La “plaga” del acoso y el abuso

La deplorable conducta del alcalde de Puerto Varas, Ramón Bahamonde, al atentar gravemente contra la dignidad de la joven cantante Camila Gallardo, viene a culminar una seguidilla de abusos de autoridad que son vergonzosos e inaceptables.

Se trata de actos repulsivos y/o deshonrosos del poder, a través de los cuales quién tiene una determinada posición dominante o de autoridad la usa para cometer un abuso, acoso, discriminación o encubrimiento, en detrimento de una persona o grupo de ellas, a la cual o a las cuales, se atropella en su dignidad, cuando esos abusos se extienden, entonces atacan gravemente el bien común de la comunidad afectada.

De modo que es muy perversa la idea del que piensa que es intocable, que la posición que ostenta le permite ofender y agraviar, como también quedar impune, sin castigo ni sanción en la fechoría cometida.

Por eso, lo que desde tiempos inmemoriales se define como el comportamiento del “patrón de fundo”, la cultura del abuso, para deshonra de Chile, reaparece de modo burdo y brutal.

Chile como una sociedad democrática en evolución está madurando y estos abusos, acosos y conductas vergonzosas deben ser, es de esperar, cada vez más, drásticamente condenadas y sancionadas.

En especial, la violencia contra la mujer que duele y golpea el corazón de Chile requiere de un urgente cambio en las conductas que le ofenden y denigran.

Así también, contra la cultura del abuso ha sido muy importante para el bien común, el tenaz y corajudo esfuerzo de las victimas de abusos sexuales en la Iglesia Católica para denunciar a los autores y encubridores de terribles actos, en muchos casos, ejercidos como una repulsiva costumbre, de usar la condición de clérigo para abusar de niños o jóvenes sometidos a sus deplorables delitos.

Hace pocos días el arzobispo Sciucluna, dijo que debido a las denuncias recibidas e investigadas en Chile se abrió una “Caja de Pandora” que desnudó prácticas aberrantes, delitos sexuales en el clero que ahora concentran la atención del Vaticano.

Tanto es así que este fin de semana, en la “cumbre” citada por el propio Papa Francisco, en Roma, el Pontífice definió el reiterado hábito de abusar y practicar delitos sexuales y su encubrimiento en la Iglesia, como una verdadera “plaga”.

El alcalde de Puerto Varas debiese aprender que al recibir la condena moral del país, significa que ese cargo, esté en el Sur, en el Norte o donde esté, tiene que respetar la condición de mujer, y no pretender dar rienda desde su posición de poder al hábito de practicar e imponer abusos repulsivos, que revelan un desprecio al género femenino producto de una misoginia irrefrenable. Las excusas primero y luego la renuncia, es lo que un mínimo pudor le exigen.

La cultura del abuso se da tanto en la esfera pública como privada. Quien abusa rompe con su realidad, se siente impune, cree que nunca tendrá que responder de sus actos y conducta. Por ello, ocurren hechos insólitos, si se piensa que quién los cometió rompió normas y hábitos esenciales de lo que debió ser su comportamiento y que no podían dejar de estar en su conocimiento.

Un buen proceder dice que un Comandante en Jefe del Ejército tiene que respetarse a sí mismo, a su institución y al país y no debe defraudar recursos institucionales.

Así también una funcionaria por alto que sea su cargo tiene que recibir un sueldo justo y no desmesurado, igual que un senador por mínimo respeto a su función republicana no debe pedir “raspados de la olla” y justificar a los que se apropian de bienes de uso público con el pretexto de la lucha de clases.

En suma, estas situaciones penosas señalan qué hay límites al poder y la autoridad, las que además tienen deberes que cumplir, entre ellos, que nadie debe pedir y tener concesiones privadas de playa que violan la ley, aunque sea jefe de Estado. 

La cultura del abuso no debe prevalecer. Las violaciones a la dignidad y actos arbitrarios que atropellen los Derechos de las personas, y el mal uso de cargos o estatus, deben ser rechazados socialmente y castigados penalmente cuando corresponda. 

Así, el respeto a la mujer y la honradez en la función pública no serán sólo un recurso discursivo sino que una práctica cotidiana, de forma que Camila Gallardo cante por todo Chile, sin sentir miedo a sufrir ni acoso ni abuso, entonces seremos un mejor país.

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