La Nueva Mayoría está posicionada

La polémica sobre si se pertenece a la Concertación por la Democracia o a la Nueva Mayoría carece de sentido dado que la Concertación por la Democracia, que está en el ADN de la Nueva Mayoría, ya no existe como alianza política simplemente porque, como todos los bloques que generan una identidad y una “marca” que aglutinan partidos diversos, se crean en función de determinados objetivos y circunstancias históricas y cuando ellos se cumplen o la realidad cambia, desaparecen o se superan dando vida a otro tipo de alianzas que permitan enfrentar los nuevos acontecimientos y las nuevas configuraciones sociales más allá, incluso, de la voluntad de sus dirigentes.

Así ha ocurrido en Chile a lo largo de nuestra historia con diversas alianzas de partidos, de las más diversas configuraciones ideológicas, que jugaron un rol en una determinada fase de la vida del país.

Por cierto, la Concertación por la Democracia ha sido la alianza de mayor envergadura, densidad, duración en el tiempo y está fuertemente arraigada en la memoria, en la cultura y en las emociones de los chilenos especialmente de aquellos que vivieron esa fase histórica.

Ella, permitió superar las divisiones entre la izquierda y la Democracia Cristiana, que fue una de las causas del golpe militar del 73, y crear un entendimiento de la centroizquierda que reunió a millones de chilenos, mucho más allá de los partidos que la integraron.

Encabezó el desplazamiento del poder de la dictadura, constituyó cuatro gobiernos que con éxito guiaron una larga transición a la democracia, la reposición de las libertades, de los derechos humanos, civiles y políticos de los chilenos y construyeron crecimiento económico como nunca antes en la historia del país, estabilidad, gobernabilidad,inserción en el mundo y una política de equidad que redujo notablemente la pobreza y generó mayores oportunidades para todos.

No hay que equivocarse, fue la Concertación por la Democracia la que construyó  otro Chile después de la dictadura, refundó un país, para decirlo con Churchill, donde “las personas saben que si tocan a tu puerta a las cinco de mañana no puede ser otro que el lechero”.

Es decir, un país sin la DINA, la CNI, los campos de concentración, las detenciones arbitrarias y donde se repuso el estado de derecho destruido por el régimen militar. Pero lo hizo enlazándose con la historia republicana, con los valores y principios de la democracia que se desarrollaron por decenios en nuestro país y enfrentándose a una derecha política, con poder, que ha defendido la herencia institucional y económica del régimen de Pinochet.

Esa Concertación que unió desde liberales democráticos a socialistas, junto al PC y a un amplio movimiento social de resistencia, tuvo el coraje de enfrentar a la dictadura con la movilización social y la desobediencia civil y pagar un alto costo humano, pero también esa Concertación tuvo el talento político y la confianza en el pueblo chileno para  comprender que era posible derrotar al régimen, con un lápiz y un papel, con el voto, en un plebiscito convocado por el régimen para perpetuarse en el poder hasta el año 1997.

Personalmente, habiendo apoyado en su momento, como parlamentario y dirigente político el manifiesto de los llamados “flagelantes”, me siento orgulloso de esa lucha democrática y de lo realizado por los gobiernos de Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet y de sus logros en veinte años.

Por cierto, estoy entre quienes creen que era posible avanzar más rápido en determinados cambios al modelo y en los enclaves dejados por la dictadura, que era necesario un mayor esfuerzo para reconstituir una sociedad civil participativa, que era obligatorio en avanzar en mayor verdad y justicia en las violaciones a los derechos humanos del pasado y reparar de mayor manera a las víctimas.

Sin embargo, no olvido, y nadie debiera hacerlo, las peculiaridades únicas de una transición donde el dictador mantuvo una cuota de poder significativa al mando del ejército y como senador vitalicio por largos años, además de la existencia de una derecha obsecuente con el legado de la dictadura y que no son solo sus partidos y parlamentarios, sino empresarios, medios de comunicación, clubes, poderes fácticos de diversa naturaleza que impidieron o neutralizaron cambios más profundos.

Hay que tener obligatoriamente una mirada historicista de los acontecimientos, ver los contextos y, también, el deseo de una población que quería vivir en paz después de tantos años de inseguridad y tormento.

