La salida de La Moneda del cuestionado operador político Cristián Riquelme se convirtió en una nueva evidencia del intento del ministro del Interior, Jorge Burgos, de levantar una agenda propia, al no dudar en valerse de la prensa para aparecer resolviendo un conflicto, incluso a costa de la imagen de la propia Presidenta.
Si bien la mantención del ex Director Administrativo de La Moneda se hacía insostenible dada su seguidilla de errores políticos y éticos, Burgos no sólo habló “a título personal” presionando a la Mandataria por su salida, sino que “se dio un gustito” –en palabras de Francisco Vidal y de dirigentes del PPD- al anunciar la renuncia a los medios señalando que “hay partos naturales y hay partos inducidos”.
Atribuyéndose a sí mismo la capacidad de generar las contracciones de este parto político, Burgos logró, de paso, arremeter contra uno de los últimos estertores de la G-90, generación a la cual pertenecía Rodrigo Peñailillo y que se caracterizó por su avidez de poder y por abusar de prácticas de financiamiento electoral hoy intolerables.
No es primera vez que Burgos usa los medios de comunicación como una forma de presión y de manipulación, incluso filtrando conversaciones personales como la que sostuvo con la Presidenta cuando puso a disposición su cargo tras su exclusión del viaje a La Araucanía, ocasión en que señaló que la mandataria le habría asegurado que ello no volvería a ocurrir, al rechazar su renuncia. Un par de días después del impasse, Burgos pasaría el Año Nuevo con funcionarios de carabineros en la comuna de Ercilla, dando una señal de control y empoderamiento.
Abrir las puertas de La Moneda, en ausencia de la Presidenta, al ex Presidente Lagos, que frente a los medios defendió la gradualidad de las reformas en medio del debate sobre el cumplimiento del programa y días antes había asegurado que la gente le pedía que volviera para poner orden, fue otro capítulo de la tensa relación del ministro con la Mandataria, que en esa ocasión rayó en la falta de respeto y deslealtad.
Lo mismo que unos días después del cónclave en que se acuñó el “realismo sin renuncia”, cuando junto a Valdés –una incipiente dupla que no llegó a prosperar- llamó a una conferencia de prensa defendiendo la gradualidad del programa, lo que implicó que en una entrevista la Presidenta debiera descartar que los entonces nuevos ministros de Interior y Hacienda llegaran a cambiar el rumbo del gobierno.
De igual forma, en materia del seguridad y orden público, Burgos ha impulsado la agenda corta antidelincuencia con la controvertida figura del control preventivo de identidad que ha sido ampliamente cuestionada por organismos de derechos humanos, la Corte Suprema y hasta por el Centro de Estudios Públicos, poniendo a un gobierno progresista en una impresentable situación de retroceso de derechos y libertades individuales.
Burgos comenzó dándose gustitos recién llegado a Interior desde Defensa, al manifestarse en contra de la Asamblea Constituyente como mecanismo para definir la Nueva Constitución y asegurando al empresariado en Icare, que el derecho de propiedad no sería tocado durante el proceso constituyente.
Vieja Guardia
En los distintos episodios y crisis que ha protagonizado, Burgos ha contado con el irrestricto apoyo de la Democracia Cristiana, liderada por el otrora bacheletista y hoy cuestionado, Jorge Pizarro, en medio de la tensa relación del partido de la flecha roja con la Nueva Mayoría, que encuentra su mejor reflejo en la lenta tramitación del proyecto de aborto terapéutico por tres causales al que gran parte de la DC se opone.
Más cercanos a la vieja guardia de la Concertación que al área progresista de la Nueva Mayoría, los sectores más conservadores de la Democracia Cristiana cuentan con el Ministro Burgos para ir poniendo freno o “moderando” las reformas que intentaron ser estructurales.
Aunque en la mayoría de los casos se han cuadrado en las votaciones de proyectos de ley emblemáticos, algunos parlamentarios demócratacristianos se sienten incómodos con el programa de gobierno; incluso el diputado Jorge Sabag aseguró que en el caso del aborto terapéutico, su partido había planteado una “reserva” durante su discusión en la campaña.
Parte de sus líderes llaman permanentemente a evaluar la permanencia del partido en la Nueva Mayoría y se agudiza la pugna DC-PC como dos extremos que pelean por mayor influencia en el gobierno, generando una tensión que fortalece el poder del ministro frente a la posibilidad de un quiebre de la coalición de gobierno, que la Mandataria ni la Nueva Mayoría se podrían permitir.
Del mismo modo, la discusión sobre si la Nueva Mayoría es para la Democracia Cristiana una coalición programática o electoral, ha estado siempre presente durante este período y en la etapa previa a la campaña municipal, se ha resuelto a favor del pragmatismo.
Paradojalmente, en un momento álgido de la relación de la DC con el segundo piso de La Moneda y con la propia Presidenta por el impasse de La Araucanía, el partido de la Mandataria, el PS, resolvió aliarse con la DC en la lista de concejales, reeditando el llamado “eje histórico” que caracterizó a la transición a la democracia y que, para sus críticos, contribuyó a mantener el status quo y evitar los cambios al modelo. Por su parte, el PPD se cuadró con el PC y el PR; mientras Revolución Democrática, Ia IC y el MAS no descartan una apertura a movimientos fuera de la coalición de gobierno en las próximas municipales.
Cada vez más en evidencia, la jugada de Burgos encuentra una aliada en la falta de condiciones políticas y baja popularidad del gobierno para hacer un cambio de gabinete.
Tal vez su estrategia apunte a constituirse en un referente electoral para sectores conservadores y moderados que puedan tender puentes con la alicaída derecha política, y para ello esté en campaña entregando a quienes recibe en su gabinete una fotografía oficial saludando a la visita, como si se tratara de un Jefe de Estado. Que se da uno tras otro gustito, Burgos se los da.
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