No, nunca, jamás

Mariano Ruiz-Esquide
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Con la confianza de siempre, pero acogiéndome a la esperanza de corregir la conducta política de Chile, que nunca la he perdido aún en tiempos peores, me refiero a una suerte de mandamientos o decálogo de comportamiento.

Parecerá ramplón, doméstico, personal o trivial, pero en 50 años de política parlamentarias, 20 años en gobiernos y 30 en la oposición aprendí que ella se mueve por dos impulsos.

La norma legal, reglamentaria o ética y la norma personal aprendida desde la casa, la familia y las amistades, también familiares, escolares o el barrio y  aún en las canchas de fútbol. Esta mezcla nos hace lo que somos y hacemos. Las dos influencias forman  la dirigencia del país.

No a la corrupción en lo pequeño o en lo grande. Quien vea lo corrupto en su entorno de pequeño robará, explotará a sus empleados o introducirá su mano en los fondos fiscales.  Por eso ambas influencias son inseparables.

Por eso jamás ceder a la corrupción.

Nunca creer que se pueda detener en lo pequeño, porque antes pasa un camello por una aguja que un corrupto por la puerta de Alcalá.

Jamás caer en la soberbia del poder y tampoco transformarse en un acumulador de un poder absoluto que nadie le ha dado.  Tres razones pierde a  los poderosos o a los sátrapas: la soberbia sin límites, la mentira como método de convencimiento y la ingratitud que desconoce la ayuda recibida.

El libro del Buen Amor - uno de los más hermosos escritos de la picaresca española - culmina una enseñanza que quiebra al alma “más has de saber vejo castellano quien llevas en tu corazón como férreo compañero de armas o bellísima esperanza de dulce miel, será tan mayor el dolor cuando te castiguen con su desamor o ingratitud”.

Sancho, por su parte, le dice a don Quijote. “Cuidad mi señor de vuestro entorno más cercano, porque de esa cercanía vienen los mayores dolores y desencantos”.

En política estas inconductas son aún más duras y más destructivas.

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