Hasta el viejo Marx, en polémica con los anarquistas de su época, decía que la humanidad, los pueblos, se proponen sólo los objetivos que son capaces de lograr en cada momento.

Ciertamente la subjetividad de la población en los 90 y después, en Chile como en el mundo, era distinta a la de hoy y ni el mayor voluntarismo podía convocar a movilizaciones mayoritarias para romper el statu quo porque ellas no correspondían a una fase de activación ciudadana como la que conocemos en este segundo decenio del siglo XXI.

Sin embargo, Chile y el mundo cambiaron. La globalización, el desencanto con el modelo neoliberal, la revolución digital de las comunicaciones  que permite que las personas dejen de ser “objetos” de los medios y puedan ser receptores y, a la vez, trasmisores de sus propias opiniones, han modificado en positivo la subjetividad de la población y han colocado al cambio como la única certeza de este mundo posmoderno.

En este nuevo contexto, la Concertación por la Democracia no era ya capaz de responder a los anhelos de la población, “no daba el ancho” en el nuevo ciclo político, su “marca” de identidad se tornó vieja y era necesario generar una Nueva Mayoría, como pacto político, que no solo implicaba incorporar al PC y a otras fuerzas menores que se había desgajado de los partidos, sino establecer un diálogo con los movimientos sociales, reales y virtuales, que se empoderaron trayendo reivindicaciones viejas y nuevas y determinando, en muchos casos, la Agenda política del país.

Esta Nueva Mayoría tiene la fortuna, en un sentido gramsciano, de encontrarse con un liderazgo convocante e integrador como el de Michelle Bachelet que es elegida Presidenta con una de las mayores adhesiones de la historia de nuestro país y que propone un Programa de cambios estructurales que para ser creíbles debían ser encabezados también por una nueva alianza política. Nueva Mayoría ha logrado exitosamente posicionarse ante los chilenos pese al excesivo individualismo de algunas de sus figuras y a las polémicas desprovistas de contenidos esenciales que recorren los medios.

Sé que hay nostalgia en la plaza, sobre todo en los prohombres de la transición que quisieran que perduraran los estilos de la democracia de los acuerdos. Pero en ninguna sociedad hay cambios profundos sin que se rompan determinados equilibrios y estilos de gobernar.

Hay, además, un recambio generacional en el poder que es fruto del coraje de la Presidenta Bachelet de no blindarse y es inevitable, que incluso en los medios y también en parte de la población, se extrañe las figuras ordenadoras del pasado que operaban por ampliar la democracia y la justicia social pero desde el palacio, desde las instituciones y sin tener que responder al correlato de una ciudadanía activa, con capacidad de opinar, de repercutir y de auto convocarse para reclamar sus derechos, más amplios, y de una política que hoy tiene niveles de exigencia de transparencia mayores que los del pasado.

Ciertamente se han cometido errores en este primer año de gobierno, hay incertidumbre por la formulación de las reformas y una capacidad limitada de exponerlas especialmente a capas medias bombardeadas por los medios de derecha y que temen perder lo que consideran conquistas logradas con esfuerzo en medio de las políticas correctivas al modelo llevadas adelante justamente durante los gobiernos de la Concertación.

Cambios, como los que impulsa Bachelet, que no hace del mercado el eje ordenador de la educación, que busca mejorar la pésima distribución del ingreso, que quiere  generar, con participación ciudadana, una Constitución legítima en la cual todos nos sintamos interpretados y otros que tienen que ver con una mayor autonomía de decidir por parte las personas sobre sus propias vidas.

Ellas son reformas de magnitud histórica que requieren de una Nueva Mayoría unida en sacar adelante el Programa que el país votó mayoritariamente, pero, a la vez, de una Nueva Mayoría que respete y exprese la diversidad, que escuche y dialogue con la ciudadanía, con las organizaciones sociales, con los partidos de gobierno y de oposición para crear mayorías lo más amplias posibles para ejecutar los cambios.

La Concertación es parte del ADN de la Nueva Mayoría pero ya no existe y esta es otra alianza con otros objetivos y contexto social y no sirven ni las nostalgias de una forma de gobernar, ni los afanes refundacionales, porque las nuevas reformas que impulsamos son posibles porque Chile cambió y se parte de un estándar más alto de desarrollo, para proponerse modificar aspectos esenciales del modelo y crear un país inclusivo y democrático.

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