La triste soledad de Evelyn

Las respuestas de Evelyn Matthei a una entrevista de La Tercera publicada este sábado, revelan su desazón, amargura y sobretodo la soledad que embarga a la candidata de la derecha a una semana de las elecciones presidenciales.

Es un manifiesto de asunción personal de la derrota que se avecina y el estado de ánimo de una candidata que ha abandonado la contienda antes de tiempo y que no ha construido empatía alguna ya no solo con los sectores sociales que históricamente han apoyado a la derecha, y que ella declara apoyan a su contrincante Michelle Bachelet, sino también con sus propios parlamentarios que no colocan su foto en sus afiches de campaña.

Matthei sabe que estos últimos días ello se profundizará porque, frente a su falta de liderazgo en el sector, sus candidatos buscarán salvarse por su cuenta y la dejarán aún más sola sumida en la rabia y el rencor que es una de las características de su personalidad.

Matthei reconoce que no ha recibido el apoyo de los partidos y de los parlamentarios que ella esperaba. Anuncia que no quiere “cobrar cuentas” y destaca, en son de agradecimiento, a dos o tres parlamentarios y dirigentes políticos que la han acompañado desde su comando.Ni siquiera el nombre de los presidentes de RN y de la UDI aparecen en su lista de personas a las cuales salvar de la deslealtad generalizada que denuncia.

Sindica al Centro de Estudios Públicos como su principal enemigo, desconoce la única encuesta electoral prestigiosa en el tiempo y dice que “el CEP le ha hecho el daño más grande a mi campaña”. Asume que los grandes empresarios la han abandonado, que no les importa que les suban los impuestos y terminen con el FUT y que ellos siempre estarán con quienes ganan las elecciones.

Entre líneas deja caer su malestar hacia quienes, en medio de la campaña, han hablado de la nueva derecha, no deja de golpear, sin mencionarlo, al Presidente Piñera que cree no traspasará su mayor adhesión a su candidatura y revela que en el fondo el gobierno ha querido solo formalmente aparecer apoyando su candidatura sin que ello se manifieste de manera concreta en nada.

Finaliza diciendo que no hay nada nuevo en la derecha y que la famosa derecha liberal no existe.

Matthei tiene claro que las palabras del Presidente por los 40 años del golpe militar fueron un verdadero misil a su candidatura. No podía no crear un enorme agujero en la ya débil nave con que la derecha enfrenta esta elección, el hablar de “cómplices pasivos” con una candidata que no solo votó en el plebiscito por mantener a Pinochet en el poder hasta 1997, lo cual fue calificado por Piñera como un grave error, sino que además es hija de un integrante de la Junta Militar que encabezó la dictadura.

En ella queda claro, además, que cuando Piñera se juega porque sea ella candidata y no Allamand, que tenía la legitimidad de haber participado en una primaria, el Presidente piensa más en su futuro hacia el 2017 que en dotar a la derecha de una candidatura verdaderamente competitiva.

Hoy una UDI, mañana un RN, en la conocida lógica de “a quien le toca” en la distribución de las cuotas de poder. Matthei sabe que Piñera está preocupado de la adhesión con que termina su gobierno y que tendrá un respaldo muy superior al que obtenga su candidatura en las presidenciales de una semana más y ello hará que la derrota sea aún más humillante.

Sin embargo, en esta verdadera admisión anticipada de su derrota, Matthei no pronuncia ni una sola palabra de autocrítica.

La sincera amargura que trasuntan sus juicios es más fuerte que cualquier otra consideración y la sensación de que ha soltado el carro y que este está a la deriva es total porque ni siquiera se preocupa del efecto desánimo que sus palabras tendrán en los electores de derecha que han descubierto que con el voto voluntario y frente a una derrota inminente pueden no concurrir a votar y que esto puede ya ocurrir en primera vuelta.

Tampoco del hecho de que en toda elección hay un porcentaje de personas que deciden su voto al final y que en ellas, la categoría de indecisos, influye el no perder el voto y votar a ganador.

