Política, entre desazón y nihilismo

Chile ha vivido, en las recientes elecciones municipales, la segunda mayor abstención electoral de su historia. Ella es multicausal, se mueve entre la desazón extendida y el nihilismo y, por cierto, no se resuelve con la coerción, voto obligatorio, sino con el convencimiento, con el compromiso por los valores democráticos, porque al final se trata del ejercicio de un derecho de conciencia.

En un régimen parlamentario frente a una debacle política donde vota solo el 34% de los electores y donde la mayoría pierde 700 mil votos respecto de las municipales del 2012, el primer ministro concurre ante el jefe de Estado y presenta la dimisión de su gabinete.

En un régimen presidencial lo que correspondía es que la Presidenta de la República, que es jefe de Estado, de gobierno y líder de la coalición, a la vez, diera una señal poderosa de que se ha escuchado la voz del pueblo y asumiera su plena libertad de acción para cambiar su gabinete y establecer una hoja de ruta clara de prioridades en torno a las cuales el gobierno se concentra en los 16 meses que aún quedan al actual gobierno, dando seguridad al país y estableciendo, en un momento difícil para la legitimidad de la democracia, un nítido liderazgo presidencial.

Nada de esto ha ocurrido. La comparecencia de la Presidenta Bachelet ante la opinión pública, a horas de conocerse el resultado, se limitó a endosar las responsabilidades a la falta de unidad de los partidos de la Nueva Mayoría y , sorprendentemente, el país no escuchó ni una palabra de autocrítica respecto de la deficiente gestión del gobierno que claramente tiene una gran cuota de responsabilidad en que el electorado de la Nueva Mayoría masivamente no haya concurrido a las urnas como signo de desafección hacia la forma como se gobierna y hacia las instituciones y la política en general. 

El resultado y la alta abstención está en perfecta correlación con la baja adhesión de Bachelet y de su gobierno en las encuestas, pero en un gobierno donde no se cree en la veracidad de las encuestas no se asume tampoco la dimensión de la derrota electoral del domingo pasado.

No hubo un traslado de votos de la Nueva Mayoría hacia Chile Vamos, que perdió 500 mil sufragios respecto de sus resultados del 2012, sino simplemente un castigo hacia el gobierno y la Nueva Mayoría a través de la abstención y el emblemático resultado de Santiago, donde vota solo el 22% del electorado, es una muestra de las muchas que se pueden exhibir en todo el país.

Los partidos políticos, por su parte, tampoco han asumido la gravedad de la abstención del 66% de los chilenos. Chile Vamos auto engañándose y engañando a la población, dado que es minoría en número de votos a concejales, que es donde se mide la fuerza electoral de los partidos y de los bloques, y en cantidad de concejales elegidos, se ha dedicado a celebrar las alcaldías recuperadas sin reparar en la alta abstención con que se ganan. 

La derecha ha creado, sin embargo, una sensación comunicacional de triunfo frente a una Nueva Mayoría, consumida en rencillas internas, e incapaz de enhebrar una explicación coherente y de examinar en profundidad el rechazo expresado por la población y sacar conclusiones esperanzadoras y solo ha concentrado en el gobierno todas las responsabilidades, buscando soluciones fáciles y sin producir algún remezón analítico en partidos donde todos pierden votación respecto del 2012, pero donde todos intentan camuflar los resultados tratando de mostrar algo que permita sacar cuentas alegres de la debacle.

Creo que el país habría esperado que ya al día siguiente de la elección los partidos reunieran a sus máximos órganos, realizaran un análisis detenido y autocrítico, produjeran cambios en sus grupos dirigentes para colocar rostros creíbles, pidieran perdón al electorado por los múltiples errores cometidos, entre ellos los temas de corrupción que los ha goleado transversalmente , y plantearan correcciones éticas de fondo, marcaran rumbos distintos y se comprometieran a renovar un sistema político y una forma de entender y hacer política que ha entrado en un callejón que puede no tener retornos en la forma tradicional como operan los partidos. 

Tampoco ha ocurrido esto y todo sigue como si los resultados del domingo pasado fueran simplemente un episodio y no una manifestación de una crisis profunda que ha llegado para quedarse y que será extremamente difícil de recuperar porque la indignación y el desánimo justificado de la ciudadanía es muy profundo y no se revierte ni con celebraciones de alcaldes elegidos con un altísima abstención, ni con operaciones de marketing que solo logran mostrar un cierto cinismo y la profunda auto referencialidad del sistema político y alejar aún más a la ciudadanía de la política de los partidos, de la política "oficial". 

