Los que aplauden a Piñera

El anuncio del actual gobierno del envío de una reforma laboral al Parlamento, repone una discusión de principios acerca del derecho de las y los trabajadores a una jornada digna, salario justo y estabilidad laboral, debido a que el proyecto materializa la llamada flexibilidad, es decir, crea nuevas herramientas que intensifiquen el trabajo humano, y que este genere más utilidades, qué haciendo más ricos a los ricos, también lleve algún tipo de alivio, el “chorreo”, a costa de los mismos trabajadores.

Piñera pretende reducir el impacto del mediocre crecimiento económico que es su fórmula milagrosa, dando más poder a los empresarios, para qué haciendo uso de ese poder presionen a cada uno de sus trabajadores e induzcan el miedo al despido como complemento de la relación laboral y saquen de la extenuación de los trabajadores el impulso productivo que la política económica no es capaz de crear.

Se trata del antiguo uso de la coerción social como privilegiada palanca para inducir crecimiento económico y aumentar la productividad estrujando la fuerza laboral. Aplican el criterio medieval de que aquel que no se somete no come.

Así se juega un dilema de fondo en este debate, que marca la respuesta a favor o en contra, que se entregue al gobierno cuando pregunte por la posición de cada partido, grupo parlamentario o persona. En este tema no se puede eludir la responsabilidad que corresponde a los diferentes actores sociales y políticos.

En Chile, la explotación sin freno de la fuerza laboral ya ocurrió, fue el tratamiento de shock, año 1975 y siguientes; su huella fue la pobreza dura que el pinochetismo impuso con una represión implacable.

Los trabajadores perdieron toda capacidad de representación de sus intereses, ahora ciertos personeros quieren un incremento productivo con la misma receta. Ese propósito de impedir, en los hechos, la negociación colectiva contradice la esencia de la democracia.

Una vez iniciada la transición democrática, con una deuda social lacerante, puesta de manifiesto por las protestas populares de la etapa de 1983 en adelante, el obligado aumento del gasto fiscal redujo en forma sustancial la indigencia y disminuyó fuertemente la pobreza que constituían el efecto más visible y agobiante de la desigualdad neoliberal pinochetista.

Hoy, en democracia se debiera avanzar por una nueva ruta hacia la justicia social que está pendiente, a través de un desarrollo sustentable, redistribuido e inclusivo, o sea, dejando atrás el modelo de superexplotación de los trabajadores, fomentando la participación y el diálogo social y no la confrontación que dicen rechazar.

Resulta lamentable que el camino tomado por el gobernante escoja el beneficio del interés empresarial, en los hechos imposible de satisfacer, así como también es penoso que muchos olviden sus propios dichos y conceptos, cuyos argumentos iban en la dirección exactamente contraria a la que decidió Piñera. 

Los humanos no debieran cansarse de sus ideales, pero ocurre, como pasa con muchos que creyeron en el “crecimiento con equidad”. Los economistas no son infalibles, si así fuera la política social no hubiera existido nunca y la acción política tampoco.

La razón de fondo que lleva al piñerismo a insistir en una vía de la que se ha abusado por décadas, es que para realizar el diálogo social tienen que reconocer la interlocución del movimiento sindical y que los centros de poder en la derecha y en el empresariado acepten que no hay otro camino, que recojan sus propuestas y se abran a una participación permanente de los sindicatos y sus representantes, tanto la central sindical como las federaciones y sindicatos nacionales. 

Esto pasa en las sociedades en que se levantó, en un largo esfuerzo el Estado del Bienestar Social en países que por su desarrollo se designan a cada rato como ejemplo, pero en Chile se enfurecen de solo pensar en que apliquen esas normas.

Los que creen que la vorágine tecnológica impide que el trabajador pueda tener la seguridad de un trabajo estable, ya que la competitividad conlleva rotación e inestabilidad, y que las nuevas normas laborales deben aceptarlo, “flexibilizándose”, si así piensa, entonces respalda este proyecto de reforma laboral de Piñera. 

Considerar que las jornadas laborales se alarguen todo lo que desee el empresariado con la amenaza del despido incluida, porque ahora las reglas del juego incluyen como factor necesario el temor del trabajador a la cesantía en cualquier circunstancia o momento, si se piensa así, entonces se apoya el proyecto del gobernante.

Pensar que mientras más agobiado esté el trabajador mejor será, porque cansado no piensa y no se le podrá ocurrir incorporarse a un sindicato o impulsar la formación de uno de ellos, viéndose obligado a tratar individualmente sus condiciones laborales con el empresario, quien así lo cree se tiene que sumar al proyecto.

Si se está convencido que el riesgo de la inversión requiere máximos niveles de utilidades, estrujando al asalariado, porque de lo contrario, es mejor no correr riesgos y no invertir, si piensa así, lógico, tiene que estar con el proyecto de Piñera.

Los que no quieran disimular y se soban las manos porque podrán arrinconar a sus trabajadores para imponerles, uno a uno, condiciones laborales leoninas, deben ir al Congreso Nacional a respaldar el proyecto. Allí habrá otros de similar catadura.

Quien considere que el trabajador es sólo una pieza, un objeto o herramienta y que el empleador suficiente hace con pagar sus impuestos, entonces debe salir a marchar por el Proyecto de Piñera.

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