El pasado lunes 30 de octubre, el Consejo Constitucional aprobó el nuevo texto de propuesta de Carta Magna para nuestro país, que como todos sabemos deberá ser ratificado o no en un plebiscito de salida el 17 de diciembre. Prontamente empezaron las campañas "a favor" y "en contra".
Lo lamentable de la situación es que la campaña no fue llamar a leer el texto, que es lo más lógico. Porque, si yo quiero que el ciudadano soberano decida con una línea en un papel el destino del texto constitucional -es decir, que este acto democrático sea consecuencia de una decisión tomada en conciencia e informada-, esperaría que la decisión la tenga el pueblo representado en los ciudadanos que deciden. En cambio, los comentarios de un lado y de otro, en época de Halloween, con dulces o trucos llaman a votar por una u otra posición.
Mi sincera reflexión es que el destino del texto se encuentra en las manos de la democracia que, con todas sus imperfecciones, debe ser respetada para no llegar a la barbarie.
La mejor lección de ello la obtuve en el plebiscito del año pasado, antes de la elección. Yo estaba estudiando el texto de ese momento; lo leía desde mi celular en el Metro, pero en un momento miré a mi alrededor y observé a una señora de la tercera edad sentada entre tantas otras personas que, tímidamente, sacó de una bolsa reutilizable el texto constitucional de entonces. El texto tenía algunas hojas dobladas de lecturas anteriores. No tengo idea de su postura, pero en su humildad vi mucho más poder que el de muchas personas que tienen el privilegio de ostentarlo.
Yo puedo tener reparos en el texto actual, como los tuve respecto del texto anterior en los temas impositivos, pero tomaré mi postura y soberanamente la dejaré plasmada en un papel con una simple línea. La decisión que tome la tendré una vez que termine de leer el texto, pensando en mi familia, en mi país, en quienes se encuentran dentro de sus fronteras y en aquellos que, estando en el extranjero, tienen amor por el país.
Termino esta columna recordando a esa mujer que con timidez leía su texto constitucional: una acción que nadie tiene derecho a quitarle o intimidarla para que elija una opción u otra. No levantemos muertos o miedos. Pensemos en la democracia que tanto nos costó recuperar. Les invito a leer el texto y a no vivir un noviembre entre dulces y travesuras, que muchas veces oprimen la democracia, que para sobrevivir debe informarse.
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