Hace unos días, el recién asumido arzobispo de Santiago, monseñor Fernando Chomali, fue duramente criticado por parlamentarios de RN y la UDI, por haber estado de acuerdo con la propuesta de Consuelo Contreras, directora del Instituto Nacional de Derechos Humanos, sobre la participación de la Coordinadora Arauco Malleco (CAM) en una mesa de diálogo por la macrozona sur.
Personeros como Andrés Longton, Alejandro Kusanovic, Henry Leal y Flor Weisse rasgaron vestiduras y se dispusieron a la honorabilísima tarea, propia de su rol, de "enmendarle la plana" al arzobispo. Las expresiones, todas destempladas a mi parecer y como espero probar, fueron desde que tenía "buenas intenciones", algo así como que es "buenito pero ingenuo", a indicarle con claridad lo que debía hacer, por ejemplo, "consultar a las miles de víctimas del terrorismo en la región". Para lo que cada uno le mandó a decir, remito a las noticias al respecto.
Yendo a mi reflexión, me encuentro en una disyuntiva del tipo "el huevo o la gallina", pues no sé si partir por la ignorancia o por la soberbia. Mejor, quizá, sea la vía intermedia, esto es, en este caso ambas se encuentran intrínsecamente vinculadas.
Los susodichos parecen ignorar que mons. Chomali es licenciado en Teología Moral por la Academia Alfonsiana de la Pontificia Universidad Lateranense de Roma (en Teología, los grados son distintos en comparación con el ámbito civil, por lo que una licenciatura canónica equivale a un magíster civil), doctor en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, y master en Bioética por el Instituto Juan Pablo II de la Lateranense ya mencionada. Es decir, es un especialista en moral y bioética. Y tanto es así, que ostenta el privilegio de ser, desde el año 2001, miembro de la Pontificia Academia por la Vida del Vaticano.
A pesar de que no es mi especialidad, me permito un breve paréntesis sobre la ignorancia. En la teología moral clásica se definía la ignorancia como la ausencia de un conocimiento debido; es decir, en razón de mi oficio o profesión, no sé algo que debería saber. La ignorancia, así definida, es culpable (o responsable) en diversos grados, con una excepción: la ignorancia invencible, que es aquella que el sujeto no ha podido superar, por ejemplo, por falta de medios, lo que hace que no dependa de su voluntad. ¿De qué tipo de ignorancia se tratará aquí? De la respuesta a esta pregunta dependerá si estas críticas constituyen o no un acto de soberbia. La dejo al ponderado juicio del lector. Para completar lo dicho, la falta de un conocimiento no debido y, por tanto, que no tiene ningún grado de culpabilidad, se llama técnicamente "nesciencia" (un matemático no requiere saber la tabla periódica de los elementos; si fuera químico, otro gallo cantaría).
Volviendo al punto, cuando mons. Chomali dice que "cerrarle la puerta a alguien que quiere dialogar, a priori, no me parece adecuado, porque las personas pueden cambiar", no lo está diciendo sólo el arzobispo de Santiago, sino un especialista en moral y bioética, alguien que conoce muy bien lo que significa el diálogo, tanto en la teoría como en la práctica, pues en su misión pastoral en Concepción, estuvo involucrado como mediador en varios conflictos y ha conocido en primera persona el mundo mapuche.
En segundo lugar, cuando hablan de "miles de víctimas del terrorismo" ¿a cuáles víctimas y a cuál terrorismo se refieren? ¿Acaso han ignorado también a las miles de víctimas que fueron desplazadas y exterminadas a sangre y fuego por la invasión cívico-militar del territorio mapuche en esa infame campaña llamada eufemísticamente "Pacificación de la Araucanía"? En ella fueron los chilenos los que quemaron sembrados y rukas a destajo, como indiqué en mi columna "Nuestra propia Ucrania" publicada en este mismo medio. Antes de continuar, y justamente por lo que voy a decir, aclaro que no comparto la vía violenta, sino la no-violenta, cuya "arma" principal es el diálogo. No se trata, en consecuencia, de una "vuelta de tortilla", sino de entender que la violencia relacionada con la recuperación de territorios es una violencia derivada de una violencia primera, la del despojo.
Por eso que, si bien esta segunda violencia no la justifico, sí la entiendo. Tal como en nuestros días hemos visto la industria del robo y blanqueo de vehículos con patentes y documentos falsos, de una forma análoga se produjo la enajenación de tierras, aunque con un barniz de legalidad, pues fue hecha en notarías de aquella época. Muchos de quienes adquirieron en el pasado esos terrenos fueron a su vez víctimas de estos procesos fraudulentos y hoy en día incurrirían en el delito de receptación. Esta es la realidad compleja que hay que enfrentar.
Para finalizar, una última ignorancia: el diálogo es un proceso largo y delicado, que busca establecer un espacio de encuentro precisamente para los protagonistas del conflicto, con el fin de que cada parte pueda empezar a entender la posición del otro. Habrá que preguntarse cómo y por qué llegamos a la situación crítica en que nos encontramos. Para esto se requiere, en primer lugar, la voluntad para sentarse a conversar, lo que tiene que ir acompañado de honestidad y humildad. Por eso que el diálogo verdadero es un acto de valentía. La voluntad de diálogo constituye el primer paso en el camino de una posible resolución del conflicto. Por tanto, pretender descalificar de entrada a la contraparte es no entender de diálogo (conocimiento debido para un político) y abortar este proceso.
En política, la ignorancia, tal como se ha definido aquí, es inexcusable. La actitud ignorante y soberbia de estos personajes muestra el grado al que puede llegar la estulticia en política. No es de extrañar que esté tan desprestigiada. Y si la humildad es una premisa básica para entablar una mesa de diálogo, está más que claro que los que quedan automáticamente autodescalificados de participar en ella son los soberbios. Pero, no todo está perdido porque, tal como dijo mons. Chomali, las personas pueden cambiar: las de derecha, de centro y de izquierda. Todos, cual más cual menos, necesitamos de revisión y conversión.
Termino con un principio fundamental de la no-violencia activa: lo que este método busca es la liberación. Se libera al oprimido de la opresión, y al opresor de ser opresor.
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