Los cuidados del sacristán mataron al señor Allende

Hay un viejo refrán que dice "los cuidados del sacristán mataron al señor cura." Y en el caso del Gobierno de Gabriel Boric, bien podríamos decir que los cuidados del sacristán terminaron por dañar, como nunca antes en democracia, la imagen simbólica y política de Salvador Allende.

Durante los últimos años, Boric ha intentado presentarse como heredero moral del allendismo, apelando a su figura en discursos, en la conmemoración de los 50 años del 11 de septiembre de 1973, y en múltiples gestos institucionales. Pero la fallida compra de la casa en calle Guardia Vieja, donde vivió Allende hasta su muerte, terminó desnudando la contradicción entre el relato simbólico y la práctica política.

Lo que comenzó como un gesto de "rescate patrimonial" terminó convertido en un escándalo público de grandes proporciones. La operación no sólo estuvo mal diseñada y peor justificada: además, involucró directamente a dos altas autoridades -la ministra de Defensa, Maya Fernández Allende, y la senadora Isabel Allende Bussi- ambas copropietarias del inmueble. Con ello, el Gobierno quedó atrapado en un conflicto de interés evitable, que finalmente detonó consecuencias profundas.

La ministra Fernández terminó renunciando, mientras que la senadora Isabel Allende fue destituida por el Tribunal Constitucional, en un fallo que marcó un hecho inédito en la historia democrática reciente. Dos mujeres que no sólo representan un apellido y un legado, sino que han sido activas protagonistas de la política chilena durante décadas, salieron del escenario por culpa de una torpeza institucional, que el Gobierno no supo evitar ni corregir a tiempo.

Y así, el intento de honrar a Allende terminó provocando el efecto contrario: expuso a su familia, debilitó su legado y dejó en evidencia el amateurismo de un gobierno más preocupado del símbolo que de su correcta ejecución. Lo que se quiso convertir en patrimonio de todos, terminó siendo un triste espectáculo de desprolijidad política.

Porque en política, los símbolos no bastan. Se necesita criterio, gestión y respeto por la institucionalidad. De nada sirve invocar a Allende en los discursos si sus herederos son dejados solos ante el error, y si el símbolo se transforma en escándalo.

La ironía es brutal: fue el exceso de celo, el gesto torpe, y el descuido institucional lo que terminó dañando el legado que decían querer proteger. Como dice el refrán, los cuidados del sacristán mataron al señor Allende.

Desde Facebook:

Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado