Recordatorio: la democracia fue un largo camino

El terrorismo de Estado comenzó el mismo 11 de Septiembre con el bombardeo de La Moneda, balaceras indiscriminadas sobre las poblaciones, el allanamiento de fábricas y universidades y la total censura en la información recibida por la población. Así como, la Escuela Militar, regimientos y otras unidades castrenses, el Estadio Nacional e innumerables recintos deportivos y de eventos masivos fueron transformados en centros de detención, torturas y ejecución de presos políticos.

Junto a ello, la Junta Militar inició la más dura persecución de los dirigentes y militantes de izquierda, políticos y sociales, los que hasta ese momento respaldaban pública y masivamente al Presidente Allende, a su gobierno democráticamente electo y legítimamente constituido de acuerdo al ordenamiento constitucional del país.

La terrible "Caravana de la muerte", por orden de Pinochet, bajo la Jefatura de Arellano Stark, asoló el país ametrallando presos políticos indefensos en un castigo despiadado a la militancia de los partidos históricos de la izquierda chilena.

También el dictador acumuló el poder al interior de la Junta Militar, dejó de lado una artificiosa situación de paridad o de "primus inter pares" entre los jefes castrenses y copó la toma de decisiones, al mismo tiempo, desplazó y/o eliminó a los generales que podían hacerle sombra dentro del Ejército y levantó un poder armado, paralelo a la estructura oficial, totalmente a su servicio: la DINA, una maquinaria terrible de secuestros, tormentos y muerte. El sátrapa pasó a tener un poder absoluto, implacable y despiadado. A su paso, la ruta quedó plagada de víctimas, dolores y desolación.

La derecha civil sometida a Pinochet aplaudió y respaldó el terrorismo de Estado, le dio argumentos y elaboró una justificación del horror ante la comunidad internacional. A cambio se inició de inmediato el traspaso de propiedades del patrimonio nacional a manos privadas en cifras y volúmenes vergonzosos. Esa funesta alianza perpetuó la dictadura y se instaló el vergonzoso hábito de saquear el Estado para enriquecer a los que controlaban el poder.

En todo este tiempo, ya cercano al 1/2 siglo, la derecha civil fue incapaz de hacer un mínimo reconocimiento a su responsabilidad política en tan nefasto periodo, incluso hasta hace poco en sus "declaraciones de principios" seguían reiterando su apoyo al régimen dictatorial y en la reciente elección presidencial la candidatura que apoyaron era de clara impronta pinochetista. La vocación democrática de la derecha se esfuma cada vez que se hace impostergable redistribuir riqueza y poder.

El terror masivo controló brutalmente el descontento social y paralizó cualquier acción política. Pinochet persiguió a los opositores que más temía, ordenando la ejecución de cada uno de ellos. Fueron asesinados los dirigentes de izquierda que permanecían en la clandestinidad, Arnoldo Camu y luego la dirección socialista con los cros Ponce, Lorca y Lagos; del PC con los cros Díaz, Zamorano, Muñoz, Donaire y Weibel; del Mir, el Secretario General Miguel Enriquez, así como Bautista van Schowen y otros dirigentes.

En su plan de perpetuación acordó con las dictaduras del cono Sur la persecución a los exiliados, implementando la "Operación Cóndor" que ejecutó el asesinato de centenares de jóvenes en los países vecinos, esos crímenes fueron presentados como ajustes de cuentas entre las víctimas en uno de los capítulos más vergonzosos de la prensa controlada por la dictadura. Así también, ordenó atentados fuera del país, al gral. Carlos Prats, al dirigente de la DC, Bernardo Leighton, al ex canciller Orlando Letelier y otros dirigentes que no pudieron ser ejecutados por sus mercenarios.

A través del terrorismo de Estado se aferró al poder, impuso la Constitución del 80 y logró una base institucional de perpetuación de su poder personal. Pero no contento con ello siguió matando, así, en Enero de 1982, terminó con la vida del ex Presidente Eduardo Frei Montalva que desafiaba al dictador levantando una alternativa democrática a su abyecta dictadura y, en Febrero, agentes de la DINE asesinaron al dirigente sindical Tucapel Jiménez activo impulsor de un plan de lucha por el retorno a la democracia. Al primero lo intoxicaron con sustancias químicas y al segundo lo degollaron.

Los crímenes se organizaban y perpetraban mientras Jaime Guzmán y otros jerarcas de la dictadura acudían exhibiendo su sonriente soberbia al Festival de Viña de Mar, en cuyo espectáculo el régimen gastaba elevadas sumas de acuerdo a la vieja táctica de "pan y circo" propia de los regímenes totalitarios para seguir en el poder. Miguel Bosé y Raffaella Carrà se prodigaron en el escenario ese año.

En Quinteros, en 1985, fue asesinado el joven socialista Carlos Godoy Echegoyen, brutalmente torturado por la Dicomcar de Carabineros, fueron los mismos miserables agentes que pusieron fin a la existencia de Manuel Guerrero, Santiago Nattino y José Manuel Parada. Después ejecutaron 15 militantes del FPMR en la terrible Operación Albania. En Septiembre del 86 asesinaron al periodista José Carrasco y en 1989, fue ultimado por la CNI, Jekar Neghme, ambos voceros del MIR.

El pueblo de Chile y las fuerzas políticas democráticas y populares se unieron y lo derrotaron en el Plebiscito del 5 de Octubre del 88. Así se inició una nueva época. En la transición democrática la derecha protegió a Pinochet, defendió los enclaves autoritarios y frenó los cambios necesarios para lograr justicia y derrotar la desigualdad, posteriormente, llegado el momento del estallido social, desde el gobierno, intentó una "guerra" que afortunadamente fue rechazada por los propios militares.

El dictador murió y la derecha se amontonó en su funeral, compitiendo en penosas genuflexiones, sin ningún respeto por el dolor de tantas familias, desde su posición oligárquica y ultraconservadora nunca renegó de su despiadado ejercicio del poder. Pinochet no soportaba ser desafiado por la oposición democrática y castigaba con saña a los audaces que se atrevían a bregar por la democracia. A las víctimas se les atacó y denigró, una vez concluido el horror no hubo ni un consuelo ni remordimiento. Por el contrario, el poder fáctico derrochó autocomplacencia ante los reclamos por la desigualdad imperante.

En la dictadura era imposible el diálogo político, imperó la paz de los cementerios, como dijo el cardenal Silva Henríquez. La única vez que Pinochet se vio en la obligación de hablar con la oposición, en la crisis del año 83, usó la experiencia política de Sergio Jarpa para ganar tiempo y engañar a sus interlocutores. No tenía respeto por el valor de la vida y la dignidad del ser humano ni siquiera hacia su palabra. Hasta el final sus zarpazos cegaron valiosas vidas de la oposición democrática. La democracia no fue un regalo ni una concesión dadivosa de la derecha en el poder.

A 40 años de los crímenes de Eduardo Frei y Tucapel Jiménez, en su memoria y en la de Carlos Godoy, Jekar Neghme, Manuel Guerrero, José Manuel Parada, Santiago Nattino y todos los caídos en la lucha contra la dictadura, prometamos jamás desertar en la lucha por la libertad y la democracia en Chile. Por eso, hay que ser capaces de actuar con la amplitud, la estatura política y la voluntad necesaria para configurar la mayoría social y política para avanzar y aprobar una nueva Constitución, nacida en democracia y que nunca más la barbarie lleve la desolación a nuestra patria.

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