Miedo al debate

Visto desde las redes sociales y especialmente entre los partidarios del sector, el reciente debate entre los candidatos de Chile Vamos deja una conclusión clara: le tenemos miedo a las diferencias.

Posiblemente se puede hacer un juicio similar entre los demás candidatos, ya sea que participen o no en las elecciones primarias porque, en definitiva, llevamos dos décadas pensando que la política es la búsqueda de los acuerdos como se nos enseñó, pero se ha olvidado que primero que nada se trata de conseguir una mayoría electoral para gobernar.

Acostumbrados como estábamos a que ningún bloque tuviera el control absoluto del Parlamento - esencial para la aprobación de las leyes que le interesan al Ejecutivo - llegamos a pensar en la imposibilidad que un solo grupo pudiera tener la mayoría e incluso lo asociamos inconscientemente a una suerte de dictadura dentro de la democracia, pero no tiene que ser así.

La amenaza de la mayoría es un riesgo real cuando no existen los mecanismos de contrapeso para evitar el abuso, como la Contraloría, el Tribunal Constitucional cuya intervención tiende a considerarse como un ataque a las decisiones democráticas, los propios tribunales de Justicia e incluso la acusación constitucional.

Sin embargo, nos hemos ido acostumbrando también a lo políticamente correcto y a un respeto desproporcionado por las minorías, todo lo cual unido a nuestra idiosincrasia excesivamente formalista a pesar del doble estándar que mantenemos casi en todos los ámbitos de nuestra vida en sociedad, nos ha llevado a que no se dicen nunca las cosas por su nombre, a que siempre se critica al que tiene la responsabilidad de gobernar hasta el punto en el que no se deja hacer nada. 

Es tan así que el propio Gobierno, teniendo mayoría en ambas ramas del Congreso, ha tenido dificultades en algunos proyectos, viéndose obligado a negociar su contenido por dos o tres votos.

Un primer aviso de este estado de ánimo se produjo con el humor, cuando dejó de ser “políticamente correcto” hacer chistes sobre los personajes de los que siempre nos reímos sin culpa.

Ahora que nos enfrentamos a unas elecciones primarias en las que se dirime el candidato presidencial de dos sectores sin la participación del que tiene el control del Gobierno, descubrimos lo evidente, que para ganar votos es recomendable marcar las diferencias, cuando antes lo que estaba bien visto era demostrar un espíritu de cooperación y no salirse del marco del modelo económico y político que se negoció en los primeros años de la transición y todo ello en un país que no vivió el “destape” como ocurrió, por ejemplo, en España.

Las razones son muchas. La búsqueda del rating televisivo, la eliminación del sistema binominal, la creación del mecanismo de las primarias, pero en el fondo la explicación de fondo es que Chile ha estado cambiando y nos estamos dando cuenta recién.

Hay que acostumbrarse a este nuevo escenario en el que aparecen voces, como las del Frente Amplio, acusando que todo el período de la Concertación fue un error e incluso hablan de traición, mientras en la otra vereda tratan todavía de mantener el legado de un gobernante que terminó su gestión hace ya casi treinta años.

No podía ser de otra manera en un mundo tan dinámicamente en cambio.  Ni por estar en el último rincón del mundo Chile iba a escapar de una tendencia mundial, sobre todo en una época caracterizada por la globalización en que todo se sabe de inmediato y nos afecta de forma casi automática.

Quizás si no nos hubiéramos empeñado en esconder la basura debajo de la alfombra, el tránsito hacia el reino de la pos-verdad hubiera sido más suave, pero ya no lo hicimos y la peor reacción es seguir tapando el sol con un dedo, sobre todo cuando ya las evidencias del malestar ciudadano contra la clase política son innegables.

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