La política y el lenguaje simbólico

La Democracia Cristiana, definió hace 30 años en la memorable junta de fines de agosto de 1987, junto con elegir a Patricio Aylwin como su Presidente, una notable intuición política, que debía inscribirse bajo su propio nombre histórico. Algunos recordamos haber hablado en esa junta, en una noche fría de Punta de Tralca y decirle a ese pequeño grupo que se aglutinaba dubitativo que eso nos permitía abrir las posibilidades a muchas personas que tuvieran malos recuerdos del Gobierno de Salvador Allende y que por ello la forma correcta de entusiasmar a un electorado indeciso era inscribir el PDC, la idea resultó exitosa.

Los continuadores del Gobierno de la dictadura de derecha, se presentaron al combate electoral como herederos del régimen y para completar su tarea, comenzaron a utilizar el concepto de “centro derecha”, que acuñaron cuando se dieron cuenta que debían mutar su forma de presentarse al electorado y arropar sus propuestas con algunos toques sociales, aunque en lo central mantuvieran la tesis de una economía neoliberal, con un sesgo altamente concentrador y un conjunto de cerrojos:  binominal para todo y leyes de amarre.

La Concertación, poco a poco, y producto del binominal, se fue autodefiniendo como de “centro izquierda” y ese concepto se exponía como la simple suma de  partidos tradicionalmente de izquierda y la Democracia Cristiana y el Partido Radical definidos  sin mayor análisis como centristas.

La izquierda englobó a partidos y personas que venían de una izquierda más radical, hasta verdaderos y convencidos socialistas liberales y socialdemocratas de nuevo cuño. En el centro no se analizó en profundidad si se trataba de un centro de vanguardia, profundamente reformador, en la tesis de Jaime Castillo u otro tipo de centro. Ello facilitó una convergencia que en parte se sostuvo por la coordinación suprapartidaria de facto que dirigió la concertación.

La cuestión descrita pareció necesaria, para desarrollar una política que permitiera surcar las aguas del binominal y por ello todo el mundo se dio por enterado de algo que en realidad no se definió ideológicamente, pero que si tenía una  épica basada en el eje democracia contra dictadura. Funcionó sin duda, aunque hubo errores.                            

Durante los últimos 25 años, se ha mantenido este esquema y en alguna medida, hoy aparece como un problema cuando se quiere dar identidad y contenido a los proyectos partidarios presidenciales.

Ciertas contradicciones se destacan, mientras se suben impuestos y por otro lado se hacen políticas de concesiones y privatizaciones y ello hace extraordinariamente difícil señalar que es de centro y que es de izquierda o incluso que es de derecha en algunos casos.

Así, el crecimiento económico del país con mayor inclusión social  y sostenible no es solo de interés de la denominada “centro izquierda”. Lo mismo ocurre en el terreno filosófico, derechos humanos, valores familiares y demás áreas. Todo parece reducirse a énfasis muy generales.

En efecto, los conceptos anclas de las posiciones políticas en Chile se diluyen. Veámoslo de forma simplificada. La derecha pone el acento en los derechos individuales y acepta el Estado, pero le gusta que participe poco. Si llega a ganar la próxima elección, veremos un bulldozer en operación. La izquierda, confía más en el Estado, pero ya no desea eliminar derechos individuales, sino que los defiende.

En el centro, como se le adjetive, a mi gusta como de vanguardia, se cree en la persona, más que en los individuos; se confía en el Estado, pero no se desea un accionar totalitario y por ello pone el acento en las comunidades, en especial, la familia y las sociedades culturales en paralelo a las políticas públicas. Admito que esto es muy simple pero sirve para entender las tensiones actuales y las por venir. Los ciudadanos no están siendo informados correctamente y operan básicamente por percepciones.

Por lo anterior no es de extrañar que haya aparecido un polo de izquierda que se presenta incontaminado, puro, que no tiene mucho contenido y que tampoco es tan amplio ni claro en lo que se refiere a quienes van dirigidas sus principales reformas populares y su viabilidad. Por ahora le basta con vocear una dura crítica para existir.

Cuando estábamos en los albores de esta especie de nueva república que comenzó en 1990, el eje democracia dictadura era central,  hoy no lo es, ya que nuevos temas denominan la agenda noticiosa.

La derecha, puede ofrecerle al país un proyecto de restauración, pero la concentración de la riqueza y de su  poder en los mercados y los abusos contra la ciudadanía, la obligarán a un discurso más complejo que aún no aparece. Como al polo descrito anteriormente, por ahora le basta con criticar a un gobierno debilitado.

La izquierda oficialista, dividida como está apareciendo entre liberales, socialdemócratas y neo ortodoxos, carece también de respuestas integrales y necesariamente debe aceptar al mercado como principal motor del desarrollo.

Queda así un espacio, que se agranda a pasos agigantados que tomará su curso necesariamente hacia un centro moderado, pero de avanzada, que debe ser realista en sus políticas públicas y que principalmente dirija su accionar y su lenguaje directo y subyacente, a personas no encasillados, más escépticos, y que sea capaz de ofrecer un camino prudente, potente e innovador que sea por la ciudadanía para que ésta pueda acompañar afectivamente el proyecto y sentirlo como algo propio.                                                        

Es posible que sea el momento de mirar los grandes temas y de olvidarse de los eslogan que facilitan en apariencia la tarea política, pero que a la larga se transforman en camisa de fuerza.

Aquellos partidos que dicen tener domicilios políticos vagos van a terminar en un mar de confusiones; las identidades propias de cada partido desaparecerán en ese vasto océano de eslóganes y conceptos líquidos, propios de las encuestas.

El país terminará por no saber, porque no se dice claramente, que piensan cada uno de los partidos o candidatos en particular; sus identidades son para la opinión pública, absorbidas por esas palabras, meramente esquemáticas, cuasi simbólicas, sin contenidos doctrinarios. La política así se oscurece, las doctrinas de cada partido se ven   cubiertas por ellos. Los partidos políticos por una especie de inanición y desadaptación, respecto de la realidad ciudadana, dejarán de ser útiles y lo peor es que aún no sabemos cómo sustituirlos.

Algunos piensan, los más jóvenes, que los medios tecnológicos pueden suplir las ideologías, y buscan crear partidos virtuales, pero esto es confundir el uso de los medios para una moderna dialéctica, con la de las ideas políticas, vertebradas con insumos filosóficos, morales y una praxis irreemplazable.

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