Medicamentos para el ánimo

Hace bastantes semanas que no me animaba a contarles sobre mis conversaciones con mi querida abuela. Los motivos de este mutismo -se preguntarán ustedes- muy simple. Cada conversación terminaba con mi estado de ánimo por los suelos y con la convicción de que estábamos “de mal en peor”.

Quisiera enumerar, sólo a modo referencial, los temas que hemos conversado en estos días: ¿qué te parece la declaración del ministro de Justicia que dice se evaluará la forma de fallar de los jueces para determinar sus ascensos?; ¿qué te parece que los carabineros detengan en la plaza Los Dominicos a jóvenes que visten la camiseta de Colo Colo?; ¿viste como quedó la Universidad Católica de Valparaíso luego de la toma?; ¿has estudiado el presupuesto de educación que el gobierno envío al Congreso?; ¿qué opinas del desalojo y del no desalojo del Congreso?

¿Qué te parece que el ministro de Educación diga que el presidente del Senado no está a la altura del cargo?; ¿que un diputado zamarree a un policía en el Congreso?; ¿y que un policía introduzca su escopeta lanza gases dentro del pantalón de un manifestante?

¿Y que el ministro del Interior diga, a propósito de una bomba que explotó en las oficinas de Copesa, que corresponde a un movimiento “asistémico violento y de izquierda”?; ¿que el ministro Larroulet diga que se venderán activos para financiar los requerimientos de educación?; ¿viste a la rectora Alicia Romo en Estado Nacional?; ¿has escuchado últimamente a Villegas en Tolerancia Cero?

Todas estas conversaciones me tenían destruido.

Afortunadamente, mi ánimo ha cambiado y quisiera contarles los motivos de tal suceso (con el propósito de ayudar al estado general de la Nación).

El motivo principal: hace unos días mi abuela me dijo que necesitaba que la llevaran a una extraña dirección, argumentando que tomaría tecito con unas amigas.

Pedí que así se hiciera y no pregunté mas (las posibilidades de que a su edad esté viviendo un romance, aún cuando me pareció poco probable, no me resultó del todo descartable dado lo maravillosa que ella es).

Desde ese día ella ha estado radiante, feliz, optimista.

Hace comentarios que me resultan del todo extraños: “qué simpático que es este ministro Mañalich”; “qué bien está este muchacho Girardi”; “yo creo que el conflicto estudiantil se resolverá pronto”; “creo que la popularidad de nuestro presidente empezará a subir”; “qué bueno que las Isapres obtengan utilidades, así seguro bajarán el costo de los planes de los más viejos”.

Todo esto me llevó a pensar lo peor. Tal vez mi abuela esté perdiendo la razón.

Decidí investigar: ¿será una descompensación de glucosa?, ¿un problema de descalcificación?, ¿algo hormonal?

¿O que definitivamente está enamorada? (de hecho, tengo amigos enamorados que se comportan de esta forma).

Verifiqué con mucho sigilo los medicamentos que consume y pude constatar que los ha estado tomando adecuadamente. Bueno, salvo uno de ellos cuyo nombre anoté para consultar con un médico amigo de la familia (por ser nuevo en el “surtido” que ella toma).

Llamé a nuestro médico y le pedí que me recibiera para conversar sobre el tema. Debí haber sospechado cuando me dio su nueva dirección: “la misma a la que mi abuela había pedido la llevaran unos días atrás”.

Cuando llegué a la consulta y le expuse mi preocupación por mi abuela, él me contó que había ido a verlo y que no podía, por motivos legales, informarme sobre su condición de salud (me habló del secreto profesional y me puso como ejemplo lo “de la información privilegiada”).

Intenté por diferentes medios que me contara algo, mas fue imposible.

Ya al retirarme, se me ocurrió preguntar por el remedio nuevo que está tomando mi abuela y, cuál sería mi sorpresa cuando me dijo que es una nueva droga que elimina las tensiones, los problemas, ayuda a la gente con depresión. En definitiva, permite que todos vean el mundo de mejor manera.

Por cierto, no me dijo si él se lo había recetado a mi abuela (seguro que está preocupado que el Colegio Médico lo sancione ya que está colegiado).

Regresé a mi casa y encontré a mi abuela en el jardín mirando con deleite las preciosas rosas que abundan en esta época, escuchando los pajaritos, respirando profundo y sonriendo.

Me miró y me dijo: querido nieto, te quiero invitar al cine. ¡Vamos a ver ese clásico tan instructivo llamado! “¿Donde está el piloto?”.

Pensé que no era una invitación cualquiera. La droga no la hace perder del todo la perspectiva de la realidad y su sentido del humor se mantiene intacto.

He estado pensando escribir al ministro Mañalich y pedirle que el medicamento que está tomando mi abuela desde hace unos días se adicione al agua potable (yo creo que estamos a tiempo de incorporarlo en la ley de presupuesto).

Otra alternativa puede ser introducirlo en las marraquetas (a cambio de la sal que dicen que le sacarán) o, por último, en las margarinas, que parecen no ser tan buenas como dicen.

Los políticos de todos los partidos, la Iglesia Católica, los estudiantes, los profesores y todos, es decir el pueblo, lo recibiríamos gratuitamente (bueno, pagado por nosotros mismos).

Estoy seguro, que aun cuando el remedio es bastante caro, el sector empresarial estará de acuerdo en hacer un esfuerzo tributario para financiar su consumo masivo.

Aun cuando es un proyecto algo descabellado, debo declarar que es el único plan que he escuchado (hasta el momento) para salir de la situación en que estamos.

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