta que aislaba a las fuerzas populares de izquierda que apoyaban las reformas en curso, favoreciendo la conjura de la derecha.

A nuestro Secretario General Carlos Lorca le dolía la inconsciencia y el infantilismo ante lo que estaba en juego. Su amplia perspectiva le permitía percibir que la caída del gobierno popular iba a generar un periodo represivo de muchos años y que una brutal revancha se desataría sobre la izquierda y el movimiento popular por atreverse a intentar tomar en sus manos, su propio destino.

Estaba en marcha una contrarrevolución que sin límite alguno se eternizaría en el poder, pero Carlos Lorca no fue escuchado, en el campo popular resonaban esas consignas estériles que jugaban a la revolución sin objetivo concreto, mientras en la otra vereda, la conspiración tenía un objetivo fijo: derrocar el gobierno y quebrar la institucionalidad, hasta que lo consiguieron.

A Carlos Lorca no lo guiaban propósitos subalternos, tenía una firme responsabilidad política, basada en una conciencia social profunda, inamovible en su compromiso con Chile.

Con su esfuerzo intelectual y gran actividad, teórica y práctica, forjó una sólida formación política y amplia perspectiva nacional.

No creía en caudillos ocasionales ni lo desviaban frases resonantes o de última moda, veía la fuerza del proceso de cambios en la conciencia del pueblo organizado y de sus partidos de clase más representativos.

En la mañana del Golpe, un contingente de militantes de la JS, nos congregamos para resistir en la Escuela de Artes Gráficas, en San Miguel. Con la voluntad de no someterse a los golpistas y de luchar, estaba Carlos Lorca. En las primeras horas éramos varios centenares, luego el número fue mermando, aunque superábamos el centenar de estudiantes con uniforme secundario.

En los días previos, en medio de la tensión y los rumores, se nos dijo que se repartirían medios materiales para salir a las calles a luchar contra la embestida del fascismo castrense; se habló demasiado, pero en el momento crucial no había como defender la democracia y resistir siquiera simbólicamente a las tropas lanzadas a ametrallar y arrasar la población.

De la Escuela de Artes Gráficas de San Miguel, después del mediodía, cuando La Moneda ardía en llamas por el bombardeo aéreo, la ciudad de Santiago y el país se rendían sometidos a las tropas golpistas, muerto ya el Presidente Allende, ocupadas militarmente las fábricas y poblaciones, cuando ya era imposible salvar el gobierno popular ante el irreparable desplome de la institucionalidad del país, Carlos Lorca pasó a la clandestinidad. 

Venció el miedo y no se sometió al terror con que el militarismo fascista afianzó el régimen dictatorial y se abocó a la reorganización del Partido Socialista, herido profundamente por el irreparable derrumbe del sistema democrático. Así se definió su camino: la resistencia a la dictadura más sanguinaria de la historia de nuestro país.

Luego, acosado por la represión y en precarias condiciones de subsistencia, sostenido por su voluntad de hierro, Carlos Lorca dedicó su visionaria perspectiva y profunda conciencia política a forjar una línea política de largo alcance para derrotar la dictadura, esa estrategia fue alcanzar un frente político que representara el acuerdo del conjunto de los demócratas chilenos para restablecer la democracia en Chile.

Su detención y secuestro generó una gran solidaridad mundial, en el exilio, el Partido Socialista de Chile, pidió a personalidades de peso global, entre ellas el líder español Felipe González, gestiones urgentes para salvar su vida, este a su vez solicitó a Omar Torrijos, un militar nacionalista Presidente de Panamá, que lo planteara a Pinochet.

Así lo hizo, en presencia de Felipe González, el general Torrijos llamó a Pinochet, para “hablar de dictador a dictador”, según su propia expresión y le pidió la libertad de Carlos Lorca, la respuesta fue directa: “no, no...es un pescado muy grande”. El dictador sabía bien quien era el líder de la Juventud Socialista y no cabe duda que ordenó su muerte, esa es la verdad histórica. El sátrapa pagó su paso por el poder asesinando a los mejores militantes de la izquierda chilena.

Desde que fue apresado, no tuvimos más su lúcida conducción, su rigurosidad intelectual y su fuerza argumental.

Su memoria es más que su sólo recuerdo, se trata de su ejemplo de vida como patrimonio de consistencia y consecuencia que permanecerán vivos en el corazón del Partido y de la Juventud Socialista, su legado moral y político no se extinguirá jamás.

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