Es claro que los escándalos de las boletas ideológicamente falsas, el cohecho, el fraude al fisco, el tráfico de interés, la corrupción que se ha conocido en estos años y que ha judicializado la política, golpea electoralmente de manera distinta a la derecha y a la centroizquierda. Que SQM y PENTA financien ilegalmente a personeros y a los partidos de Chile Vamos importa menos en una parte de su electorado para quienes Ponce Lerou y Délano fueron aliados ideológicos de la dictadura y son aliados y sostenedores económicos de los partidos que apoyaron a Pinochet.

En la centroizquierda, en cambio, su electorado no soporta que candidatos y partidos hayan sido financiados por el "yerno de Pinochet", para quienes este hecho adquiere otra simbología y significado y se plantean exigencias de estándares éticos muy superiores.

Esto es evidente en el resultado general de la Nueva Mayoría donde los escándalos de financiamiento irregular de las campañas y las diversas formas de corrupción, desde CAVAL a SQM, han motivado un duro castigo a través de la abstención electoral.

Particularmente caro ha pagado mi partido, el PPD, que ha perdido comunas importantes y ha bajado su porcentaje de votación a concejales básicamente por el rechazo de militantes y electores al financiamiento recibido por SQM y, es un debate de fondo aún pendiente, por la artificial "izquierdización" de su política que ha dejado fuera a una parte de su electorado situado en un mundo más liberal progresista y ciudadano que no ha concurrido a las urnas simplemente por no sentirse identificado.

Aún más grave es el efecto que producen estos hechos en la candidatura de  MEO, ya formalizado por un eventual delito tributario y querellado por el CDE por fraude al fisco, y cuya imagen será muy difícil de recomponer ante la ciudadanía.

Es la Presidenta Bachelet la que debe tomar decisiones sobre el equipo que la acompañará en este último período, en el reordenamiento de las prioridades de las reformas, en una mayor cercanía, incluso personal, con los partidos y en mejorar la relación con el congreso donde todos los parlamentarios acusan de ineficiencia. No es posible moverse satisfactoriamente en el parlamento si hay ministros que desprecian la actividad parlamentaria o no entienden el rol del parlamento. 

Es evidente que el equipo político está desgastado y que debieran producirse cambios que modifiquen la imagen del gobierno y la calidad de su gestión. En ello Bachelet deberá considerar el trabajar, más allá de sus legítimos gustos, con políticos que no sean de su absoluta confianza personal y más bien tender a escoger gente con experiencia y capacidad para establecer un diálogo productivo y fructífero con los partidos y el parlamento.

Rectificar no significa ni detener ni atenuar las reformas en curso. Pero se requiere clarificar mejor sus contenidos y hacer partícipe de ellas a la ciudadanía que es una falencia que el gobierno no ha logrado resolver. El ejemplo más palmario es la reforma a la educación superior donde después de un año y medio de elaboración del proyecto este se presenta al parlamento sin el acuerdo de ninguno de los actores de la educación y al poco andar el gobierno se ve obligado a anunciar un veto sustitutivo, que aún no ingresa, para modificarlo.

Es evidente que en esa confusión es imposible que la ciudadanía respalde en las encuestas una reforma cuyo contenido aún no está claro y que es imposible descifrar.

Por su parte, la carrera presidencial ya ha comenzado. Nadie puede adelantar nada a partir de los resultados municipales. Pero los candidatos y sus propuestas e ideas de futuro para el país deben intentar acercar a la ciudadanía, romper el círculo del descontento, del nihilismo y de la indiferencia hacia la política.

Quien logre convencer a un electorado marcado por la frustración y disminuir la abstención a su favor probablemente ganará las elecciones del 2017. 

En tanto el desafío de Bachelet es gobernar bien y garantizar que las reformas adquieran relevancia ciudadana. Sería una derrota aún mayor para ella y para la centroizquierda que la abstención se mantuviera en el nivel de las municipales y entregar la presidencia a la derecha colocando en duda la prevalencia de los cambios estructurales que ella ha impulsado e incluso el futuro del progresismo.

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