Relaciones internacionales y municipios

Hasta la década de los 80, las municipalidades chilenas contaban con menos del 4% de los recursos gubernamentales totales del país.  En 1989, después de la municipalización de la salud y la educación, esa proporción se incrementa al 9%. A partir de 1991, con  el advenimiento de la democracia, y hasta inicios del nuevo milenio, los recursos municipales aumentan progresivamente hasta alcanzar el 14% de los recursos gubernamentales. 

En América Latina el gasto descentralizado promedio del Estado, realizado por los gobiernos intermedios y locales, llega al 20% de los recursos gubernamentales, aunque en países como Colombia y Brasil las municipalidades utilizan ya cerca de un cuarto de los recursos asignados para las políticas públicas. Ni que decir en Europa, donde los recursos locales son mucho mayores y los gobiernos locales poseen mayor presupuesto, recursos humanos más calificados y pueden, por ende, prestar mejores servicios a los ciudadanos. 

¿Qué hacen entonces las municipalidades para compensar su desfinanciamiento crónico? 

A nivel internacional, las asociaciones nacionales de municipios generan organizaciones como la Federación Latinoamericana de Municipios, FLACMA, o Ciudades y Gobiernos Locales Unidos, CGLU, que constituyen la contraparte de las organizaciones de Naciones Unidas, sea a nivel latinoamericano o mundial. 

De este modo, los gobiernos locales del mundo participan en las discusiones mundiales sobre el cambio climático, la defensa del medio ambiente, la lucha contra la pobreza y la superación de los conflictos que afectan a la humanidad. También ha sido clave la participación de las asociaciones nacionales de municipalidades en la construcción y aprobación de los 17 Objetivos del Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas aprobadas por la Asamblea Mundial de la ONU, en septiembre de 2015. 
 
Recordemos que estos objetivos son: fin de la pobreza; hambre cero; salud y bienestar; educación de calidad; igualdad de género; agua limpia y saneamiento; energía libre no contaminante; trabajo decente; industria e innovación; reducción de desigualdades; ciudades y comunidades sostenibles; producción y consumo responsables; acción por el clima; vida submarina; vida de los ecosistemas terrestres; paz, justicia e instituciones sólidas y alianzas de todos para lograr estos objetivos.  
 
Llevar cabo estas exigentes tareas demanda priorizar estas metas, adaptándolas a cada territorio particular y atendiendo su especificidad y características. Además, es necesario movilizar los recursos humanos y financieros adicionales, conseguir las tecnologías adecuadas y ajustarlas a cada territorio particular.

Por todo esto, las autoridades locales viajan a otras latitudes para aprender de otras realidades las experiencias exitosas que se realizan en muchos lugares de América Latina y el mundo. Algunos llaman a esta observación la “tecnología de lo obvio”. Es decir, ver cómo otros gobiernos locales han conseguido superar problemas difíciles, aplicando soluciones creativas e innovadoras y muchas veces muy sencillas.

En esta gran cantidad de eventos, intercambios, asesorías, cursos, aprendizajes de diverso tipo, ocurre a veces que las cosas no se hacen como es debido y puede haber abusos de una u otra persona o de alguna organización poco cuidadosa. Por eso es bueno denunciar y estar atento a quienes no se ajustan a las normas, a la ética o las buenas prácticas.

Pero reducir el tremendo trabajo que realizan las municipalidades chilenas y sus asociaciones a las malas prácticas de unos pocos, constituye un grave error que oculta y ensucia los servicios públicos que prestan, la atención de salud primaria, el trabajo de las escuelas municipalizadas, las inversiones en infraestructura o la atención permanente de los grupos más vulnerables de la población.

Destacar lo malo y olvidar lo bueno muestra a quienes hacen mal su tarea, es cierto, pero no hace justicia al  trabajo de la gran mayoría de las autoridades locales que laboran en condiciones difíciles y con recursos insuficientes. Es más, queda la impresión que lo que se hace mal supera con creces lo que se hace bien y eso simplemente nunca ha sido así. 

Si examinamos las estadísticas chilenas, municipio por municipio, y vemos su variación en el tiempo  podremos fácilmente comprobar los gigantescos progresos que ha traído la democracia al país. Los problemas que enfrenta Chile, entre ellos las malas prácticas de sectores de la elite empresarial, política, religiosa, militar o profesional no nos deben llevar a enlodar a quienes cotidianamente hacen bien su trabajo. 

Es importante que el periodismo chileno siga denunciando las malas prácticas, pero también queremos invitarles a dedicar al menos esfuerzo y tiempo similares para destacar los avances, las buenas prácticas y la abnegación de la gran mayoría de los funcionarios públicos locales a lo largo y ancho de Chile. 

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