La momificación del modelo

En una defensa a ultranza del proyecto neoliberal que inspira la Constitución del 80, el ex ministro de Economía de este gobierno, J.R.Valente, señaló: “a la gente le da vergüenza decirlo, pero el modelo de desarrollo estaba funcionando bien”.

El espejismo del falso éxito del modelo neoliberal se convirtió en un conflicto que recorre y estremece a la derecha en el poder dividiendo a sus partidos, centros de opinión y grupos de presión: de un lado, el apego inamovible, con ajustes menores, al modelo estructural de la desigualdad y los abusos, y del otro lado, una constatación de muchos, en la misma derecha, que se requieren cambios en el proyecto-país y no quedar “momificados” como les advierte el alcalde de Santiago, Felipe Alessandri.

El dogma ultra conservador niega que hay un desafío de auténticas transformaciones que articulen la sustentabilidad ambiental, la integración de la ciencia y la tecnología en el proceso productivo con la materialización de derechos sociales que hoy son esenciales, de modo que no se perpetúe hasta que se venga abajo el modelo depredador, extractivista y agro exportador que tiene síntomas claros de agotamiento por sus severas limitaciones estructurales.

Además, Piñera, sigue ignorando la demanda feminista. Ya es claro qué no irá más allá de interesados gestos comunicacionales, dentro de una visión machista de los derechos de la mujer.

El 2017, en la campaña electoral, Valente, fue opinólogo del conservadurismo, hacía mofa de las políticas sociales y las desdeñaba como costosas e ineficaces, fue rostro de los “duros”, que con audacia se proclamaron como grandes gestores del triunfo en esas elecciones presidenciales, condicionando a los demás actores de la derecha, incluido el propio Piñera, cuyo gobierno fue inclinado de inmediato al mercantilismo en todas las áreas, con un discurso ideologizado y fuertemente conservador y regresivo.

Con tal propósito ajustaron cifras, hicieron anuncios y sudaron arrogancia. Se dijo que un oscuro pasado concluía y venían milagrosos tiempos mejores.

Al gobernante le encantó que acomodaran la realidad a sus deseos y se embarcó saturado de soberbia, no era para menos, la promesa era fabulosa, el salto al desarrollo, al primer mundo, con un fabuloso ingreso per capita y el liderazgo continental como nadie jamás lo había obtenido. Algo increíble para alguien con mínimo sentido de la realidad, una ilusión inalcanzable, a la altura de su incesante jactancia.

Piñera, con esa irrealidad intentó desplegarse por Latinoamérica como si fuese el libertador millennials, un nuevo héroe continental, pero lógico, trocando el arrojo de la Independencia por una retórica fantasiosa e interminable, el espejismo neoliberal del pensamiento único, intolerante a lo diferente, empapado de espíritu de revancha y de soberbia hacia los avances conseguidos en el duro camino de pueblos y gobiernos por alcanzar mayores grados de dignidad y justicia.

El quiebre de la cohesión social del país, el malestar social y la concentración de la riqueza, evidente hacía años antes de la ensoñación presidencial de Piñera, fue tema excluido de los análisis de Valente, diversos ideólogos y centros de investigación de la derecha. Las críticas eran algo incómodo, “demodé”, se negaron a tomar nota que con tal desigualdad era el mismo sistema el que provocaba la división de Chile quebrando a su paso a la propia derecha.

El dogma es absoluto, se trata de incrustar este sistema de dominación a perpetuidad, sin opción alternativa, para siempre. Ahora bien, el contraste de la afirmación de Valente con la realidad social confirma que esa prolongación indefinida tiene como condición la resignación de los abusados y de los marginados.

Ahí está su talón de Aquiles, su verdadera inconsistencia estructural. Qué paradoja, mientras hay sumisión no hay sobresaltos, si la mayoría se activa y reclama el sistema pierde de inmediato su coherencia y estabilidad.

Vale decir, el balance funcional al sistema no radica en el equilibrio macroeconómico sino que su estabilidad está en la aceptación de su permanencia por quienes lo sufren como sistema.

Al inicio de la transición hubo una sincera paciencia, el movimiento social esperó que se afianzara el gobierno de la autoridad civil y que cesará la amenaza castrense, materializada en la Comandancia en Jefe de Pinochet. No se puede olvidar que el modelo fue impuesto con la violencia estatal más dura de la historia de Chile. Con toda razón, el pueblo no quería más terrorismo de Estado.

