La mala hora o el afán de perpetuarse

Desde hace siglos que el poder político es un imán incontrarrestable en la voluntad de muchos hombres. Sea para seguir ocupándolo o para acceder al mismo, innumerables seres humanos, por diversas causas, justas o injustas, han tenido como voluntad y propósito inexorable el de instalarse o permanecer en el poder, sin reparar ni  sujetarse a los costos sociales que ello pudiera significar.

Lo sabemos bien en Chile, la ardua lucha que hubo que desplegar para derrotar el afán dictatorial de aferrarse al poder que mantuvo Pinochet, hasta la instalación de un gobierno civil en 1990, luego de ser doblegado el régimen en el Plebiscito del 5 de octubre de 1988.

Una causa universal tan potente, como lo es la del socialismo, se quebrantó en su primera experiencia de alcance global por la perpetuación del estalinismo en la ex Unión Soviética, cuyo afán dictatorial desbarató por completo la naturaleza socialista del régimen, hasta su caída en 1991. En otros casos, el culto a la personalidad y divinizar los líderes hasta aceptar vergonzosas conductas autoritarias, asfixió el sentido libertario del ideal socialista.

Asimismo, los afanes de revancha y la megalomanía de los humanos, alimenta en ellos la idea que son seres providenciales, llamados a ajustar cuentas con el esquivo destino de sus naciones, de sus delirios surgen locuras de grandeza, como la idea de una raza superior de los nazis en Alemania, que condujo a la terrible tragedia y a las inhumanas atrocidades cometidas en la Segunda Guerra Mundial.

También, sanguinarios terroristas de Estado de derecha, como la llamada dictadura de los coroneles en Grecia, o el déspota François Duvalier, el llamado "Papa Doc" en Haití, y su hijo el terrible dictador conocido como "Baby Doc"; así como Idi Amin Dada en Uganda, o Stroessner en Paraguay, Trujillo en República Dominicana, Somoza en Nicaragua, Odría en Perú, y muchos más, lo que dejaron a su paso fue pobreza, dolor, corrupción y muchas muertes.

Innumerables gobernantes, zares o sultanes, reyes o reyezuelos, simples sátrapas o dueños de alguna astucia, a veces elegidos en un comienzo, otras ejecutando un golpe de Estado, encabezando un conflicto armado o por sucesión hereditaria, son tantos los villanos que pretendieron regir perpetuamente a los pueblos o naciones en que instalaron sus designios, que hacer su lista sería interminable y, además, una tarea inmerecida por aquellos poderosos y, a menudo, crueles jerarcas.

A la humanidad hoy, miles de veces más informada que antes, le repugna esa larga galería del horror, que indica cruel y dramáticamente, que el Estado puede ser un buen amigo, pero también un vil enemigo y que lo noble se muta en innoble demasiado velozmente.

Además, es clarísimo que la manipulación del Estado se convierte en un instrumento para que corruptos de variada especie, formen fortunas personales que nunca hubiesen poseído si no hubieran abusado del poder para sí mismos.

No obstante, con lo nocivo que han sido los afanes de eternizarse en el poder, hay quienes porfiadamente insisten en transitar ese funesto camino. Como se dice, son los humanos los que tropiezan más de una vez con la misma piedra, mejor dicho, no logran aprender de los porfiados hechos.

Es lo que ha ocurrido a Evo Morales en Bolivia, independientemente de su enemistad hacia Chile, la legitimidad de su mandato nunca ha sido puesta en cuestión, ni por los más ardorosos defensores de la causa chilena; aún más, solo una obcecación insensata podría desconocer que sus diez años de mandato lograron estabilidad  institucional, crecimiento económico y, en especial, el reconocimiento de su dignidad a la mayoría indígena.

Como Presidente, democráticamente electo y con una gestión de logros significativos, no es comparable a los malhechores que se mencionan en esta columna. Pero, el objetivo de cambiar la Constitución, generada bajo su propio liderazgo, para postularse a un cuarto periodo y capturar, en total, otros diez años en el poder, le han conducido a una severa derrota política.

Además, la situación se agravó al dilatar, el reconocimiento del resultado que le es adverso. En otras palabras, Evo Morales ensombrece toda su gestión al caer en la tan rechazada práctica de usar el poder para aferrarse al mismo. Es la mala hora de creerse imprescindible, que endiosa a tantos gobernantes, la que ahora lo abraza y consume.

Es probable que en el momento funesto, aquel en que la mala hora se materializa, influyan los aduladores, supuestos consejeros o asesores, encaramados en los hombros de aquellos "grandes" y poderosos que se dejan lisonjear para fatalidad de ellos y sus países. Es la ilimitada codicia de los burócratas que les convencen, y estos se "someten" a la idea, que son irreemplazables.

Ante ello, en la derecha chilena con mucha prisa, aparecieron batiendo palmas, anunciando que ahora en Chile ocurrirá lo mismo que en Bolivia, cuando es claro y evidente que no puede pasar lo mismo, por que en Chile no existe ni esa situación ni esa posibilidad. En primer lugar, en la Constitución no hay reelección y, en segundo lugar, tampoco existe un intento de reformarla para hacerla posible.

Ahora bien, la  amplia diversidad de fuerzas que constituye el bloque de la Nueva Mayoría, se puede y debe proyectar una opción política y un liderazgo capaz de asumir las ideas matrices y los conceptos fundamentales que les unen, representando adecuadamente los nuevos desafíos del país, cambiado por las propias reformas en curso, con vistas a derrotar la propuesta de regresión social que transpira la derecha chilena por todos sus poros.

Esta opción no podrá ser un simple afán de mantenerse en el poder. El desafío que tiene ante sí es llegar a ser, precisamente, una propuesta que logre la síntesis entre continuidad y cambio que se haga cargo de los procesos de transformación que vive la sociedad global y nuestro país.

En este dilema, la derecha será la fuerza perpetuadora de la desigualdad que Chile debe saber doblegar, para bien de su integración como nación y de su futuro como país.

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