La lucha democrática trajo la libertad a Chile

La vuelta a la democracia no fue un regalo de la buena suerte o una inexplicable concesión de un dictador tan criminal como lo fue Pinochet, por el contrario, el régimen democrático retornó al país por el rechazo de la ciudadanía a la usurpación de las libertades y derechos fundamentales, a la debacle económica social que se precipitó desde la devaluación del dólar a mediados de 1982, al aislamiento internacional del régimen y a la irrupción de la lucha y la movilización popular que se expresó en las jornadas de protesta nacional, desde el 10 de mayo de 1983 en adelante.

Por eso, en el retorno a la democracia el mérito esencial corresponde al pueblo chileno, a sus miles de pequeños y grandes esfuerzos, a la cultura popular que no se apagó bajo la dictadura, a la brega por el respeto a los derechos humanos, a la resiliencia de los partidos políticos democráticos que no acataron el receso pinochetista, y a la juventud chilena que no soportó la opresión y la injusticia.

A la derecha, su rol perpetuacionista la llena de oprobio y vergüenza hasta hoy, cuando llegan al extremo de argüir que los terribles crímenes del terrorismo de Estado eran "inevitables" ya que su proyecto de sociedad fue someterse a la opresión. Decían que frente a la dictadura "el que nada hace nada teme", de modo que las personas debían aceptar la opresión social como forma de vivir y que los derechos y libertades que la civilización logro alcanzar fueran exclusivamente ejercidos por la oligarquía financiero-castrense en el poder.

Cuando no se visualizaba una salida democrática, también en el centro político hubo indicios de conciliación con el régimen que se estrellaron en contra de una pétrea realidad, Pinochet no quería entregar ni compartir el poder que tanto disfrutaba. Se consideró el dueño del Estado con una corte de incondicionales que le colaboraba a materializar ese propósito.

La imposición del texto constitucional de 1980 colocó a la dictadura en una situación de aparente invulnerabilidad, tenía bajo sus manos el control institucional del poder y el apoyo irrestricto de las fuerzas castrenses. La conclusión en el régimen fue que se había sellado la eternización de Pinochet en el poder.

En ese contexto, hubo corajudos dirigentes gremiales que trataron de impulsar la movilización social, aun en un contexto desfavorable para las organizaciones sociales, esos opositores fueron asesinados de inmediato por la Dirección de Inteligencia del Ejército, como le sucedió al líder sindical Tucapel Jiménez, en febrero de 1982.

Sin embargo, la debacle económica y social extendiéndose desde mediados de 1982, cambió el país. La devaluación del dólar hizo que la crisis fuera insoportable. Los que por el miedo existente en los hogares se resignaban a la opresión tuvieron que salir a reclamar, protestar, luchar; asimismo, desde las durísimas condiciones de la clandestinidad, en la izquierda y la centroizquierda, reprimidas sin tregua por el régimen, surgieron opciones movilizadoras contra el empobrecimiento de la población, la quiebra de empresas y el aumento galopante de la cesantía.

Así surgió desde la Confederación Nacional de Trabajadores del Cobre, en abril de 1983, el llamado a un paro nacional que, en su última convocatoria, se convirtió en la primera jornada de protesta de las fuerzas sociales activas en un país paralizado por la crisis del endeudamiento con la banca internacional que frenó con un impacto sin precedentes la actividad productiva de Chile.

Como tantas veces sucedió, no era la campaña marxista contra Chile el origen de la protesta social, lo que pasó fue mucho más de lo que un Partido o grupo de partidos pudo planificar o preparar. El país salió a protestar. Se comprobó que el descontento social era unánime. Que se compartía la voluntad de un cambio de fondo, cuyo contenido fluyó con la velocidad del rayo: el dilema de Chile era el restablecimiento de la democracia; esa era la auténtica voluntad nacional después de una década de opresión y dictadura.

La dictadura se contrajo y la derecha tradicional, principal gestora del golpe de Estado en septiembre de 1973, reapareció con el propósito de salvar el régimen y evitar que Pinochet se desplomara, un gabinete ministerial encabezado por Sergio Onofre Jarpa, se instaló rápidamente con ese propósito. Ganó algo de tiempo, pero la demanda democrática permaneció firme hasta que se logró la convergencia de las fuerzas opositoras en la campaña por el NO, en el plebiscito del 5 de octubre de 1988.

Después de la primera jornada de protesta, en mayo de 1983, en cosa de días cambió la mirada de la ciudadanía sobre el futuro de Chile: no había que resignarse a la perpetuación del dictador, por el contrario, "¡...y va a caer!" gritaron millones de personas colocando el dilema entre democracia y dictadura en el centro del desafío-país. Una nueva perspectiva marcó la situación nacional.

Así, se abrió un camino, la unidad y lucha del pueblo chileno podía proponerse lo que antes era impensado: reponer la libertad y la democracia en la nación chilena, perteneciente a todos y todas. Hay que reconocer la lucidez histórica de esos tenaces dirigentes. Las jornadas de protesta nacional cambiaron el rumbo de Chile.

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