Esa fue la verdad que se ignoró o que se despreció, en especial, por la derecha económica que se convenció que siempre debía llevarse la tajada del “león”, y que aunque no gustara esa conducta depredadora, en verdad, expropiadora de la riqueza social del país, a la postre, los diversos actores políticos y sociales tendrían que aguantárselas, no tenían alternativa.

Ese es el verdadero meollo del “modelo”, pero tanto fue el abuso y la extensión de la desigualdad que al final la paciencia se acabó, no hubo más resignación y la paz social se quebró y fue reemplazada por las protestas en las calles, comenzando con la evasión masiva del pago del Metro, así se vino abajo lo que parecía inamovible.

La ausencia de la crítica necesaria al carácter de la estructura económico-social también jugó en contra a los institutos de izquierda y centroizquierda, sin el vigor necesario para fundamentar la denuncia que era indispensable ante el quiebre social que iba generando un foso siniestro de marginalidad y exclusión estructural que irrumpió a la superficie desde la protesta social, tumultuosa y sin domicilio partidario.

En los diversos sectores de opinión, salvo honrosas excepciones, no se logró formular una apreciación sólida y maciza de la situación que se configuraba, incluso con escándalos como el dinero fuera de control para interferir ilegalmente la política y a los propios centros de estudios que vieron minada su autonomía esencial en su labor. Así no hubo como remover ni revertir la autocomplacencia, cuya cúspide fue la fanfarria piñerista del “oasis” chileno.

El 18 de octubre la exaltación neoliberal se vino abajo como castillo en la arena, de un día para otro, el gobernante quedó aislado, es decir, huérfano del apoyo político y social indispensable para sobrevivir, con el ánimo por el suelo, en un medio alterado por duras rivalidades cayeron ministros y funcionarios, su inmediata respuesta fue refugiarse en la fuerza castrense y declaró el Estado de Emergencia, pero fracasó y la crisis de gobernabilidad se agravó.

Fue convocado de urgencia otro gabinete ministerial. Valente ya no estaba, aunque ve un modelo sin fallas, a mediados del 2019 fue excluido del gabinete, había dejado de ser necesario. Pero, le apoyan oligarcas poderosos y operadores tradicionales de la derecha, que no quieren privarse de lo fundamental: el “chorreo”, es decir, voluminosas utilidades que brotan del modelo de la desigualdad y los abusos, las que defienden sin medir sus funestas consecuencias nacionales y sociales.

Ahora bien, no hay para que volver a repetir la montaña de cifras que corroboran desde hace años que el “modelo” generó una desigualdad sin precedentes que explica la fractura social y moral que hoy cruza y sacude el país.

Hay que reconocer los hechos y la cruda realidad que tantas personas advertimos hace cerca de dos décadas, que el foso de la desigualdad que se ensanchaba en la sociedad chilena causaría, a la postre, el cuestionamiento de la transición democrática en su conjunto.

En rigor, lo que Valente ve, un modelo sin fallas nunca existió, lo que funciona es una dinámica de producción y distribución que conlleva un alto nivel de acumulación que colapsa y se detiene apenas los actores sociales se activan para exigir lo que es suyo, la justa parte que les corresponde en el proceso de creación de la riqueza social.

En este modelo de aguda concentración de la riqueza lo que no falla es la injusticia y la inequidad. La situación del país, el malestar social, el deterioro de la economía y las instituciones, la extensión de los casos de corrupción, la crisis de gobernabilidad en qué hasta los partidos de fútbol están en cuestión, en fin, los hechos lo corroboran invariablemente.

Ante este dilema histórico, un sector de la derecha neoliberal defiende la Constitución del 80 camuflándose, así disfrazados de lo que no son, de “reformistas”, con el artilugio de “rechazar para reformar” lograr salvar la institucionalidad que impide las reformas. O sea, el instrumento autoritario envuelto en terciopelo.

Esta impúdica maniobra es tan increíble que revela la profundidad del vacío moral, la ausencia de escrúpulos de quien pide respaldo para cometer un vulgar engaño a la ciudadanía.

Por eso, el conflicto interno del bloque en el poder es tan fuerte y violento, pugnan dos opciones inconciliables, una visión que acepta el término de la institucionalidad autoritaria, y la otra que resguarda a brazo partido la estructura de la desigualdad y los abusos.

La situación no permite un término medio porque el modelo ya no se sostiene y quiebra socialmente el país.

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