Una frase que pudiera tener muchas lecturas. Pero la usaremos sólo en el contexto de la Memoria. Esa memoria que se escribe con M mayúscula, la que ha estado en riesgo de ser sepultada en el patio de las cruces sin nombre, por capricho, soberbia y desvergüenza de ciertos “cómplices pasivos” que nos invaden. Uno de ellos alcanzó el rango de Ministro de las culturas las artes y el patrimonio, por algunas horas. Una señal de desprecio muy evidente hacia las artes y la cultura por parte de quienes nos gobiernan.
¿Alguien puede creer que un anunciado museo de la “democracia” pueda ser erigido por la derecha chilena con un espíritu sano, no confrontacional y descontaminado de ideología? Permítanme ponerlo en duda.
Si hay una característica que distingue a la derecha chilena en toda América, es su alto grado de ideologización. Han tenido toda la historia de la República para construir su discurso, pero el período de la dictadura fue un doctorado que aprobaron con altas calificaciones. Y nunca dejan pasar oportunidad de hacer perdurar la tendencia a la auto censura que instalaron en la población durante la época que gobernaron con los militares.
Uno no puede dejarse aplastar por esa brutalidad insensible con olor a vaca de fundo de encomenderos analfabetos. Debe perdurar la Memoria de los grandes nombres que movilizaron y unificaron a los trabajadores, la Memoria de las marchas infinitas con banderas al viento y multitudes con ganas de cambiar el mundo, la Memoria de quienes soportaron la crueldad y la infamia con la que se instaló la ideología que hoy nos rige. Porque ahí estuvo el arte, ahí estuvieron los artistas chilenos en la persecución de un sueño.
Cuando Chile quiere buscar la poesía, la música, las artes visuales, la danza, el teatro, debe acudir a ese sueño una y otra vez. Y por consecuencia, debe recurrir a la Memoria.
Porque en pocas partes del mundo se usó la fuerza militar para destruir instrumentos musicales (¿se habrá visto brutalidad más insensible?) y golpear hasta la muerte a jóvenes que hacían teatro o que guardaban libros, que de la noche a la mañana se habían convertido en un peligro.
En resumen, ¿se puede uno imaginar un museo de la democracia sin Elena Caffarena y las marchas por el voto de la mujer, sin Recabarren y los obreros del salitre, sin Gabriela Mistral y sus textos sobre la sociedad chilena, sin Víctor Jara y Violeta Parra, sin Roberto Matta trabajando con las brigadas Ramona Parra?
No habrá respuesta mientras no se construya lo que la derecha entiende por museo de la democracia. La sospecha es que será de un sesgo altamente ideologizado y que, una vez más, buscará justificar lo injustificable.
¿Qué nos queda? Seguir produciendo arte en todos los frentes, sin jamás dejar de lado la memoria íntima y personal, la que nos duele y nos enternece.
No hablo del panfleto, la acusación frontal y agresiva (para eso escribimos manifiestos… como el que estás leyendo), hablo de la memoria viva, la que guardamos en el corazón, aquella que nos permite construir y defender los “sitios de Memoria”, esa con mayúscula.
En esos sitios sagrados está lo mejor de nuestros sueños colectivos, son una fuente de esperanzas y de luz, que no podemos obviar si creemos en algún futuro posible como nación.
Y para hacer arte, como para hacer política, se necesitan sueños luminosos.
No hay Dieciocho sin Once.
Luz para todos.
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