Chile entró en una triple crisis en menos de 5 años: la crisis climática, la crisis social y la crisis sanitaria. Todas ellas están ahora transcurriendo simultáneamente. De ellas, dos tienen un fuerte componente internacional. Tanto los efectos socio económicos de la pandemia como los del cambio climático impactan fuertemente en los sectores más excluidos y vulnerados de cada país, pero será imposible contrarestarlos con medidas únicamente nacionales. Estamos, por tanto, en un nuevo momento histórico que exige la internacionalización y cooperación internacional de los proyectos nacionales.
En el ámbito nacional, estas tres crisis se ciernen en un país que debe tomar decisiones. La más relevante de ellas, la del plebiscito. Esta encrucijada constitucional es la única oportunidad real en el camino para plantear un nuevo pacto social que sea capaz de hacer frente a estas tres crisis en el mediano y largo plazo. Sin cambiar la Constitución, probablemente enfrentemos los 4 o 5 años que duren los efectos iniciales de la crisis sanitaria con medidas que no podrán salirse del modelo actual.
Asimismo, las medidas nacionales para abordar la emergencia climática requerirán un Estado emprendedor, capaz de planificar nuevas soluciones y de ponerle freno a las empresas que quieran torcer las normas del desarrollo sostenible para aumentar la acumulación de utilidades. Esto no se puede hacer con la actual constitución que protege los intereses de las empresas antes que el bienestar de las personas y el planeta.
En la dimensión internacional, la crisis climática requiere un proyecto país que traspase las fronteras y que ponga una ambiciosa agenda climática por delante. Chile no tiene que esperar que lo inviten a un plan más exigente. Podemos invitar nosotros a otros países a una agenda que pueda revertir el desastre global que significará y está significando la crisis climática.
Esta invitación tiene especial sentido si pensamos en nuestros vecinos latinoamericanos. Somos casi todos países con potencialidad verde, que juntos en bloque debemos exigir a los países grises - los más contaminantes, más desarrollados y dependientes de nuestras materias primas - una agenda clara de compensación y de planificación para combatir esta emergencia y la necesaria transformación de nuestras economías.
Asimismo, la crisis sanitaria, que en un par de años sólo será una agudización de la crisis social actual que vivimos, no podemos enfrentarla solos. Chile tiene que pedir ayuda y dar ayuda a quienes sea necesario.
Los desafíos laborales, alimentarios, de cuidados y de reconstrucción sostenible estarán ocurriendo con distinta intensidad en diversas partes del globo, pero con especiales similitudes en Latinoamérica. Nuevamente será necesario poner agendas por delante y articular esfuerzos que permitan responder solidariamente a estos desafíos.
Pero ¿quiénes estarán de acuerdo con que realicemos estos cambios y de esta manera? La crisis social aguda (como la que vive Chile y el mundo) suele ser un terreno fértil para discursos totalitarios o populistas.
Para enfrentar estas crisis, difícilmente podremos contar con la derecha que gobierna en Brasil o la que representa aquella que promueve el rechazo a una nueva Constitución en Chile. Tampoco podremos contar con respuestas populistas que apelen al nacionalismo mesiánico o al “que se vayan todos” que posiblemente puedan surgir.
Tenemos por delante la oportunidad de cambiar el actual modelo de desarrollo económico social en beneficio de las grandes mayorías y en beneficio del planeta. Pero generar ese cambio requerirá alianzas amplias con el centro liberal democrático y con la sociedad organizada en su conjunto.
En el ámbito internacional, la historia suele enseñar que la pureza en la búsqueda aliados termina en el auto-aislamiento. En vez de buscar únicamente a los que son iguales a nosotros, podemos buscar agendas de transformación regional mínimas o mínimos geopolíticos y buscar aliados con quienes compartir esas agendas.
En el ámbito nacional, tenemos que intentar encontrar algo más amplio que la sola izquierda para construir las bases sociales y económicas que dibujen un proyecto de país que ofrezca, al mismo tiempo, un proyecto para el nuevo mundo que tenemos que construir. Y las alianzas para ello no deberíamos buscarlas únicamente en las personas o los partidos o los movimientos sociales, sino sobretodo en el programa de transformación.
Frente a estas crisis, volver a las políticas de los noventa no es una opción. El tipo de acuerdos políticos, el tipo de respuestas estatales a las crisis de desempleo o de activación económica ya no aguantan la misma perspectiva. Pero me atrevería a decir que volver a las políticas de los noventa no es ni siquiera una opción para la gran mayoría de quienes ya las implementaron.
En este sentido, el rol que le cabe a los partidos es hacer parte a la sociedad de estos cambios y poner el foco en el contenido que se propone. Y que las alianzas surjan de esos contenidos arraigados en el pueblo, y no al revés.
En ello, nuestro papel en la escena internacional será fundamental, pues allí se jugarán muchos contenidos que definirán también el bienestar de nuestro pueblo. Hagamos, pues, un nuevo proyecto nacional de cara al mundo.
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