La sensación, para cualquier persona que lea esta entrevista, es la de una candidatura acabada y sobre la cual solo resta colocar una lápida. Los juicios de Matthei en las últimas semanas así lo revelaban.

Asociar el programa de Bachelet a la “Alemania del muro de Berlín” es tan absurdo como asociar el programa de Matthei con Hitler.

Decir que el programa de Bachelet es “terrorífico” es una demostración de desesperación que provoca rechazo porque no entra en el sentido común de las personas.

Intentar demostrar que la Nueva Mayoría defiende a los encapuchados y a reglón seguido anunciar un Observatorio gubernamental para fiscalizar a los jueces, es una muestra que el gobierno y la derecha siente que debe buscar una excusa frente a los exiguos logros en el tema del control de la delincuencia, que fue uno de los caballos de batalla de la demagogia piñerista de los primeros tiempos.

La delincuencia es un tema complejo, que requiere de múltiples políticas públicas y no solo de represión del delito y no se podían hacer promesas electoralistas que finalmente se revelaron falsas.

Matthei logró en un par de días poner en cuestión la autonomía del poder judicial, se enemistó con jueces, fiscales y defensores, y logró un rechazo unánime de la Corte Suprema que acusó al gobierno de improvisación en sus anuncios y actos.

Todo termina en un fracaso para el gobierno que debe reconocer finalmente que esto está solo en manos de una Universidad cuyo Rector, molesto con la candidata y el gobierno, declara que esto se verá después de las elecciones y que no es un tema que pueda ser politizado toda vez que se trata de observar fallos y no de acusar a los jueces.

Es decir, todo mal. Una campaña sin conducción, sin ideas, que no ha logrado instalar una sola de sus propuestas programáticas en la mente de la ciudadanía.

¿Pero las culpas son todas atribuibles a Matthei, que seguramente quedará como la peor candidata de la derecha en muchos decenios? Su responsabilidad mayor es haber aceptado una candidatura sin destino.

Pero la responsabilidad de fondo es de los liderazgos políticos de la derecha que han mostrado, al nominar a Matthei, estar profundamente desconectados de la realidad del país y de la nueva subjetividad que recorre no solo Chile sino el mundo entero.

Este es un fracaso colectivo de una derecha que no está dispuesta al cambio, que se aferra al pasado, que defiende un modelo económico que otras derechas en el mundo han buscado corregir, que defiende una Constitución ilegítima, que desprecia la participación y la movilización ciudadana y ve en ella solo desorden y caos, que mantiene el binominal, que en sus ideas y en sus opciones políticas está superada por la realidad del siglo XXI.

Una derecha, dijimos, por la cual no ha pasado la revolución francesa – el episodio del Observatorio es la negación de Montesquieu –, ni tampoco la Plaza Tahrir, y que no logra comprender que vivimos una realidad compleja, cambiante, con estados de ánimos y exigencias de la ciudadanía de mayor igualdad, libertad y derechos que no pueden ser desoídas.

Una derecha neoliberal y anclada en una visión restrictiva del mundo no puede ganar una elección presidencial en el nuevo clima. Pero si además designa a Evelyn Matthei como su abanderada ello implica no comprender nada de lo que ocurre y desaprovechar el único dato que la derecha no ha internalizado: que ganaron la presidencia después de 50 años porque tenían un candidato diverso a la derecha pinochetista, más liberal, y que frente a una Concertación desgastada supo apropiarse de la idea del cambio.

Hoy Matthei es la conservación del pasado, su campaña ha sido lo más parecida a la franja del sí y su historia política personal está repleta de episodios repudiables del punto de vista ético.

Es la cultura e ideas de la derecha lo que hoy sucumbe en manos de una abanderada que representa lo contrario de lo que el país quiere y lo mejor, créanme, que le puede ocurrir a la derecha es que Bachelet gane en primera vuelta porque, en estas condiciones, enfrentar una segunda vuelta, anuncia una debacle de proporciones copernicanas.

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