En este último año hemos sido testigos de una variedad de delitos de distinta gravedad, sin hacer distinción alguna entre sus víctimas. Quizás el más reciente y bullado haya sido el secuestro de un empresario en Requínoa -cerca de Rancagua- que terminó con su liberación previo pago a los secuestradores. Este tipo de delitos, y muchos otros más a lo largo del país, tienen a Chile sumido en una crisis de seguridad pública bastante profunda.
Sin embargo, al momento de realizar un análisis de las posibles causas, no es suficiente quedarse con la cantidad de delitos cometidos, lo que siempre es un orientador, pero que no sirve para auscultar las causas más profundas de este fenómeno. Si queremos solucionar el problema de la delincuencia -de lo cual no hay duda-, no basta con más carabineros o policías sino que también es necesario enfrentar el problema desde otras aristas que sobrepasan lo punitivo o judicial.
Lo que no es sorpresa a estas alturas es la edad de las personas que están siendo detenidas, la que comienza desde los doce años en adelante. Entonces, ¿qué es lo que hace que una persona de 12 o 14 o más años y que está en edad escolar delinque?
Quizás una respuesta a esta situación la encontremos en lo que está sucediendo con el sistema educacional del país y el aumento de la deserción escolar. Se puede constatar que en el último tiempo han desertado (o desvinculado) del sistema escolar más de 44 mil jóvenes. Un estudio de Lochnet y Moretti publicado en la prestigiosa revista American Económics Review sugiere que un año extra de asistencia a la escuela reduce significativamente la probabilidad de arresto y encarcelamiento de los jóvenes. En otras palabras, la deserción escolar podría agravar el problema de la delincuencia.
Por cierto, la educación es solo una variable más que se debe considerar para atenuar el problema de la delincuencia y que muchas veces, por la contingencia propia de los delitos, no se piensan con la suficiente fuerza. Lo anterior, a pesar de que muchos estudios especializados sugieren que es la mejor forma de combatir este flagelo social de forma constante y con una mirada de largo plazo.
Entonces, tenemos un desafío mayor, el cual consiste en mirar el problema de la delincuencia no solo como una suma de delitos al alza, sino también con una mirada sistémica en donde la política pública tiene un rol clave para sanar este dolor que se está haciendo sentir con fuerza en todo el país. La educación es un elemento clave que debe ser abordado y del que -como sociedad civil- podemos hacernos parte, por ejemplo, promoviendo la asistencia a clases de los niños, niñas y adolescentes, o teniendo una paternidad activa en el rol educador de nuestros hijos.
También el Estado tiene el deber de gestionar eficientemente los planes y programas orientados a la disminución de la deserción escolar. Ahora bien, es importante destacar que la educación no es el único factor que puede ayudar a disminuir la delincuencia, pero sí es clave. Una mirada más amplia nos facilitaría solucionar el problema de fondo y superar una enfermedad social que siempre es brutal y demoledora, sobre todo para nuestras familias.
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