En este mismo espacio de opinión, Dino Pancani nos recuerda lo jóvenes que éramos cuando se realizó el plebiscito del 88. Somos de la misma generación, la que esperaba otro tipo de cambios. Soñábamos con transformaciones más profundas. Formo parte de la misma manada que se enrabia porque las cosas podrían haber sido diferentes, más rápido, más profundas. La decepción, me llevó a buscar otros caminos.
El año 2009, voté por Marco Enríquez-Ominami como manifestación crítica a la transición pactada. De un modo tardío, solo días antes de la segunda vuelta, con mi familia decidimos viajar 600 kilómetros para votar por el candidato oficialista. Saber que Frei había donado dinero a Pinochet me hacía dudar. Aunque reconozco que entré con desgano a la urna, grité y marqué el voto. Para mí, la otra opción era el desastre. Fue tarde. Las cartas estaban echadas y el desalojo se instaló en La Moneda.
Con algo de vergüenza, recuerdo mi sonrisa al saber que la soberbia concertacionista había sido vencida. En un par de días la sonrisa comenzaba a desaparecer y dio paso a la tragedia. Esperaba que terminaran pronto esos nefastos cuatro años. Aumentó la delincuencia, narcotráfico, la desigualdad. No me olvido que prometían un gobierno de excelencia, el "mejor censo de la historia" y sin embargo lo único que vimos fue el papelito con letras rojas rescatado de la mina.
Estoy lejos de la fanaticada de Michelle Bachelet. Sin embargo, es imposible desconocer el esfuerzo que ha hecho su gobierno por avanzar en reformas. Aunque con errores, la Presidenta ha ido recomponiendo lo que comenzó a desmantelar el gobierno de la derecha dura. El segundo gobierno de Bachelet no pasará a la historia por ser un gobierno revolucionario, pero ha sido clave para señalar un camino de reformas. Ella debiera ser la principal implicada en la continuidad de su obra.
Hoy es un momento clave para la unidad progresista. Si como fuerzas de "centroizquierda" no actuamos juntos, dejaremos el espacio abierto para que avance la retroexcavadora conservadora contra las incipientes reformas. Ya nos han amenazado. No les gusta la gratuidad bajo ningún modelo de financiamiento. No les gusta que el Estado regule, pero tampoco les gusta un mercado realmente libre. Prefieren la colusión. Les gusta la lucrocracia.
Han pasado casi tres décadas del término (o más bien, del comienzo del término) de la dictadura. Estamos en otro siglo, pero emergen las sombras del pasado. Frente a quienes critican que hablemos de la lucha contra la dictadura y piensan que la historia comienza el 2011, les digo, es claro que no es la misma disputa, sin embargo hay un escenario que necesita una unidad amplia de verdad para evitar el retroceso.
También, para quienes se dicen continuadores de la obra de este gobierno, pero evitan que Bachelet lidere un proceso de encuentro tienen una responsabilidad y no deben escapar a ella. La unidad es posible. Solo falta voluntad.
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