Las promesas no escritas de los candidatos

En los programas de los candidatos no está toda la verdad. Promueven, además, un ideario no escrito. Un ideario vago construye un estado de ánimo y emociones que sus partidarios asumen como promesas. Eso ilusiona y moviliza.

La convocatoria de la política siempre tiene un componente emocional, pero la crisis social en curso presionará al gobierno que gane, exigiendo lo demandado en estado de ansiedad y enojo. Si la política no aparta la ansiedad de las promesas, contribuye a aumentar el clima de conflicto.

Esta campaña confirma peligrosamente que la convocatoria de los candidatos es más que su programa. Aprovechando el ánimo del "estallido" acicatean, para conseguir votos en el enojo perpetuo. Descalifican globalmente las instituciones ya desacreditadas por los hechos y prometen explicando a medias. El elector votará más por eso que siente, que por lo que lee. Y al que gane, el pueblo no le pedirá cuenta solo por el programa escrito y exigirá lo que le hicieron sentir.

¿Cumplirá un presidente de derecha, recién autodeclarado social demócrata, al gobernar con su partido ultra conservador? Tres recientes ex ministros del Presidente Piñera, para ser candidatos, renegaron al canto del gallo. Cierta izquierda también reniega del gobierno del que fue parte, alienta el resentimiento "que la tortilla se de vuelta", declara ilegítimo el Congreso electo por el pueblo, trata de traidores a sus socios de ayer, estimula el desprecio a las reglas democráticas acordadas, confunde sobre el derecho a propiedad y la libertad de prensa, deslegitima la reforma constitucional que creó la Constituyente, promueve atribuirle poder de facto a quien no lo tienen. Y en la otra izquierda parecemos avergonzados de nuestra historia. Así no se hace pedagogía política.

Convocar a la furia puede servir de desahogo pero no dará la gobernabilidad que requiere el progreso, al menos en democracia.

La política no se conduce con la objetividad de las ciencias exactas. "Nadie forma un partido político para detener un eclipse de sol", dice un filósofo. La emoción siempre es movilizadora, para fines altruistas o para fines abyectos como exterminar a un grupo o perseguir "infieles". Por eso el lenguaje oportunista es grave.

La manipulación no es decir una mentira, es el manejo mañoso de la verdad para sustentar una mentira. Eludir la verdad, victimizarse para no asumir con franqueza la doctrina, doctrinas de izquierdas o derechas, agredir para prometer o impedir la crítica, absolutizar lo que es relativo y relativiza lo que está constitucional y legalmente establecido, esparce ilusiones con perfume de ingobernabilidad.

Propuestas generalizantes van permitiendo que se instale un aire de compromisos mágicos que convocan abusando de la subjetividad. Avivando emociones masivas negativas, se deslizan promesas que no saben si podrán cumplirse en el marco democrático. Eso traerá inestabilidad. ¿Cómo gobernaría Lavín con la derecha para ser socialdemócrata? ¿Cómo cumplirán, otros, su idea que el derecho a la vivienda esté por sobre el derecho de propiedad? ¿En qué consiste abrir debate sobre la libertad de prensa? ¿Qué serán los desalojos pactados? Lanzan ideas con elástico. Las "aclaraciones" confusas no borran los sentimientos movilizadores que dejan en sus seguidores. Tiran la piedra y esconden la mano.

Cuando el próximo gobierno sea exigido para satisfacer las demandas del "estallido", el lenguaje de promesas confusas hábiles puede traer el re-estallido. Invocarán esas promesas movilizándose frente al nuevo Presidente, presionado por los anhelos con que hábilmente emocionó en esta crisis.

Hoy, con la demanda social viva, dirigirá un gobierno de peligrosa desilusión y no controlará los vientos de tormenta que sembró en su campaña. Salvo que sobrepase su programa.

Las dictaduras de izquierdas y derechas movilizaron emociones cargando millones de muertos, torturados, presos y desaparecidos, amparados en la construcción política de emociones ciegas, cultivando hasta hoy el negacionismo de sus horrores. En Chile no será así de grave porque estamos en democracia, pero la campaña debería evitar el riesgo de inestabilidad, desconfianza, de menor progreso social y desarrollo.

Chile está corriendo ese riesgo con candidatos que hacen abuso de un lenguaje de manipuladora conexión con el "estallido social", estimulando indignación, en vez de recoger responsablemente, como sano impulso, el clamor de millones de personas del 2019, cuando el país se repolitizó, cuando ganó la política y perdimos los partidos políticos.

En Chile, en los últimos 200 años, cada crisis, no solo en 1973, dejó estados de ánimo negativamente exacerbados. Estigmas de "marxistas humanoides", democracia "burguesa", "carrerinos", "balmacedistas", "milico ibañista", "canalla dorada","upelientos". Abuso de la sutileza del verbo, astucia en el debate, la entrevista, la imagen y la promesa efímera en la prensa.

Los políticos estamos llamados a exigir que se pida el voto con la verdad y no con el lenguaje que impulsa y moviliza a sabiendas que al gobernar se incumplirá, aumentando la crisis social.

Estamos enfrentados ante quizás la última oportunidad de demostrar que la política sirve, que puede ser sana, si los dirigentes políticos hacemos pedagogía por la calidad de la vida. Con la confrontación los candidatos ilusionan, exageran o mienten, crean vectores de masas que tendrán una fuerza dirección y sentido que, en un período crítico como el que vive Chile, escapará a su control donde la calidad de vida desaparece. Los manipuladores de emociones fabrican su propia campaña del terror. Y descalifican brutalmente toda crítica, incluidas estas líneas.

Las campañas construyen una atmósfera que da una fuerza y una dirección superior a los textos de un programa. Las odiosidades y las crisis no nacen de un día a otro ni están en las propuestas programáticas sino en lo que no está escrito. Gobernar exigirá rendir cuenta de las emociones construidas.

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