Aún cuando sea temprano escribir acerca de las características que las relaciones humanas asumirán en la pos pandemia, pareciera que algunas comienzan a configurarse. Es evidente que habrá una revalorización de las formas de comunicación, trabajar y convivir, desde aquellas más nimias hasta las más sofisticadas y complejas, como las actividades laborales que reciben pagos modestos pero que, en cambio, realizan contribuciones esenciales y que a menudo implican un riesgo a su propia seguridad sanitaria, trabajadores que se encuentran fuera del círculo privilegiado de las profesiones y cuya consideración bien puede significar una renovación valórica al colocar en evidencia nuestra dependencia, la desigualdad más allá de los gráficos y su aporte al bienestar general.
El credencialismo característico de nuestra sociedad, que no solo distribuye honores sino también recompensas monetarias, a lo menos, debiera ser revisado con criterios de responsabilidad social.
El sector de la salud comienza a sufrir transformaciones que delinearán su futuro. Un mundo que presumía de la inevitabilidad de sus relaciones personales ya no lo será con la misma fuerza y deberá dar mayor protagonismo a la telemedicina y el vasto mundo de las aplicaciones en los servicios asociados como son las consultas, el control de tratamientos o la salud mental, pero también abriendo oportunidades para que la relación entre profesionales se virtualice con el propósito de coordinar acciones de mejora en la gestión y capacidades de los profesionales y técnicos, amén de una mejor distribución de las compensaciones internas.
Asumir lo anterior implica dotar de nuevos equipamientos a los establecimientos, diseño de nuevos puntos de atención, salas de video conferencias, conexiones Wifi y de formas de gestión más horizontales y colaborativas.
Esto debiera fijar las prioridades de inversión en el sector, de manera que podamos enfrentar los próximos desafíos con mayor celeridad.
En el sector educativo hemos transcurrido desde las discusiones de cómo continuábamos ofreciendo los servicios educativos, mejorábamos los dispositivos de apoyo y adecuábamos nuestras concepciones didácticas a una virtualidad medianamente conocida pero insuficientemente implementada, hacia el abordaje de los lineamientos de cómo serán tanto la vuelta a la presencialidad como los sentidos de la educación del futuro.
Han surgido dos temas esenciales, uno producto de su ausencia y el otro debido a su presencia.
En efecto, pareciera que hay una revalorización del vínculo presencial que hoy se extraña y con ello de una humanización necesaria de las prácticas educativas y de manera contrapuesta, el debate acerca de cuánto de virtualidad se queda e incorporamos a los procesos e institucionalidad educacional.
Esto significa que debemos reflexionar con urgencia acerca de los auténticos sentidos de la formaciones valórica y profesional, de las nuevas prácticas del ejercicio profesional docente y del rol que tendrán las tecnologías informáticas y comunicacionales en la nueva cotidianeidad.
Diversos estudios ya han señalado que más de la mitad de los docentes no se encuentran preparados para abordar la educación virtual, pero también, ha quedado al desnudo la insuficiente cobertura y estabilidad de la conectividad en todos los rincones del país.
Las compañías y el gobierno deberán sentarse a diseñar nuevas estrategias que permitan asegurar una conexión efectiva para todos los ciudadanos con una mirada de equidad social y territorial.
No soy de los que cree que una nueva sociedad surgirá de las cenizas que dejará esta pandemia, una humanidad que cambiará todas sus convicciones para señalar una nueva ruta hacia un porvenir distinto, pero sí tengo la esperanza de que a lo menos revaloremos nuestras prioridades y sean menos las mezquindades que las virtudes las que se alcen fortalecidas.
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